miércoles, 9 de abril de 2025

Las Últimas Palabra del Evangelio de San Mateo – Por Hugo Wast.


 


“Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”.

 

   Cuando veo a un sacerdote que va camino de la sacristía, para revestirse y decir misa, pienso tantas cosas.

 

   Aunque sea de traza muy pobre, lo imagino rodeado de ángeles, que lo atienden con una reverencia conmovedora.

 

   No sirven los cortesanos más fieles a su rey, con el amor y el respeto con que los ángeles al sacerdote que celebra. Cuando luego sale revestido de los sagrados ornamentos y asciende al altar, lo hallo transfigurado, me parece que su rostro es luminoso y que sus manos son puras y omnipotentes como las manos de Cristo.

 

   Porque ese hombre, que allí hace las veces de Cristo, ejecutará dentro de pocos minutos el milagro de la ultima Cena.

 

   Con unas cuantas palabras dictadas por el Maestro, convertirá el pan y el vino en el Cuerpo vivo del Redentor y, gracias a ese humilde sacerdote, se cumplirá la promesa con que se cierra el Evangelio de San Mateo: “Estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos”.

 

   De tal manera que si él no quisiera pronunciar esas palabras, y ninguno otro como él las dijese, no podría cumplirse un hecho anunciado por Cristo. Y como eso no puede ser, tendría que venir Él mismo en persona a celebrar misa.

 

   De aquí, pues, la enorme dignidad de ese hombre sencillo, que se encamina a la sacristía para disponerse a realizar ese prodigio de la misa, por el cual se cumple la más consoladora de las promesas del Señor.

 

Revista Bíblica de Monseñor. Dr. Juan Straubinger, año XII (1951), pag. 125.


martes, 8 de abril de 2025

CARTA DE ESCLAVITUD A MARÍA SANTÍSIMA EN SUS DOLORES.


 



CARTA DE ESCLAVITUD

A MARÍA SANTÍSIMA EN SUS DOLORES

 

   O dolorosísima y piadosísima Virgen María, Madre de Dios, y abogada de los pecadores: Yo…(N)…aunque indignísimo por mis graves, y muchas culpas, de parecer en vuestro acatamiento, y contarme en el número de vuestros esclavos; pero alentado con la recomendación que de mí os hizo vuestro precioso Hijo, estando en la Cruz en lo más vivo de sus penas, y fiado en vuestra clementísima piedad, con que inclináis a favorecer a los más desvalidos, e indignos cómo yo, y deseoso de agradaros, y serviros delante de Vuestro Santísimo Hijo, y de toda la Corte Celestial, os quiero y elijo por especial Señora mía, para siempre y por Abogada y Madre, que espero lo habéis de ser; y propongo firmemente de serviros cómo Esclavo, y amaros cómo hijo, y procurar, que los demás hagan lo mismo, en cuanto estuviere de mi parte. Suplícoos, Señora mía, por la Sangre de Jesucristo vuestro Hijo y por los dolores agudísimos que tuviste al pie de la Cruz, me admitáis, y contéis en el número de vuestros esclavos, e hijos recomendado de Jesús mi Redentor, y que me asistáis, en todas mis palabras, obras, y pensamientos, y rijáis y gobernéis todos mis sentidos y potencias, cómo cosa ya vuestra: que me deis esa Espada de Dolor, que atravesó vuestro Corazón, para que hiera íntimamente mi Alma de sentimiento, y dolor por haber ofendido a mi Dios, y Señor, y que no permitáis, que yo sepa, ni ame otra cosa, sino a vuestro Crucificado Jesús, mi Señor, y a vos dulcísima María, cómo a mi Señora, Abogada, y Madre. No permitáis Señora mía, que mi tibieza o mis muchas culpas deshagan este contrato, que quiero sea firme, y constante para siempre; que espero, que mediante vuestra piedad, y misericordia, y gracia de vuestro precioso Hijo, enmendarme de todas mis culpas, y no ofender más a quien por tantos título me hallo tan obligado.

 

Compuesta por M. R. P. Juan Manuel Romero. S. J.

Bogotá. Año 1855.

lunes, 7 de abril de 2025

Las Tres Avemarías: Una devoción simple, sencilla, y muy eficaz.



   Difunde esta devoción, porque «quien salva un alma, tiene su alma salvada» (San Agustín). San Alfonso María de Ligorio: “Un siervo devoto de María no perecerá jamás”.

 

Las tres Avemarías.

