domingo, 21 de septiembre de 2025

LA PÉRDIDA DE LA PAZ INTERIOR (La Vana alegría y la negra tristeza – Por el R. P. Fr. Ambrosio de Lombrez. Capuchino.

 



   UNA de las cosas que más comúnmente desordenan y pervierten nuestro interior, es la excesiva alegría. No se sabe mirar esta pasión con desconfianza, porque elIa se presenta con una cara de placer, y de un placer que comúnmente no es criminal; y no son pocas, ni poco considerables las heridas que ejecuta; porque la primera de todas, que es la inatención a nosotros, nos impide el sentimiento de las demás, y el de ella misma. Alegría inconsiderada que nos disipa el interior, que se nos lleva a la parte de afuera, que nos da una especie de rarefacción, por la cual nos extendemos por todas partes como una agua que se derrama, o como una cera derretida, que no deja en el fondo del vaso sino las enjutas reliquias, según la expresión del Real Profeta: “Sicut aqua effusus sum. Factum est cor meum tamquam tera liquescens. Soy derramado como agua. Mi corazón es como barro fundido.” Alegría enemiga de la mortificación  y que nos hace olvidar algunas veces hasta las reglas de la modestia. Alegría loca que abre todas las puertas de nuestros sentidos, para dar entrada a todos los objetos exteriores: los que con su favor, entran de tropel dentro de nosotros, y excitan un tumulto que no nos deja gozar un momento de descanso. Alegría desenfrenada que nos hace hablar en voz alta, reír a carcajadas, y entregarnos a todos los Inconsiderados movimientos de nuestra imaginación. Es verdad que no llega siempre hasta los últimos excesos; mas el mal que nos hace, casi jamás es de poca importancia. Un cuarto de hora de jocosidad disipa todo el fruto de muchos días de recogimiento: toda la unción interior se evapora en esta especie de ebullición: se levanta en elIa un espeso vapor, que obscurece nuestra alma, y empaña todo su lustre; y es necesario mucho tiempo, y mucha compunción para recobrar el fervor, y la paz, que nos hizo perder la disipación.

 

   La tristeza hace en nosotros unas impresiones del todo opuestas: más no por eso obra con menos ardor, para hacernos perder la paz. La alegría nos disipa, la tristeza nos abruma, y quedando la paz en el medio, se halla muy lejos de la una y de la otra. Inútilmente representaríamos aquí todos los malos efectos de ese humor obscuro y melancólico; porque todo el mundo Sabe que nos hace perder toda la calma interior, y que extendiéndose a la parte de afuera nos vuelve sospechosos  tímidos, impacientes, insoportables a los otros, y a nosotros mismos. En este estado parece haber perdido el alma todos los talentos de la naturaleza y de la gracia, y que yacen como sepultados entre las ruinas del interior edificio: apenas se puede concebir un buen pensamiento: nada se presenta al espíritu que na sea congojoso, y muchas veces obsceno y en fin se huye de los hombres, y no se arrima a Dios; y así ni se tiene mérito en el recogimiento, ni se logra alivio contra la disipación.

 

   Así como hay una alegría que agrada a Dios; así hay una tristeza que es conforme a su voluntad Por eso el Apóstol que nos exhorta a que vivamos alegres, se regocijó de que los de Corinto estuviesen tristes. Y así fue la alegría de María Santísima entre los brazos de su Prima Santa Isabel, y su amarga tristeza estando al pie de la Cruz. Ambas concurren a procurarnos la paz del alma, bien distantes de turbarla o impedirla: porque la una es freno contra nuestra ligereza e inconstancia; la otra es un consuelo para nuestra flaqueza y por eso no pueden ser convencidas de viciosas sino en sus excesos; y estos no comienzan sino con la turbación del espíritu; y solo entonces se ha de decir turbación del espíritu; y solo entonces se ha de decir con el Sábio, que la alegría es una cosa necia e insipiente; y que la tristeza es el origen de muchos males. Es necesario, pues, moderar la excesiva alegría y la profunda tristeza, y eso ha de ser en su principio mismo y sin tardanza alguna; porque si se les deja hacer algunos progresos, será difícil volver a lograr la tranquilidad del alma. Ellas son dos contrarios que mutuamente se destruyen; pero se puede usar útilmente del uno contra el otro, excitándose el alma a una santa alegría, quando se advierte llevada hacia la tristeza, y deteniendo con el freno de una saludable tristeza los movimientos desordenados de una vana alegría. Pero es necesario huir de los extremos: la alegría tranquila y moderada, siempre ocupa el medio. Si el temor de uno de estos defectos hiciese dar con el contrario, esto sería arrojarse a un escollo por apartarse del otro, y por eso es preciso pasar por en medio de los dos, de modo que se ha de inclinar el cuerpo por el lado opuesto a aquel a que estaba propenso y dispuesto para caer; y esto no es por caer antes de un lado que de otro sino por no caer de ninguno;  y fácilmente se precipitaría, si estuviese muy inclinado a cualquiera de ellos. De este modo debe el alma, por hablar así, balancearse entre las dos pasiones con un moderado movimiento, Hasta que llegue a encontrar el equilibrio.

 

 

“LA PAZ INTERIOR”

Año. 1792

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