sábado, 25 de octubre de 2025

¿QUÉ DEBEMOS HACER PARA SER CABALLEROS DE CRISTO REY? – Por el Cardenal Pie.

 


                                                       Entonces ¿qué haremos?

 

   «A vero bello Christi», (La verdadera guerra de Cristo) exclama el obispo de Poitiers, «ésta es la guerra en la que todos debemos ser soldados. Sí, la verdadera guerra de Cristo, la verdadera y sin reservas devoción a la causa de Cristo».

 

¡LUCHEMOS! Esta es la última palabra del valiente Obispo.

 

   Cada uno especificará esta palabra según su rango en el ejército de Cristo. El arzobispo Pie nos ha indicado con precisión el deber de los fieles, de los sacerdotes y de los líderes. Nos corresponde aceptarlo. Pero, en cualquier caso, y para todos, es una lucha, porque el hombre, abandonado a su carne, prefiere el reposo y desaparecer en una vida insignificante y sin sentido. Luchar contra uno mismo y contra los hombres que rechazan el yugo social del cristianismo resume, por lo tanto, el deber para con el Reino de Cristo.

 

   Luchemos, porque la condición de todo reino es ser defendido por soldados. Luchemos, porque los enemigos de este Reino son cada vez más numerosos y más encarnizados.

 

   Luchemos, porque solo quienes mueren con armas en la mano serán coronados. Luchemos, porque cuanto más nos acercamos al fin de los tiempos, más esta será la condición de los cristianos aquí abajo.

 

   Todo esto nos lo dirá el cardenal Pie:

 

   Luchemos con esperanza contra la esperanza misma. Porque quiero decir esto a esos cristianos pusilánimes, a esos cristianos que se hacen esclavos de la popularidad, adoradores del éxito y que se desconciertan ante el más mínimo avance del mal. ¡Ah! Afectados como están, ¡ojalá Dios les evite la angustia de la prueba final! ¿Está cerca esta prueba? ¿Está lejos? Nadie lo sabe y no me atrevo a augurar nada al respecto. Pero lo cierto es que, a medida que el mundo se acerca a su fin, los malvados y los seductores tendrán cada vez más ventaja. Casi no habrá fe en la tierra; es decir, habrá desaparecido casi por completo de todas las instituciones terrenales. Los propios creyentes apenas se atreverán a hacer una profesión pública y social de sus creencias. La escisión, la separación, el divorcio de las sociedades con respecto a Dios, que San Pablo da como señal precursora del fin, «nisi venerit discessio primum», se consumirá día a día. La Iglesia, una sociedad sin duda siempre visible, se verá reducida. Cada vez más a proporciones simplemente individuales y domésticas. Ella, que dijo en sus inicios: «El lugar es estrecho para mí, hagan espacio para mí donde pueda vivir: Angustus mihi locus, fac spatium ut habitem», verá el terreno disputado palmo a palmo, será rodeada, restringida por todos lados: tanto como los siglos la han engrandecido, tanto más se esforzará uno por restringirla. Finalmente, la Iglesia de la tierra sufrirá una verdadera derrota; le corresponderá a la Bestia hacer la guerra a los santos y conquistarlos. La insolencia del mal alcanzará su máximo esplendor.

 

   “Ahora bien, en este extremo de las cosas, en este estado desesperado, en este globo entregado al triunfo del mal y que pronto será invadido por las llamas, ¿qué deben todavía hacer todos los verdaderos cristianos, todos los buenos, todos los santos, todos los hombres de fe y de coraje?

 

   Luchando desesperadamente contra una imposibilidad más palpable que nunca, dirán con redoblada energía, con el ardor de sus oraciones, la actividad de sus obras y la intrepidez de sus luchas: ¡Oh Dios! ¡Oh Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre en la tierra como en el cielo; venga tu reino a la tierra como en el cielo; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo!, sicut in cœlo et in terra... ¡En la tierra como en el cielo! Murmurarán estas palabras de nuevo y la tierra cederá bajo sus pies. Y, como antaño tras un terrible desastre, se vio a todo el senado de Roma y a todos los órdenes del estado avanzar al encuentro del cónsul vencido y felicitarlo por no haber desesperado de la república. Así, el senado del cielo, todos los coros de ángeles, todos los órdenes de los bienaventurados acudirán al encuentro de los generosos atletas que habrán resistido la lucha hasta el final, esperando contra toda esperanza. A sí mismo: contra spem in spem. Y entonces, este ideal imposible, que todos los elegidos de todos los siglos habían perseguido obstinadamente, finalmente se hará realidad. En esta segunda y última venida, el Hijo entregará el Reino de este mundo a Dios su Padre; el poder del mal habrá sido evacuado para siempre al fondo del abismo; todo lo que no haya querido asimilarse, incorporarse a Dios por medio de Jesucristo, por la fe, por el amor, por la observancia de la ley, será relegado al pozo negro de la inmundicia eterna. ¡Y Dios vivirá y reinará plena y eternamente, no solo en la unidad de su naturaleza y la sociedad de las tres divinas personas, sino en la plenitud del cuerpo místico de su Hijo encarnado y en la consumación de los santos!»

 

“La realeza social de nuestro Señor Jesucristo”

Cardenal Pie.

LA ORACIÓN DEL CRISTIANO (Una lección para los estudiantes)

 



   E ¿de dónde vienes Luisito?