 

   Mientras Santa Matilde suplicaba a la Santísima Virgen que la asistiera en la hora de su muerte, escuchó a la benignísima Señora decirle: «Sí, lo haré; pero quiero que reces por mí tres Avemarías cada día.

 

   La primera Avemaría, pidiendo que así como Dios Padre me elevara a un trono de gloria incomparable, haciéndome la más poderosa en el cielo y en la tierra, así también te asista en la tierra para fortalecerte y alejar de ti todo poder enemigo.

 

   La segunda Avemaría, pidiendo que así como el Hijo de Dios me concedió sabiduría, hasta tal punto que tengo más conocimiento de la Santísima Trinidad que todos los santos, así también te asista en el paso de la muerte para llenar tu alma con la luz de la fe y la verdadera sabiduría, para que las tinieblas del error y la ignorancia no la oscurezcan.

 

   La tercera Avemaría, pidiendo que así como el Espíritu Santo me ha concedido la dulzura de su amor y me ha hecho tan amable que después de Dios soy la más dulce y misericordiosa, así también te asista en la muerte, llenando tu alma con tal dulzura de amor divino, que todo el dolor y amargura de la muerte te sea trocado en delicias.

 

   La práctica de esta devoción consiste en rezar tres Avemarías cada día, agradeciendo a la Santísima Trinidad los dones de Poder, Sabiduría y Amor que otorgó a la Virgen Inmaculada, y pidiéndole que los utilice para ayudarnos.

 

Cómo practicar esta devoción:

 

Todos los días, reza lo siguiente:

 

María, mi Madre; ¡Sálvame de caer en pecado mortal!

 

   1– Por el Poder que os ha concedido el Padre Eterno. Rezar un Ave María.

 

   2– Por la Sabiduría que el Hijo te concedió. Rezar un Ave María.

 

   3– Por el Amor que te dio el Espíritu Santo. Rezar un Ave María.

 

   Santa Matilde de Hackeborn (1241-1298), tuvo muchas apariciones de Jesús y María. A pesar una como monja benedictina, alma consagrada y penitente, temió en la hora de la muerte. Por eso rezó a Nuestra Señora para que la ayudara en ese trance final. La Virgen María se le apareció entonces en 1285 y la consoló diciéndole:

 

   «Sí, haré lo que me pides, hija mía, pero te pido que reces tres Avemarías diariamente: la primera, para agradecer al Padre Eterno por haberme hecho omnipotente en el cielo y en la tierra; la segunda, para honrar al Hijo de Dios, por haberme dado tal conocimiento y sabiduría, que supera la de todos los santos y todos los ángeles, y por haberme dotado de tal esplendor, para poder iluminar, como brilla el sol, todo el Paraíso; la tercera, para honrar al Espíritu Santo, por haber encendido en  mi corazón las llamas más ardientes de su amor y por haberme hecho bondadosa y benigna, para ser, DESPUÉS DE DIOS, la más dulce y misericordiosa».

 

   La Virgen María le dice a la Santa: «En la hora de la muerte yo:

 

   – estaré presente para consolarte y alejar de ti toda fuerza diabólica;

 

   – infundiré en ti la luz de la fe y del conocimiento, para que tu fe no sea dañada por la ignorancia;

 

   – estaré presente, en la hora de tu muerte, infundiendo en tu alma la dulzura del Amor Divino, para que prevalezca en ti para cambiar todo el dolor y la amargura de la muerte en gran dulzura».

 

 Muchos santos propagaron la devoción a las tres Avemarías... Entre ellos estaban el Padre Pío y Don Bosco.

 

REZA LAS TRES AVEMARÍAS,

TODOS LOS DÍA TU VIDA,

Y TU  PREMIO SERÁ EL CIELO.

 

sábado, 5 de abril de 2025

LA PENITENCIA DEL ATAÚD DE LA AZUCENA DE QUITO.


 


   Para no desmayar en la penitencia y conquistar la corona de la perseverancia, se valió de un medio poderoso: la meditación en la muerte.

