¿Quién lo escucha hoy? Muy pocos.
La nota saliente de las humanas aspiraciones
fué siempre la tendencia al engrandecimiento, pero hoy, rotos en muchas partes
los frenos del Evangelio, esa tendencia raya en el delirio.
En vano sale del portal de Belén el doloroso
vagido del divino niño que con elocuencia sobrehumana, predica envuelto entre
pajas y sumido en voluntarios abatimientos, aquella doctrina que tiende a
expresar esta estrofa sencillísima:
Baja si quieres subir,
sufre si quieres gozar,
muere si quieres vivir,
pierde si quieres
ganar.
Esta voz no se escucha y como si ahora
resonase por primera vez en los oídos humanos el “seréis como dioses” eritis sicut dií de la serpiente paradisíaca, un mundo ignorante de su propia historia, estúpido y enloquecido por una llamada ciencia nueva, ni es nueva, ni es ciencia, ni lo ha sido jamás; pretende por lo visto realizar el
mitológico sueño de los antiguos Titanes conquistando
individual y socialmente el cielo de
la felicidad humana no por el camino
de la cruz, sino por la escala de los
modernos progresos naturales, piedras
amontonadas para formar la nueva
torre de Babel.
¡Pobre
humanidad! ¡Que poco ha aprendido en
seis mil años de lección qué poco en casi dos mil años de profecías cumplidas,
de promesas realizadas, de ejemplos palpables capaces de disipar las más densas
tinieblas!
¡Pobre humanidad que
vuelta de espaldas a la cueva misteriosa, ya no escucha la voz de los ángeles
que cantan!
“Gloria
a Dios en las alturas. Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.”
Pero no. Por fortuna, no toda la humanidad desoye
la voz del recién nacido. Aún hay sabios verdaderos, reyes de las ciencias, que
postrados a sus pies le abren los tesoros de su corazón ofreciéndole el incienso de sus adoraciones, la mirra de
su sacrificio y el oro de su amor.
Aún hay humildes que cantan alegres su venida,
repleto el corazón de paz y de esperanzas.
Aún queda fe.
Y es de fe que el rugido del infierno no prevalecerá
sobre las enseñanzas del pesebre.
ADOLFO
CLARAVANA.
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