   —Papá, vengo de la Iglesia...

   —Lo que me agrada mucho.

   — Me he pasado la mañana pidiéndole a Dios que me saque bien de los exámenes.

   — ¿Y nada más?

   — ¿Qué más quiere Ud. que yo pida? Gracias a Dios y a Ud. nada me falta; eso es lo único que necesito.

   — ¿Y sabes tú acaso si necesitas salir bien de los exámenes?

   — ¡No he de saberlo!

   — Pues mira, hijo, eso es saber demasiado.

   Y para ver si puedo quitarte esa demasía, porque tanto se peca por carta de más como por carta de menos, voy a referirte un episodio de mi vida de joven y de estudiante. Tú sabes perfectamente que mis padres no me dejaron un cuarto, que todo lo que tenemos lo he ganado yo, con la ayuda de Dios, se entiende, ejerciendo mi carrera de medicina; tú sabes que paso por una notabilidad, y en eso de notabilidades te recomiendo andar con cuidado, pues siempre le ronda el orgullo y la vanidad, para nada aconsejables.... Pero, en fin, sea lo que quiera de mi notabilidad, es el hecho que yo he llegado a serlo sólo por  el favor de Dios, si no á sabio, a ser lo que se llama un maestro. Pues esto, poco o mucho que yo he conseguido.

 

   — ¿cómo crees tú que lo he logrado? ¿Te figuras acaso que fué saliendo sobresaliente todos los años?

   — Asi lo creo yo.

   — Pues te equivocas. Mira, yo empecé mi carrera con muchos tufos. Estudiaba poco; pero como tenía buena memoria y viveza ratonil; me lucía en las clases y me calificaban de sobresaliente al final del curso. Con esto me engreí, y me figuraba yo que era un Séneca, de esos Sénecas de ciencia infusa que no necesitan leer un libro, para saberlo todo. ¡Cómo despreciaba yo, en el fondo de mi alma, a mis desgraciados compañeros que no eran tan listos como yo! En esto llegamos al tercer año, y me tocó en suerte un catedrático llamado Don José, de mucha práctica en el Profesorado, hombre muy bueno, aunque con aspectos de severidad que imponían respeto. Me preguntó varias veces en clase, y siempre le contesté con mi acostumbrado desparpajo, con mi soltura de muchacho listo, que a tantos otros había ya deslumbrado. Yo también creí que lo tenía deslumbrado a él; pero, ¡cuál no sería mi sorpresa cuando, al final del curso, vi mi nombre en la lista de los postergados para Septiembre! Lloré, rabié de cólera, mi vanidad se sintió ultrajada hondamente, y no pude contenerme, fui a ver a Don José, y reclamé en términos respetuosos, pero enérgicos, contra aquella disposición arbitraria.

   —Bien— me contestó secamente; — examínese Ud.

   Me examiné, me preguntó no sé qué cosa, me hice un lío; porque perdí los alfileres, conque llevaba prendida la asignatura, y me suspendió. ¡Figúrate tú qué coraje, qué rabia se apoderarían de mí! Estudié todo el verano con ardor, y no fiándome ya de mis fuerzas propias, reclamé las de Dios. Pero mi oración hijo mío, era de este modo: ¡Virgen Santísima que yo salga bien del examen; que reconquiste mi reputación perdida! Hice no sé cuántas promesas a Nuestra Señora para cumplirlas si salía bien; ¡Nada me valió! Llego septiembre, y para mí llegaron nuevas calabazas.

   ¡Quedé anonadado! Tuve que repetir el curso Mis compañeros, aquellos a quienes antes yo despreciaba, me miraban ahora por encima del hombro, más adelantados que yo en la carrera. Me refugié dentro de mí mismo, y estudié de verdad. Aquel año, hijo mío, fué el primer año en que yo empecé a enterarme de lo que es la medicina. Al final del curso comprendí que Don José me habla hecho un favor señaladísimo revolcándome en los exámenes del anterior, y empecé a comprender la vida seriamente, y, lo que más vale, a comprender la religión. Entonces comprendí que mis oraciones no habían sido perfectas y mis promesas vanas, y que Dios sabe lo que nos conviene y nosotros no.

   — Entonces, papá, ¿no se debe pedir a Dios?

   — Constantemente, Hijo mío, constantemente; pero pidiéndole lo que Él nos enseñó a pedirle: que se haga su voluntad, asi en la tierra como en los cielos. Debemos exponerle a Dios nuestras necesidades y nuestros deseos, cuando estos con legítimos y razonables; pero siempre con la coletilla: «¡Dios mío, esto te pido, si me conviene y á Ti te agrada!» Yo le pedí a Dios que me aprobaran, y si me aprueban, es casi seguro que soy toda mi vida un fatuo ignorante. Dios fué, sin duda, el que inspiró a mi catedrático Don José aquella justa severidad que me ha hecho un hombre práctico y entendido en mi arte. Y todo esto, hijo mío, no es más que un símbolo, un lejos de las cosas verdaderamente serias, que no son otras sino las que se refieren a nuestra salvación eterna. Ser sabio o ignorante, ser médico, abogado o mendigo, todo viene a ser igual, y todo es nada al lado de lo realmente interesante que es: SER BUENO EN ESTE MUNDO Y BIENAVENTURADO EN EL OTRO. Esto, esto es lo que yo quiero, hijo mío, que pidas a Dios constantemente.