 

   Como si hubiese  encontrado un tesoro exclamaba gozosa:

 

   – Juzgaré desde hoy que cada penitencia es la última de mi vida; que me restan ya pocos años; que en cada día, en cada hora, en cada instante puedo exhalar mi último aliento. Me consideraré muerta ya, y pensaré que con la muerte tuvo fin la amargura de la penitencia, o al menos me creeré siempre como quien está para morir; y ni los rigores de la penitencia me arredrarán, ni su duración será capaz de producir en mí otra cosa que nuevo ardimiento para proseguir como si estuviera siempre al principio –

 

   Como lo ideó lo ejecutó. En la primera pieza de su habitación puso un “féretro o  ataúd”, y dentro de él un madero figurando un cuerpo muerto, y le cubrió con un tosco sayal de S. Francisco a manera de mortaja. Por cabeza colocó una calavera, en el pecho un crucifijo, y al extremo donde correspondían los pies unos zapatos; de suerte que aquella figura tenía el aspecto de un cadáver verdadero. Tan horroroso huésped (a la vista mundana) decía Mariana que era su retrato al vivo (es decir ella se consideraba el cadáver), y que le tenía prestado aquel hábito que habia de pedirle a su tiempo para bajar a la tumba.

 

   Una señora llevada de la curiosidad propia de su sexo, se valió del confesor de Mariana para conseguir de esta que le dejase ver el interior de su habitación. La heroica niña inclinó la cabeza humildemente a la orden de su confesor; pero la curiosidad costó caro a la señora. A los pocos pasos de la entrada, vió de repente aquel espectro, y fué tal el susto que experimentó, que cayó en tierra desmayada, sin tener valor despues para llevar adelante su examen.

 

   En este pasaje se vé la protección de Dios en favor de Mariana, la cual le habia pedido no permitiese a nadie ser testigo de Sus mortificaciones, viendo tantos y tan penosos instrumentos que estaban repartidos por las paredes; y el mismo suministra un dato para formarnos una idea de la austeridad de vida de la Azucena de Quito.

 

   Postrada delante de ese féretro con luces a cada lado, se entregaba todas las noches a la meditación profunda de la muerte; y viendo en ella la inconstancia de la vida y la vanidad del mundo, se repetía a sí misma:

 

– “En eso has de parar, Mariana, y aquí recogerás lo que en vida sembráres.  ¡Desdichada de tí si no vives como en la muerte quisieras haber vivido! De nada pueden servirte gala, deleites y hermosura, sino de lazos para perderte. Tu cuerpo será tu compañero en la gloria, si ahora le tratas como a enemigo. Dichosos en la muerte los miembros que en vida no tuvieron descanso; Muere, pues, muere a tí misma, y vive toda y sola para Dios.” –

 

   Con esta meditación conseguía siempre tener mayor despego a todo lo criado y nuevas ansias de hacer penitencia. De noche y de día, afirmó uno de sus confesores, tenía fija en su pensamiento la imagen de la muerte.

 

DE LA VIDA DE

“MARIANA DE JESÚS PAREDES Y FLÓREZ”

LA AZUCENA DE QUITO.

(AÑO 1877)

miércoles, 2 de abril de 2025

LA CRUZ PINTADA – Por el Apostolado de la Buena Prensa – Año 1894.




   Esperaba la hora de comer el Cura de un pueblo pequeño, después de haber predicado en una Misa mayor un sermón sobre aquellas palabras de Jesús que se leen en el Evangelio de San Mateo: «El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí.» Entró al propio tiempo en casa del párroco un pobre peón de albañil, muy amigacho suyo, hombre de buenas costumbres y de sano corazón, pero algo turbio de entendimiento, y no muy contento con su suerte ni satisfecho de su condición. El Cura y el buen albañil tenían grandes discusiones, en las que el buen Sacerdote procuraba  resolver las dudas que en aquel espeso cerebro se anidaban.

 

   — ¿Has estado hoy en el sermón? — preguntó el Cura.

   — Sí, señor — contestó Roque; — y aunque no lo hubiese oído no me hacía falta; no, señor, no me hacía falta.

   — ¡Hombre, hombre—repuso el Cura explícame eso, que no lo entiendo bien!

   — Pues es claro; Ud. Ha predicado que dijo nuestro Señor: «El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí» Pues yo no necesito tomar ninguna cruz; hace tiempo que la llevo encima, y ¡flojilla que es mi cruz!

   — ¿Y cuál es, Roque, esa cruz grande que tú tienes?, porque, a decir verdad, yo no la veo. Tú eres joven, sano, soltero, robusto; trabajas la mayor parte del año, no tienes achaques, ni enfermedades, ni enemigos...

   —Y no tengo un cuarto, y no tengo dinero; y el no tener dinero es la cruz más grande que puede haber; es la cruz más pesada de cuantas cruces pueden llevarse; y la llevo siempre a cuestas, siempre conmigo, y no me la puedo quitar de encima, y me pesa, me repesa, y me contrapesa, y...

