Jesús habla a las almas, mostrándoles su Corazón
circundado de espinas, abrasado en caridad eterna.
Y mientras ellas vagan errantes, como nave
sin piloto, mientras buscan la felicidad lejos de Dios y a Dios como al acaso, sin
ofrecerle nunca su ternura, ni el tributo de su adoración; Él, el Corazón amantísimo
del Redentor, les habla, les repite:
Venid a mí. Yo soy el
camino.
Y si por todas partes los rayos de la gloria
mundanal las fascina sin disipar por eso la densa obscuridad que las envuelve;
si las falsas doctrinas hielan sus energías y extinguen sus más nobles sentimientos,
el Corazón de Dios, les dice sin cansarse:
Yo soy la verdad.
¡Oh! Señor si Tú eres el camino, si Tú eres la
verdad, te seguiremos; pero, ¡ahí somos tan débiles. Es tan arduo el sendero
que lleva a la virtud. ¿Dónde encontrar la fuerza, dónde el vigor para vencer,
para seguir en pos de tu ley santa? Jesús responde: en Mí.
Yo soy la vida.
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