 

“LECTURA DOMINICAL”

 

 

viernes, 24 de octubre de 2025

SAN MAXIMILIANO KOLBE Y LA INMACULADA.


 

   Dice este Maximiliano, enemigo de la masonería y demás sectas: “¿Cómo es posible que nuestros enemigos tanto se muevan hasta prevalecer, mientras nosotros nos quedamos de brazos cruzados, quizás rezando un poco, sin movilizarnos a la acción? ¿La protección del cielo y de la Virgen Inmaculada no son armas mucho más poderosas? La “Sin-mancha”, vencedora y derrocadora de todas las herejías, no cederá campo al enemigo que alza la cerviz. Si Ella hallare siervos fieles, dóciles a su comando, reportará nuevas victorias, mucho mayores que las que se puede imaginar.

 

   Sin duda, la Virgen no tiene necesidad de nosotros; sin embargo se digna servirse de nosotros para damos el mérito y para hacer más estupenda la victoria con personas pobres y con medios inadecuados...

 

   Hemos de ponernos en sus manos cual instrumentos dóciles, trabajando con todos los medios lícitos, utilizando la palabra, la difusión de la prensa mariana y de la Medalla Milagrosa, afianzando la acción con la oración y el buen ejemplo”.

 

 

LA FUENTE DEL BIEN.

   


   — Admírome y hágome siete cruces al ver lo majaderos que somos los hombres; lo ciego que estamos; lo a oscuras que vivimos. Todo se nos va en ir de acá para allá buscando remedio a nuestros males, cuando lo tenemos tan cerca.

    — ¿Dónde?

   — En el Corazón de Jesús.

   — Siempre echa Ud. por el mismo camino

   — Porque no hallo otro mejor para llegar al fin.

   — Bien, hombre; pero convengamos en que el pueblo tiene hoy ciertas necesidades que no se satisfacen con bendiciones, y ciertas miserias que no se curan con agua bendita.

   — Quien no se cura con agua bendita ni sin bendecir, son los cortos de vista, que por no ver nada, ni siquiera ven lo que les conviene.

   — ¿Y qué les conviene?

   —Volver a Jesucristo.

   — Hombre, bien, yo creo en Jesucristo: pero....

   — Dispense usted: usted no cree en Jesucristo; y si no dígame ¿qué quiere decir Jesús?

   — Salvador.

   — Y Salvador, ¿qué quiere decir?

   — El que salva.

   — Pues si el mundo necesita salvarse, y Jesús es el que salva, ¿cómo ha de salvarse fuera de Jesús?

   — Es que yo he oído decir que si los pueblos pasan mal, es porque les falta que comer; y si les falta que comer es porque están muy atrasados; y si están muy atrasados es porque no tienen libertad.

   — Dispense Ud., esa letanía se reza de otra manera: El pueblo está mal, porque no tiene pan: y no tiene pan, porque se lo han arrebatado los egoístas que no viven según la ley de Jesús.

   El pueblo está mal, porque no tiene luz, porque con sus perversas doctrinas le han llenado la cabeza de errores los que no creen en el Evangelio de Jesús.

   El pueblo está mal, porque se ha corrompido; y se ha corrompido, porque de su corrupción y de sus vicios han hecho artículo de comercio en el periódico, el teatro, el cine, la pintura, la novela, etc., los malvados que no conocen a Jesús.

   — Basta, amigo: voy viendo que siempre va Ud. a parar a lo mismo.

   — Sí, señor, a lo mismo; a Jesús, porque ahí está la fuente de todos los bienes y el remedio de todos los males.

   Nada; preciso es convencerse de aquella gran verdad del Evangelio en que tan pocos se fijan.

   ¿Cuál?

   — Que del corazón sale todo. Efectivamente, dadme un hombre muy rico y muy sabio, pero de mal corazón, y de ese habrá que huir como de la peste; porque su poder y saber lo harán más peligroso.

   Pues lo mismo sucede con las naciones.

   Dadme una nación muy fuerte y poderosa para todo, menos para dominar sus vicios, y antes que vivir en ella preferiría vivir entre salvajes.

   Lo dicho: del corazón sale todo. Si el corazon es bueno, de él salen bienes; si el corazón es malo, salen males. Por eso el Corazón sacratísimo de Jesús, modelo de corazones, ha sido y será siempre la fuente de la felicidad, porque es la fuente del bien.

   Vea Ud. si no, de donde nacen todos los bienes que recibe el pueblo.

   ¿Ha visto Ud. muchos incrédulos que abandonen las delicias de la vida para ir a servir a los enfermos en los hospitales, como lo hacen los que aman al Corazón de Jesús?

   ¿Ha visto Ud. muchos libre-pensadores que sacrifiquen su juventud, y que vestidos de un triste sayal se vayan a civilizar pueblos salvajes, a costa de su vida, como lo hacen los adoradores del Corazón de Jesús?

   ¿Ha visto Ud. muchas mujeres de mundo que sacrifiquen su belleza, se despojen de sus galas, para encerrarse en los asilos, escuelas, hospitales y manicomios, para cuidar enfermos asquerosos, mujeres perdidas, niños abandonados y locos furiosos, sin más retribución que un pedazo de pan ni más esperanzas que un hoyo en el cementerio, como lo hacen cada día las “Hermanas de la Caridad,” las “ Hermanitas de los Pobres?”...y tantas otras santas criaturas que dan su vida por los demás?