   — Y eres un asno—añadió el Cura riéndose.

   — ¿Conque el no tener dinero es una cruz? Vamos, no te creía tan tonto y tan mal cristiano, y, sobre todo, tan endeble que no pudieses llevar una cruz tan pequeña e insignificante como el no tener dinero, teniendo, como tienes, salud que te sobra y robustez para trabajar, y trabajo continuo.

   — Salud y robustez sin dinero... morirse, morirse.

   — Hombre, no exageres — repuso el Cura; — y para que veas cuan ligera es tu cruz; para que veas cuan cobarde eres, voy a decirte que es más ligera, más llevadera, más fácil de llevar que una cruz que yo te pintaré con yeso en la espalda de tu chaqueta.

   — Vamos, señor Cura, que no estoy para bromas.

   — No, no es broma ni burla lo que te digo. Hablo seriamente. Dime ¿cuánto ganas el día que trabajas?

   — Seis reales.

   — Pues yo te daré dos pesetas cada día, y no trabajarás, no tendrás más que hacer que pasear por las calles, por la plaza, por todo el pueblo, con las manos on los bolsillos del pantalón, pero con una cruz que yo te pintaré en la espalda de la chaqueta, y que — óyelo bien — no has de permitir que te la borren. Y ya verás, mi buen Roque, como al poco tiempo me dices: «Señor Cura, esta cruz pintada me pesa más, mucho más que el no tener un cuarto.

   — ¿Cuándo me la pinta Ud.? — dijo Roque, que ya se le hacía la boca agua al pensar en las dos pesetas diarias sin trabajar.

   — Mañana, que es domingo — dijo el Cura.

   — ¿Y mañana me dará Ud. las dos pesetas ya?

   — Sí, hombre.

   — Pues hasta mañana.

 

   En efecto, al día siguiente, antes de Misa mayor, fué Roque a casa del señor Cura, con su chaqueta negra; el Párroco le hizo con yeso blanco una cruz, que le cogía toda la espalda, de rayas gruesas bien visibles, mientras el buen Roque se reía...

 

   — No te rías — dijo el Cura; — ya te pesará esa cruz mucho más que el no tener dinero.

 

   Y se marchó a Misa nuestro Roque en compañía del Cura, que entró en la sacristía, mientras que el cruzado entraba en la iglesia por la puerta mayor. Tomó agua bendita, se arrodilló, y en esto le dice un amigo que estaba detrás:

 

   — Roque, llevas una cruz pintada en la chaqueta.

   — Ya lo sé —contestó Roque.

 

   Se encogió de hombros el amigo, y comenzó la Misa.

   Un poco después de alzar a Dios, una vieja que estaba arrodillada detrás de Roque, le dice tocándole en el hombro:

 

   — Roque, llevas dos rayas de yeso en la espalda.

   — Bueno —respondió Roque — déjelas Ud.

 

   Acabóse la Misa, y al salir de la iglesia, una vecina le dice:,

 

   — Chico, ¿y esa cruz que llevas ahí pintada?

   — A Ud. no lo importa — contestó Roque, ya un poco amostazado.

   — ¡Oh!—dijo la vieja. — yo creía hacerte un favor.

   — Pues señor, ¿es posible — murmuró Roque — que se han de meter en si llevo rayas o cruz en la chaqueta? Ya me voy cargando.

   — Chico — le dice un amigo — ¡qué guapo vas con esa cruz en la espalda! ¿Quién te la ha pintado?

   — Quien a mí me ha dado la gana — saltó Roque ya montado en cólera.

   — Hombre, no te incomodes; tú eres dueño de llevar una cruz pintada; y por mí, si quieres pintarte la cara, píntatela.

 

   Y se separó el amigo muy serio.

   Ya no estaba Roque muy conforme con: aquellas rayas, y ya se le iba subiendo la mosca a la nariz; pero aunque muy vivo de genio, el recuerdo de las dos pesetas lo hizo encogerse de hombros y seguir su camino.

 

   Llegó a la plaza al mismo tiempo que unos cuantos amigos.

 

   — Roque —dijo uno de ellos: — ¿qué llevas ahí on la chaqueta? Chico, chico, una cruz; ¿es para que no te lleve el diablo? Espera que yo te la borraré.

 

   Y sacó el pañuelo para sacudirla.

 

   — No, no—gritó Roque; — déjala, no la borres, no la toques.

   — Pero hombre — dijeron los demás- ¿te has vuelto loco?

