Todos dicen: quiero salvarme, pero pocos ponen
los medios para conseguirlo.
Un
cortesano que había gastado su vida al servicio de su rey, fué atacado de una
enfermedad mortal. El monarca, que lo
amaba tiernamente, fue a visitarlo con algunos otros de sus cortesanos, y
viéndole tan cerca de la muerte, movido a compasión, le dijo:
— ¿Puedo servirte en algo? Pide cuanto quieras, nada te
rehusaré.
—Señor—respondió el enfermo—en la triste situación en que me
hallo, una cosa sola puedo pediros, y es, que me concedáis un cuarto de hora de
vida.
— ¡Oh! Eso no está en mi poder — dijo el rey—pídeme otra
cosa en que pueda satisfacerte.
— ¿Qué? — Replicó el moribundo — hace cincuenta años que os
sirvo ¿y no me podéis conceder un cuarto de hora de vida? ¡Ah, si hubiese
servido tan fielmente y por tanto tiempo a Dios Nuestro Señor, me concedería no
sólo un cuarto de hora más de vida, sino toda una eternidad de
bienaventuranza!... Y diciendo esto, exhaló el último suspiro.
(Dichoso él si supo aprovechar la lección
que a otros daba sobre la vanidad de las cosas humanas, y la necesidad de
trabajar para salvar el alma)
“Revista:
Lectura Dominical”
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