   No: eso sólo saben hacerlo los amigos del Corazón de Jesús.

   — Efectivamente, no dejo de conocer que los buenos cristianos son siempre los que se portan mejor con el prójimo.

   — Pues entonces, aplique Ud. el cuento. Si lo que en el mundo falta es virtud, y esa virtud sólo la inspira Cristo, ¿cómo encontrar fuera de Él la deseada felicidad?

 

Del Corazón de Cristo

Brota una fuente,

Que el agua de la vida

Lleva a torrentes;

Lejos de ella,

Nunca hallarán los hombres

Más que miserias.

 

ADOLFO CLAVARANA

 

Revista “EL IDEAL”.

Guatemala – 1917.

 

sábado, 18 de octubre de 2025

¿CUÁL SERÁ EL MEJOR TRABAJO DEL MUNDO?


 


   UNA MADRE: – ¿Cuál es el mejor trabajo del mundo? Me pregunta mi hijo y yo me quedo pensando.... No Io sé. ¿Sacerdote, médico, maestro, bombero, policía, ingeniero, músico, futbolista, chef, arquitecto, gobernador, rey?

 

   Claro que no existe un mejor trabajo del mundo, porque bueno... depende de las circunstancias, las capacidades, actitudes y aptitudes, depende en fin de la Providencia. Y  entonces no existe un solo mejor trabajo del mundo... ¿o sí?

 

   ¿Cuáles serían las características que califican a un trabajo como el mejor del mundo?

 

   Debe de ser de gran importancia para el desarrollo del país, del continente o mejor, del inundo entero.

 

   Debe de tener una gran remuneración por el producto entregado.

 

   Debe ser sumamente enriquecedor en experiencias, aprendizaje, muy poco monótono y nada de aburrido.

 

   Debe valer la pena para dedicarle una completa atención, mi tiempo, juventud y descanso. Y sobre todo debe tener tanta trascendencia que resonará en la eternidad y ni la misma muerte me pueda quitar lo ya ganado. ¡Ah, ya no está tan fácil tener el mejor trabajo del mundo!

 

   Y por supuesto, el mejor trabajo del mundo debe de ser muy difícil, a las grandes empresas hay que dedicarle toda la vida para llegar a ser experto, lleno de sacrificios y de tenacidad, porque eso sí, tener el mejor trabajo del mundo requiere darse cuenta de la gran responsabilidad y el terrible compromiso que esto implica, esto lo saben los grandes empresarios…, los grandes científicos como Luis Pasteur, los grandes innovadores como Henry Ford que definitivamente se comprometieron  llegar a la meta y alcanzar el triunfo, compitieron bien y fueron recompensados, diría San Pablo, aunque humanamente hablando.

 

   Sin embargo... no me impresionan, porque ¿saben? Yo Si tengo el mejor trabajo del mundo. Miles de personas realizan sus actividades cotidianas esperando mi producto, el cual es tan importante y tan delicado que requiere años de cuidado y maduración.

 

   Desde que me contrataron para esta empresa ya no he dormido bien, no he comido bien, no he dejado de preocuparme, me da tantas alegrías como tristezas, tanta ilusión como frustración, algunas veces hasta he llegado a pensar que es demasiado complicado, incluso he anhelado la monotonía. Cuando he dominado cierta destreza, alguna técnica en particular, resulta que ya no es necesaria, porque ya hay que aprender otra, y cuando ya estoy lista pata sentirme satisfecha de la organización de mi tiempo, me encargan otro producto que hay que atender desde el principio como si no tuviera mi tiempo laboral super saturado.

 

   Y vaya que hay que capacitarse continuamente, todos los domingos hay que ir con los gerentes generales de la empresa, que saben dar los mejores consejos y nos persiguen continuamente para ser las mejores. Una vez al año hay que acudir a una capacitación intensiva, para recordar cuales son las políticas de la empresa, mediante cierta técnica de aprendizaje medieval de una antiquísima “Compañía” de un tal Ignacio de Loyola.

 

   Todos los días hay que leer algo de los manuales de capacitación, los cuales han sido escritos por grandes sabios y doctores, que a través de los siglos han enriquecido a la compañía, hay que leer muchos libros que nos enseñen como obtener mejores resultados en el producto esperado. Hay que repetir la primaria tantas veces como productos le hayan encargado, repasar la secundaria y vigilar que los productos sigan el programa establecido en la preparatoria o en los estudios superiores. (Se imaginan pasar tres o cuatro o cinco veces por el 5to grado de primaria y el 6° y el I° de secundaria y el... etc...). Debe uno de gozar de gran versatilidad para completar las tareas manuales asignadas, debe uno ser entre otras cosas; chef porque los productos esperados comen mucho y diverso y cambian de antojo y necesidad, según la época en la que estén. Hay que ser arquitecto, para remendar maquetas, puertas y muebles de segundo uso. Maestra para explicar lo inexplicable. Enfermera y doctora para ver la gravedad del golpe, la roncha o la fiebre. Hay que ser también, ayudante, guía espiritual, consejera de amores, chofer de transporte escolar y en fin… mil cosas más.