   — No; pero no quiero que me la borréis.

   — Ea, pues ahí te quedas; vamos, este hombre está tonto.

 

   Y se marcharon sin mirarle, quedándose él de muy mal talante.

   Y aquellos amigos fueron publicando que el pobre Roque tenía una cruz pintada en la chaqueta, y que no quería que se la borrasen; y fueron reuniéndose otros y otros, y señalando con el dedo al pobre Roque; y riéndose de él, de modo que se iba hartando de rayas, y pesándole ya bastante aquella pintada y ligera cruz.

 

   Al volver una esquina encuentra a un compañero suyo, que le dice mofándose:

 

   — Vaya Ud. con Dios, señor Don. Roque.

   — Yo no tengo don — repuso con mal gesto el cruzado.

   — Es que como Ud. es caballero de la gran cruz de yeso.

   — Yo soy caballero de la cruz de la gran...

 

   Y Roque, con gesto amenazador, soltó una puerca barbaridad.

 

   — ¡Hola, el de la cruz — decía uno.

   — Aquí está el de las rayas blancas.

   — El de la chaqueta negra y cruz de yeso.

   — ¿Quieres un cepillo para borrarla? — decía otro.

   — No necesitarás Cirineo para que te ayude.

   — ¿Es para que no te lleve el diablo?

 

   Y efectivamente, a Roque se lo llevaban tres mil millones de demonios, y ya sudaba la gota gorda con el peso leve de la cruz pintada.

   Otro amigo se lo acerca, y con la mano comienza a sacudirle.

 

   — ¡Estáte quieto! — gritó Roque hecho un energúmeno.

   — Pues señor, no hay duda, este hombro está rematadamente loco. —

 

   Y se apartó de él y fué publicando que el pobre Roque se había vuelto loco; y él veía que todos le señalaban con el dedo, unos con lástima, otros con burla, otros riéndose; y se le iba acabando la paciencia; y en esto un muchacho grito: «¡Al tio de la cruz» y otro y otros le hicieron coro: «¡Al tio loco de la cruz!» Y Roque corrió tras ellos echando fuego por los ojos, y tirando blasfemias por aquella boca; y los chicos corren más, y él, jadeando, corría y sudaba, y un zagal cogió una piedra, y —toma, al tio loco; — y esto fué como la señal de la batalla; y otro cogió otra piedra, y otros otras, y cayó un diluvio de piedras sobre el pobre Roque, nuevo San Esteban, pero sin sus méritos; y los chicos «¡al loco, al loco!» gritaban como demonios; y el infeliz se acordó de la maldición del gitano: en manos de chicos te veas. Y las piedras llovían. y no podía guarecerse de tantas como le tiraban; y el infeliz ya no perseguía a los muchachos, sino que éstos le perseguían a él, y corría delante de ellos, tropezando, con la lengua fuera, sudando a mares y sin ver el terreno que pisaba; y aquí caigo, aquí me levanto, le alcanzaron algunas chinas, se le escapó el sombrero, una piedra le hirió en la cabeza, el pobre so tocó y miró sangre, y ya no pudo sufrir más, y maldijo las rayas blancas que le pesaban como una losa de plomo, y le entró una mortal congoja; y los chicos seguían «¡al loco, al loco!» y piedras sin parar, y miró al cielo con angustia y bendijo su antes para él pesada cruz, y se maldijo a sí mismo, y fué su suerte que se encontró a la puerta del Cura, y entró y cerró la puerta, a la que alcanzaron algunas pedradas de los pequeños perseguidores, y se dejó caer medio muerto en un banco, a tiempo que el Cura salió de su habitación a los gritos de la turba infantil y al atronador estrépito de la pedrea...«¡Señor Cura!—rugió el dolorido Roque, en cuanto le apercibió; —no quiero cruz pintada, no quiero dos pesetas, ni dos duros, ni diez millones: me pesa esta cruz, me pesa haber salido esta mañana con estas dos rayas, me pesa más que todo esta cruz, en la que en poco me crucifican esos demonios de chiquillos, después de haberme rascado el alma hombres y mujeres con tanto preguntar por qué la llevaba pintada en la chaqueta. Bórremela Ud., por todos los Santos Apóstoles, si no, va a ser hoy el último día de mi vida.»

