I.
Considera las rosas que trae el ángel a Dorotea;
descubrirás en ellas tres cualidades que debe poseer una virgen para conservar
la pureza. El color de la rosa es el pudor, y el pudor es el compañero de la
virtud. ¿Quieres ser casto? Ten
pudor; él guarda las murallas de tu corazón. Huye de los lugares donde se ven o
se oyen cosas capaces de herir la pureza y de avergonzar a la virtud.
II. Tiene la rosa sus espinas, que punzan a
todos los que se le aproximan, nobles o ricos, rústicos o pobres. ¡Qué gran lección para una virgen!
Siempre debe conservar una circunspección y una severidad que aparten de ella a
las personas de vida desordenada; nunca debe complacerse en palabras, ni en
actos, por mínimamente deshonestos que sean. Además, las espinas son emblema de
la mortificación, y la mortificación es la salvaguardia de la pureza del cuerpo
y del alma. Sin ella, imposible conservarse puro.
III. La rosa se eleva hacia el cielo, como
para decir que sólo tiene belleza y amor para Dios, y que de Él espera el rocío
y la luz necesarios para su conservación. Almas castas, pedid a Dios la pureza,
no os fiéis de vosotras mismas; si Dios no os la concede, inútiles son vuestros
cuidados y austeridades. Aprended de esta flor, vírgenes consagradas a Dios,
que no debéis tener belleza sino para agradar a Dios, ni amor sino para Él. Que las vírgenes no busquen otra cosa que
agradar a Dios, porque de Él solo esperan la recompensa de su virginidad (San Cipriano).
La
confianza en Dios.
Orad
por vuestros amigos.
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