 

   A las personas que gozan de este trabajo, les digo que no tenemos oportunidad de fallar en la empresa, porque el que nos contrató nos dotó de todas las capacidades necesarias, y si no las tenemos, no hay que preocuparse, sólo tenemos que solicitarlas al mismo director de la empresa que por cierto tiene TODO EL PODER. No necesitamos esperar para que Su secretaria nos dé cita SIEMPRE ESTA LISTA PARA AYUDARNOS. SIEMPRE AL PENDIENTE LAS 24 HORAS DEL DÍA LOS 365 DÍAS DEL AÑO, como si yo fuera su única empleada, como si fuera su querida hija, todo para que la entrega del producto sea óptima

 

   Muchísimos grandes y santos hombres están esperando por nuestro precioso producto en diversas partes del mundo: en los seminarios para formar sacerdotes, en los monasterios y conventos para formar religiosos, en las universidades para formar médicos, arquitectos, ingenieros, en los talleres para formar excelentes hombre de trabajo artesanal y en las fábricas para emplear buenos obreros. Entonces me doy cuenta de que sí, de que yo tengo el mejor trabajo del mundo, y la Providencia de alguna manera depende de mi entusiasmo entrega y sacrificio para completar la carrera y poder decir, he cumplido, he llegado a la meta.

 

   Y en este mundo al revés, ¿pueden creer que mi trabajo, el mejor del mundo, ha sido devaluado, menospreciado e incluso rechazado? ¡Ja! Si mi trabajo no es tan sólo cocer ni cantar.

 

   En fin la mejor persona que ha existido en el mundo, aquella sin el pecado original, también ha tenido y tiene el mejor trabajo del mundo, por lo que diariamente le pido que ruegue por mí a Dios para llegar bien al final.

 

   Y saben: He decidido decirle a mi hijo que el mejor trabajo del mundo para él, que no tendrá la dicha de tener el mío por ser éste exclusivamente un arte femenino, será el de ser santo, que no es nada despreciable, aunque acá entre nosotros, ya lo saben, el mejor trabajo del mundo es el mío. EL DE SER MADRE.

 

Martha Eunice Rodríguez de Llanos.

 

“FAMILIA CATÓLICA”

 

lunes, 13 de octubre de 2025

LOS TRES FILTROS DE SÓCRATES.



   “Algunos tienen una serpiente en la lengua y otros en el oído.” San Agustín.

 

   Un discípulo llegó muy agitado a la casa de Sócrates y empezó a hablar de esta manera:

 

   – “¡Maestro! Quiero contarte cómo un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia…”

 

   Sócrates lo interrumpió diciendo:

 

    – “¡Espera! ¿Ya hiciste pasar a través de los “Tres Filtros” lo que me vas a decir?

 

   – “¿Los Tres Filtros…?”

 

   – “Sí” – replicó Sócrates. El primer filtro es la VERDAD. –“¿Ya examinaste cuidadosamente si lo que me quieres decir es verdadero en todos sus puntos?”

 

   – “No… lo oí decir a unos vecinos…”

 

   – “Pero al menos lo habrás hecho pasar por el segundo Filtro, que es la BONDAD: ¿Lo que me quieres decir es por lo menos bueno?”

 

   – “No, en realidad no… al contrario…”

 

   – “¡Ah!” – Interrumpió Sócrates. –  “Entonces vamos a la último Filtro. ¿Es NECESARIO que me cuentes eso?”

 

   – “Para ser sincero, no…. Necesario no es.”

 

   – “Entonces –sonrió el sabio –Si no es verdadero, ni bueno, ni necesario… sepultémoslo en el olvido…”

 

jueves, 9 de octubre de 2025

DEL YUGO SIONISTA A LA ARGENTINA POSIBLE (Año 1976) – Por WALTER BEVERAGGI ALLENDE. (Abogado y Doctor en Economía).


 


   Cuando la Agencia de Noticias TELAM difundió, el 28 de abril de 1975, a la opinión pública Argentina la “CREACION DE UN ESTADO DE ISRAEL EN ARGENTINA”.

 

   Comentario de Nicky Pío: Lo que van a leer es una  prueba más, de carácter “irrefutable” sobre la existencia del PLAN ANDINIA. Lógicamente siempre habrá quienes lo nieguen, y busquen silenciar la verdad y a los que lo divulgan. Este plan ya se puso en marcha hace más de medio siglo, cómo lo van a leer en este artículo.

 

DE LA “ARGENTINA-COLONIA”

A LA POSIBLE DESINTEGRACION NACIONAL.


   El 28 de abril de 1975, la opinión pública de muchos lugares de nuestro país se sobresaltó con una noticia por demás llamativa: “CREACION DE UN ESTADO DE ISRAEL EN ARGENTINA”. La información provenía del exterior, y la transmitía la agencia oficial de noticias Télam, de manera que no podía dudarse de la seriedad de la misma y del carácter fidedigno atribuible a la fuente. El despacho de Télam fue publicado por numerosos e importantes diarios del interior del país; prácticamente por ninguno de la Capital Federal. Pese a la gravedad de la noticia y a la respetabilidad de su procedencia, nadie planteó un “pedido de informes” en el Congreso de la Nación. Evidentemente, los “frenos y contrapesos” del régimen funcionaban perfectamente: tanto a nivel de “instituciones políticas” como de medios masivos de difusión.