 

   — Vamos, sosiégate — dícele cariñosamente el Cura. —¿No te decía yo que esta cruz pintada te pesaría mucho? Siento mucho las pedradas: lávate esa herida, que por fortuna es muy leve: pero, por lo demás, me alegro que te convenzas de que muchas veces creemos tener una pesada cruz y quisiéramos dejarla, y querríamos tener otra que nos parece menos pesada, y resulta que la que Dios nos ha dado es mil veces más ligera. No murmures de la cruz que Dios te ha dado; confórmate con ella; confórmate con no tener mucho dinero, como tú dices que no tienes, que ya ves que es harto más ligera que esa pintada, de la que te reías cuando te la pinté.

 

   — Es verdad — dijo Roque, dando un resoplido como una ballena; —bórreme Y esa cruz de la chaqueta; bórremela,  que yo no la vea; y le prometo de aquí en adelante conformarme con la cruz que el Señor tenga a bien enviarme, y que la llevaré sin murmurar; y si no con alegría, porque no soy Santo, a lo menos con cristiana resignación.

 

   — Amén — dijo el Cura — y acuérdate que todo no consiste en prometer, sino en cumplir.

 

JOAQUÍN MARTÍNEZ LOZANO.

 

 

 

 

 



martes, 1 de abril de 2025

DEVOCIÓN DE LOS PRIMEROS MIÉRCOLES DE MES EN HONOR A SAN JOSÉ.


 

Por la señal, etc.

Pésame, etc.

 

   ¡Oh amabilísimo Patriarca San José! Desde el abismo de mi pequeñez y miseria os contemplo con emoción y alegría de mi alma en vuestro trono del cielo, como gloria y gozo de los Bienaventurados, pero también como padre de los huérfanos en la tierra, consolador de los tristes, amparador de los desvalidos, auxiliador de los Ángeles y Santos ante el trono de Dios, de vuestro Jesús y de vuestra santa Esposa.

 

   Por eso yo pobre, desvalido, triste y necesitado, a Vos dirijo hoy y siempre mis lágrimas y penas, mis ruegos y clamores del alma, mis arrepentimientos y mis esperanzas; y hoy especialmente os traigo ante vuestro altar y vuestra imagen una pena que consoléis, un mal que remediéis, una desgracia que impidáis, una necesidad que socorráis, una gracia que obtengáis para mí y para mis seres queridos.

 

   Y, para conmoveros y obligaros a oírme y conseguírmelo, os lo pediré y demandaré durante treinta días continuos, en reverencia a los treinta años, que vivisteis en la tierra con Jesús y María: y os lo pediré, urgente, y confiadamente, Invocando todos los títulos que tenéis para compadeceros de mí, y todos los motivos que tengo para esperar que no dilataréis el oír mi petición, y remediar mi necesidad; siendo tan cierta mi fe en vuestra bondad y poder, que al sentirla os sentiréis también obligado a obtener y darme más aún de lo que os pido y deseo.

 

   1) Os lo pido por la bondad divina que obligó al Verbo Eterno a encarnarse y nacer en la pobre naturaleza humana, como Hijo de Dios, Dios Hombre y Dios del hombre.

 

   2) Os lo suplico por vuestra ansiedad inmensa al sentiros obligado a abandonar a vuestra santa Esposa.

 

   3) Os lo ruego por vuestra resignación dolorosísima para buscar un establo y un pesebre para palacio y cuna de Dios nacido entre los hombres.

 

   4) Os imploro por la dolorosa y humillante Circuncisión de vuestro Jesús, y por el santo, glorioso y dulcísimo nombre que le impusisteis por orden del Eterno.

 

   5) Os lo demando por vuestro sobresalto al oír del Ángel la muerte decretada contra vuestro Hijo Dios, por vuestra obedientísima huida a Egipto, por las penalidades y peligros del camino, por la pobreza extrema del destierro y por vuestras ansiedades al volver de Egipto a Nazaret.

 

   6) Os lo pido por vuestra aflicción dolorosísima de tres días, al perder a Vuestro Hijo, y por vuestra consolación suavísima al encontrarle en el templo, y por vuestra felicidad inefable de los treinta años que tuvisteis en Nazaret con Jesús y María sujetos a vuestra autoridad y providencia.

 

  7) Os lo ruego y espero por el heroico sacrificio, con que ofrecisteis la víctima de vuestro Jesús al Dios Eterno para la cruz y para la muerte por nuestros pecados y nuestra redención.

   8) Os lo demando por la dolorosa previsión que os hacía todos los días contemplar aquellas manos infantiles, taladradas después en la cruz por agudos clavos; aquélla cabeza que se reclinaba dulcísimamente  sobre vuestro pecho, coronada de espinas; aquel cuerpo divino que estrechabais contra vuestro corazón, desnudo, ensangrentado y extendido sobre los brazos de la Cruz, aquel último momento en que le veíais expirar y morir.