 

   Reproducimos a continuación, textualmente, el mensaje de la Agencia Télam, tal como fuera insertado en una media docena de diarios que tenemos a la vista sin que se advierta entre las versiones reproducidas por todos ellos variante alguna: “PREGON”, de S. S. de Jujuy; “EL DIARIO”, de Paraná; “LA GACETA", de Tucumán; “EL LIBERAL”, de Santiago del Estero; “CORDOBA”, de Córdoba, entre otros, todos del 28 de abril de 1975.

 

   “BARCELONA, España, 27 (Télam-EFE). – La creación de un Estado de Israel en Argentina es revelada por el periodista español Miguel de la Cuadra Salcedo en unas declaraciones publicadas en el diario “La Vanguardia Española”, de Barcelona. “En el sur de Argentina –afirma el periodista se está ultimando el “Proyecto Andinia”, que es nada más y nada menos que el intento de creación del Estado de Israel; la zona es muy rica en petróleo, no puedo decirles más. Ante la insistencia del entrevistador, Miguel de la Cuadra, puntualiza que no puede dar más detalles, y afirma, sin embargo, haber visto los documentos que acreditan el nuevo Estado, que se llama precisamente –dice– Andinia, incluso, puedo obtener fotografías de los mismos. Además –añade–, he estado allí y he visto con mis propios ojos lo que se está haciendo, cómo se está trabajando.”

 

   Con todo lo impresionante que esta noticia podía parecer, lo importante es que no se trataba de algo enteramente novedoso, sino, por el contrario, de la simple confirmación, por vía de una fuente periodística responsable y perfectamente identificada, del extranjero, de informaciones que mucho tiempo atrás habían tomado estado público en nuestro país. Por ejemplo, el 19 de noviembre de 1971, el autor de esta obra, envió una carta pública al señor José Ignacio Rucci, entonces Secretario General de la C.G.T., la cual tuvo amplísima difusión en todo nuestro territorio, no precisamente por la vía periodística, pues, fue cuidadosamente “silenciada” por los medíos masivos de difusión, sino por la impresión y reproducción en millones de ejemplares, espontáneamente emprendida por nuestros conciudadanos. Además, y debido a esta circunstancia –que frustró la “orquestación de silencio” respecto de mi grave denuncia–, la DELEGACION DE ASOCIACIONES ISRAELITAS DE LA ARGENTINA (D.A.I.A.), se sintió obligada a desmentir las afirmaciones contenidas en mi carta a Rucci, en una presentación oficial ante el Ministerio del Interior. Por supuesto que esta presentación de la D.A.I.A., sí, contó con la más amplia divulgación por parte de todos o casi todos los medios informativos del país. El argumento central de esta entidad, que de ningún modo pudo refutar mis aseveraciones, estaba referido a mi presunta condición de “antisemita” o “antijudío”, condiciones que gratuitamente se me atribuyen y que he negado siempre, con fundados argumentos. (Véase, por ejemplo, diario LOS PRINCIPIOS, Córdoba, 11-XI-69).

 

   Pero he aquí que, poco tiempo después, un eminente autor judío (ello es, de religión judía), el señor Jacques Zoilo Scyzoryk, publica en Buenos Aires un libro titulado “EL IMPERIO JUDEO-SIONISTA Y LA DESINTEGRACION ARGENTINA” (Edit. Continente Indoamericano, Bs. As., 1972.), quien en el Capítulo VII de esa publicación, saturada de pruebas documentales, no sólo avala las afirmaciones contenidas en mi carta a Rucci, respecto del “PLAN ANDINIA”, sino que provee abundantes demostraciones y argumentos que corroboran las intenciones atribuidas al SIONISMO INTERNACIONAL de crear un “Estado de Israel” a expensas del territorio argentino. Evidentemente, al señor Scyzoryk, nieto de un rabino, y destacado publicista nacionalizado argentino, tampoco se le puede achacar con ningún fundamento serio ser “antijudío” o “antisemita” (…).

miércoles, 8 de octubre de 2025

SANTA TAIS, Penitente. 8 de Octubre.

 




    Hermosa como pocas, Tais de Egipto fue la prostituta más reclamada de su tiempo. Convertida por el abad Pafnucio, dedicó sus últimos días a la penitencia y oración. Un elocuente ejemplo de la vida de los cristianos de los primeros tiempos. Está claro que el reino de los Cielos no pide antecedentes de honorabilidad antes de abrir sus puertas.

 

   Fue Tais una prostituta de extraordinaria belleza. En el libro titulado Vidas de los Padres se lee que muchos hombres acabaron en suma pobreza tras vender sus haciendas y emplear todo su dinero en satisfacer los caprichos de esta mujer, ante cuya casa corría a menudo la sangre, porque los jóvenes, celosos unos de otros, se disputaban su amor y entablaban frecuentemente entre sí duelos y peleas.

 

   Cuenta en su cándido latín Roswita que el abad Pafnucio, que había oído hablar de estos escándalos, estaba triste al ver las almas que caían en las redes de la cortesana alejandrina; pero he aquí que deja su túnica de piel de oveja y su cilicio metálico, derrama sobre su cabeza el bálsamo hecho de resinas y flores maceradas, cubre su cuerpo con una brillante túnica de escarlata, se echa al cuello una cadena de oro, y apoyándose en su bastón de puño de marfil, emprende la marcha en dirección a la ciudad.