 

   9) Os lo pido por vuestro dulcísimo tránsito de esta vida en los brazos de Jesús y María y vuestra entrada en el Limbo de los Justos y al fin en el cielo.

 

  10) Os lo suplico por vuestro gozo y vuestra gloria, cuando contemplasteis la Resurrección de vuestro Jesús, su subida y entrada en los cielos y su trono de Rey inmortal de los Siglos.

 

   11) Os lo demando por vuestra dicha inefable cuando visteis salir del sepulcro a vuestra santísima esposa resucitada, y ser subida a los cielos por los Ángeles y coronada por el Eterno, y entronizada en un solio junto al vuestro.

 

   12) Os lo pido y ruego y espero confiadamente por vuestros trabajos, penalidades y sacrificios en la tierra, y por vuestros triunfos y glorias y feliz bienaventuranza en el cielo con vuestro Hijo Jesús y vuestra esposa Santa María.

 

   ¡Oh mi buen Patriarca San José! Yo, inspirado en las enseñanzas de la Iglesia Santa y de sus Doctores y Teólogos, y en el sentido universal del pueblo cristiano, siento en mí una fuerza misteriosa, que me alienta y obliga a pediros y suplicaros y esperar me obtengáis de Dios la grande y extraordinaria gracia que voy a poner ante vuestra imagen y ante vuestro trono de bondad y poder en el cielo.

 

   Aquí, levantando el corazón a lo alto, se le pedirá al Santo, con amorosa instancia la gracia que se desea.

 

   Obtenedme también para los míos y los que me han pedido ruegue por ellos, todo cuanto desean y les es conveniente.

 

   San José rogad por nosotros; Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

 

ORACIÓN.

 

   Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como intercesor en los cielos. Oh Dios, que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén

lunes, 31 de marzo de 2025

LA INCREDULIDAD – Por el Apostolado de la Buena Prensa – Año 1894.

 



   Es uno de los mayores males de nuestro tiempo, el mayor sin duda de todos los males, la incredulidad, la falta de fe. La humanidad en gran parte no cree en las verdades de la religión, como creían nuestros antepasados. Este gravísimo mal lo consideran naturalmente los impíos, como uno de sus más gloriosos triunfos. Uno de ellos lo ha dicho: “Paso ya la edad de la fe, y ha empezado la edad de la razón”.

 

   Pero, ¿cuál es la causa de esta incredulidad tan generalizada? Según los impíos, es que las gentes se han convencido de que la Religión es falsa. Mas esto es fácil decirlo, pero imposible probarlo. Por el contrario, basta estudiar un poquito, nada más que un poquito, para convencerse de que nunca, como en nuestro tiempo, abundan las pruebas de la veracidad de la Religión. Eso que se llama ciencia, moderna, en todo lo que tiene de verdadera ciencia, está lleno de pruebas y demostraciones concluyentes a favor de la fe. El descubrimiento y estudio de las leyes naturales es una demostración evidente de la existencia de las leyes sobrenaturales. La grandeza del cosmos, revelada por la astronomía, es como una revelación nueva sorprendente y avasalladora de la grandeza de Dios, y de su providencia adorable. El microscopio nos muestra que en lo indefinidamente pequeño, no es Dios menos grande que en lo indefinidamente grande de la naturaleza. La Geología nos comprueba, casi de un modo matemático, la verdad del relato de Moisés, sobre la creación del mundo y del hombre. La historia profana, mejor estudiada que antes, demuestra la exactitud hasta de los menores detalles de la historia sagrada. La Psico-física y la Biología evidencian la unión substancial del alma con el cuerpo. La Meteorología entrevé ya que los vientos y las tempestades están sujetos a ley, como se dice en las Santas Escrituras. Todas las ciencias y estudios modernos comprueban más o menos la verdad de nuestra Santa Religión. Y los hombres de ciencia más esclarecidos de nuestro tiempo, muchos son católicos fervorosísimos. Sólo los charlatanes y eruditos alardean de impiedad, a nombre de la ciencia.

 

   No, no es la ciencia la causa de la incredulidad dominante. La causa es el vicio; son las pasiones desenfrenadas. No es que la edad de la razón haya sucedido a la edad de la fe, fórmula absurda; porque fe y razón son hermanas. Lo que hay es que a la edad de la fe y de la razón unida, se pretende que suceda la edad de la concupiscencia. Atenas no es enemiga de Roma, la enemiga es Sodoma, la ciudad de todos los vicios.