 

   Tais vive en la inmensa plaza donde se juntan las dos calles principales, de sesenta metros de anchura. Su casa es elegante y señorial: pórtico de columnas y capiteles, amplio peristilo, en cuyo centro se esconden, entre palmeras, deliciosos rincones adornados y perfumados por los rosales, los terebintos y los miosotis; largos senderos de mullidas alfombras polícromas, lo más exquisito de las fábricas de Egipto y Capadocia. Pafnucio los pisa confiado, como si no hubiera pasado lo mejor de su vida lejos del contacto con los hombres. Una fuerza interior le guía. No ha dudado, ni ha temblado siquiera cuando poco antes de pisar los umbrales, unos muchachos le han ponderado la seducción irresistible de la cortesana.

 

      Entrando en la morada, como si hubiese ido allí a pecar, entregó una moneda de oro a la ramera. Esta recibió el dinero y dijo a Pafnucio:

 

    –Vamos a mi dormitorio. 

   Al pasar a la habitación, Pafnucio dijo a Tais: 

   –No me gusta este sitio. ¿No hay en esta casa otro más íntimo y reservado? 

   Tais llevó a Pafnucio a otra estancia y a otra, y a otra, porque en cuanto entraban en alguna de ellas Pafnucio invariablemente repetía lo mismo: 

   –Este cuarto no me agrada. ¿No tienes algún otro más secreto en que podamos estar sin que nadie nos vea? 

   Cuando ya habían recorrido varias habitaciones, Tais dijo a Pafnucio: 

  –Pues ya no nos queda por ver más que un lugar de esta vivienda en el que jamás entra nadie; pero no nos va a valer; porque si lo que pretendes es que nadie nos vea, ni siquiera Dios, pretendes algo imposible, ya que no hay en todo el mundo escondrijo alguno, por muy oculto que parezca, a donde los ojos de Dios no lleguen. 

   Pafnucio, al oír esto, exclamó: 

    –¡Ah! ¿De modo que tú crees en Dios y sabes que existe? 

   Tais respondió: 

   –Claro que creo en Dios y que sé que existe; como también sé que existen la vida futura, el reino de los cielos y tormentos para los pecadores. 

   –Y sabiendo esas cosas –inquirió Pafnucio–, ¿cómo es posible que estés contribuyendo a la perdición de tantas almas? ¿Ignoras acaso que tendrás que dar cuenta al Señor no sólo de ti, sino también de todos cuantos por tu culpa tal vez se hayan descarriado?

   En oyendo esto, Tais se arrojó a los pies del abad Pafnucio y deshecha en lágrimas, dijo: 

   –¡Oh padre! Yo sé que existe la posibilidad de borrar los efectos de mi mala vida con la penitencia. Cierto que estoy en una situación horrible; pero si tú me ayudas puedo salir de ella. Concédeme, por favor, un plazo de tres días para arreglar algunas cosas; yo te prometo que después iré a donde digas y haré lo que me ordenes. 

 

   El abad accedió a la demanda y le indicó el sitio en que habían de verse tres días más tarde. La pecadora, inmediatamente, recogió sus enseres, riquezas y cuanto había obtenido durante su vida con el comercio de su cuerpo, lo amontonó en la plaza principal de la ciudad y prendió fuego a todo aquello en presencia de muchísimas personas que asistieron curiosas al espectáculo. Mientras sus muebles, ropas y alhajas ardían, Tais decía a voces: 

 

   –¡Eh! ¡Vosotros, todos los que habéis pecado conmigo! ¡Venid y ved cómo quemo todo lo que me habéis dado! 

 

   Unas cuatrocientas libras de oro valían aproximadamente los objetos que en aquella ocasión quemó. En cuanto quedaron reducidos a pavesas, la hasta entonces pecadora marchó al lugar previamente convenido con el abad. Este la condujo a un monasterio de monjas situado en el desierto, y la recluyó en una angosta celda cuya puerta cerró por fuera con precintos de plomo. La pequeña dependencia en que Tais quedó encerrada no tenía más comunicación con el exterior que una reducida ventanilla a través de la cual, por disposición de Pafnucio,  se pasaría a la reclusa diariamente una módica ración de pan y agua.

 

   Cuando el anciano iba a retirarse, Tais le preguntó: 

   –Padre, al hacer mis necesidades naturales, ¿a dónde tiraré los excrementos y orines? 

   El abad respondió: 

    –Déjalos contigo; esa es la compañía que mereces. 

   Tais hizo a Pafnucio una última pregunta: 

    –¿Cómo debo adorar a Dios? 

   Pafnucio le respondió: 

   –Puesto que no eres digna de pronunciar su nombre ni de invocar con tus labios a la Trinidad ni de extender tus manos hacia el cielo, porque tu boca está llena de iniquidad y tus manos se hallan repletas de inmundicias, limítate a volverte hacia oriente y decir una y otra vez y muchas cada día: “Tú que me has creado, ten misericordia de mí”. 

 

   Tres años después Pafnucio se compadeció de la reclusa y se fue a visitar al abad Antonio para preguntarle si a su juicio Dios habría perdonado ya a la penitente. Antonio, tras oír el relato que Pafnucio le hiciera, reunió a sus monjes y les dijo: 

   –Esta noche no os acostéis: permaneced en vuestras celdas orando hasta que amanezca. 

   Antonio abrigaba la confianza de que el Señor, durante aquella vigilia, revelaría a alguno de sus religiosos algo que le permitiera responder acertadamente a la consulta que Pafnucio le había hecho.  Los monjes, por supuesto, no sabían de qué se trataba, pero obedientes, no se acostaron, sino que pasaron la noche entera en oración; uno de ellos, el abad Pablo, el más aventajado discípulo de Antonio, durante la vigilia tuvo un éxtasis y vio lo siguiente: las puertas del cielo se abrían; en medio de él había un lecho muy engalanado y al lado del mismo tres hermosísimas doncellas que representaban, respectivamente: una, el temor a las penas futuras, gracias al cual alguien se había apartado del mal camino que llevaba; otra, el arrepentimiento, por cuya virtud la persona que se había apartado del mal había obtenido el perdón de sus pasadas culpas; otra, el amor a la justicia, merced al cual la persona perdonada tenía ya asegurada su eterna salvación.

 

   El abad Pablo, al ver a las tres doncellas y sin entender lo que cada una de ellas significaba, preguntó al Señor: “¿Pretendes manifestarme a través de esas tres alegorías que el alma por ellas representada es la de mi maestro Antonio?”. El Señor le contestó diciéndole: “No, la persona convertida, perdonada y salvada, representada por estas tres hermosísimas doncellas, no es tu maestro, el abad Antonio, sino Tais, una mujer que hasta hace unos años fue ramera”. 

 

   A la mañana siguiente Pablo refirió a Antonio la visión que durante la vigilia había tenido; Antonio a su vez dio cuenta de ella a Pafnucio, y éste, rebosante de alegría, regresó a su ermita y en seguida, desde ella, puesto que ya conocía cuál era la divina voluntad al respecto, se trasladó al monasterio de las monjas, quebró los sellos de los precintos que tres años antes pusiera en la puerta de la celda de Tais, abrió la susodicha puerta y dijo a la reclusa: 

 

   –¡Sal! El tiempo de tu penitencia ha terminado. 

   Tais le respondió: 

    –Permíteme continuar aquí. 

   Pafnucio insistió: 

   –¡Sal! El Señor ya te ha perdonado. 

   Desde dentro la reclusa manifestó: 

    –Pongo a Dios por testigo de que lo que voy a decirte es cierto: tan pronto como me quedé sola, encerrada en esta celda, hice un recuento minucioso de todos mis pecados, formé con ellos una especie de fardo que resultó inmensamente voluminoso y, desde entonces hasta ahora, así como no he dejado ni un solo instante de respirar, así tampoco he cesado de llorar amargamente al ver la cantidad, enormidad y gravedad de las innumerables malas acciones que en mi pasada vida he cometido. 

 

   – Debes saber –le aclaró Pafnucio– que, si has sido perdonada, esto no se ha debido precisamente a la penitencia que has practicado, sino al hecho de haber conservado vivo en tu alma durante todo este tiempo el santo temor de Dios. 

 

   Acto seguido salió Tais de la celda en que había permanecido recluida; pero quince días después reposó para siempre en la paz del Señor.

 

   No lejos del Nilo, en los alrededores de Antinoé, la ciudad del emperador Adriano, se encontró a principios de este siglo la tumba de Pafnucio el anacoreta. Su momia aparecía cubierta del tosco sayal oscuro y acompañado de las pesadas cadenas con que quiso martirizarse en la vida. Del cuello le colgaba un collar de hierro sosteniendo una cruz. Bajo una bóveda cercana reposaba la momia de una mujer. La durmiente había querido presentarse a Cristo con los mejores atavíos de los días de fiesta, guiada por aquel mismo pensamiento que hacía decir a San Macario: “Guardo mi vestido nuevo para comparecer delante del Señor." Viste una túnica inferior de lino, guarnecida en los bordes de una banda de terciopelo azul con dibujos de flores de un color pálido oscuro. Sobre la túnica, un manto de lana amarillo, adornado de franjas de seda con medallones, arabescos y hojas estilizadas de tonos mortecinos. Los pies se esconden en pequeñas sandalias de cuero, con realces de filigranas doradas, entre las cuales campea la cruz, y los cabellos en una amplia gasa de color carmín, que cuelga holgadamente por la espalda. Cubriendo el rostro de la yacente había un canastillo de mimbre, que nos recuerda la costumbre primitiva de colocar la sagrada Eucaristía en los sepulcros, según aquellas palabras de San Jerónimo: “Nadie es más dichoso que aquel que guarda el cuerpo del Señor en un cestillo de mimbres.” Sus manos sostenían una rosa de Jericó, la anastásica, la flor que resucita como Jesús, símbolo de la inmortalidad. Unas tablitas de madera y de marfil, taladradas con muchos agujeros, descansaban sobre el pecho. Era un instrumento para llevar la cuenta exacta, de las oraciones: un rosario. Cerca de ellas, una cruz ansada, que en el viejo Egipto era una figura de la vida y del eterno renacimiento; y bajo cada uno de los brazos, tocando la frente con las extremidades, dos palmas, símbolo clásico de gloria y de renovación. A un lado del nicho se leía esta inscripción en letras rojas:

 

   “Aquí descansa Tais, la bienaventurada.”