 

   No se cree, o no se prefiere creer, porque las creencias estorban para gozar. Se quiere comer mucho, se quiere oprimir a los pobres, se quiere beber vino hasta emborracharse, se quiere engañar al prójimo, se le quiere estafar, se quiere prestar dinero al 100 por 100 de interés o más, se quiere dar gusto, en suma, a todos los apetitos de la carne, satisfacer todos los malos deseos, dar rienda suelta a todos los instintos perversos; y por eso, nada más que por eso, se procura desembarazar del pensamiento de Dios; y se cierran los oídos para que no lleguen al alma las palabras de la Iglesia. Se procede, como el ave estúpida, que escóndela cabeza en un agujero para no ver al cazador que la aprisiona. Se procede como el cobarde que cierra los ojos, para no oír la descarga que puede herirle. Para los concupiscentes, para los glotones, páralos borrachos, para los tiranos, para los insubordinados y revolucionarios, para, los adúlteros, para los ladrones y para los asesinos. Dios es molesto, la Iglesia es incómoda, la virtud de los demás es una afrenta, la fe una pesadilla congojosa. Y quieren que no haya Dios, ni Jesucristo, ni Iglesia, ni Papa, ni sacerdotes, ni mandamientos que no cumplen, ni sacramentos que no reciben. Y como asi lo desean, se hacen la ilusión, de que lo que desean es la verdad, y dicen que no creen, cuando lo cierto es que, apenas se disipa un poquillo en sus conciencias el aturdimiento y mareo producidos por los vicios, asómbrase ellos mismo de encontrarse tan convencidos, tan creyentes como los cristianos prácticos más fervorosos.

 

   Esta es la verdad del escepticismo que hoy domina en tantas almas desventuradas.

 


jueves, 27 de marzo de 2025

Las confesiones mal hechas llevan muchas almas al infierno le dijo Cristo a San Teresa de Ávila – Por el Pbro. Luis José Chiavarino.


 

   

   DISCÍPULO: — ¿Es, pues, un gran mal la confesión mal hecha?

 

   MAESTRO: — Es la principal causa de la condenación de las almas.

 

   DISCÍPULO: — ¿De veras, Padre?

 

   MAESTRO: — Certísimo. Las Confesiones mal hechas son la causa de la perdición eterna de muchas almas.

 

   DISCÍPULO: — Padre, usted exagera.

 

   MAESTRO: — De ningún modo; no soy yo quien lo dice: lo aseguran los santos más duchos en las vías del espíritu; lo contempló en una visión Santa Teresa de Jesús.

 

   Estaba la Santa en oración y he aquí que al punto ve abrirse ante sus ojos un abismo profundísimo, todo repleto de fuego, encendido en vivas llamas y precipitarse numerosísimas, como los copos de nieve en invierno, las infelices almas. Espantada la santa alza los ojos al cielo y exclama:

 

   — “Dios mío, Dios mío”, Qué es lo que veo — ¿Quiénes son tantas almas pobrecitas? — “Seguramente son de pobres infelices, de idólatras, de turcos, de judíos…”

 

   — No, Teresa, le responde Dios. Sepas que las almas que ves ahora precipitarse en el infierno, por permisión mía, son todas ellas almas de cristianos como tú.

 

   — Pero serán almas de gente que ni creían ni practicaban la religión, ni frecuentaban los sacramentos.

 

  — No, Teresa, no. — Sepas que todas estas almas son de cristianos, bautizados como tú, que como tú creían y practicaban...

 

   — Más no se habrán confesado nunca, ni en la hora de la muerte...

 

   — Son almas que se confesaban y que se confesaron en el trance de la muerte... –– ¿Cómo, pues, Dios mío, se condenan?


   –– ¡Se condenan porque se confesaron mal!... Vé, Teresa, cuenta a todos esta visión y conjura a todos los obispos y sacerdotes a no cansarse nunca de predicar sobre la importancia de la confesión y contra las confesiones mal hechas, a fin de que mis amados cristianos no vengan a convertir la medicina en veneno y a servir para su daño de este Sacramento, que es el Sacramento de la misericordia y del perdón.

 

      DISCÍPULO: — ¡Jesús mío! — ¿Son, pues, tantas las confesiones mal hechas?

 

¡CONFESAOS BIEN!