I. ¡Oh, cuán hermosa es la fraternidad
fundada sobre el amor de Dios más aún que sobre la comunidad de la sangre!
¡Cuán bueno, cuán agradable es habitar
en común, cuando la amistad está sellada con la misma fe, las mismas esperanzas
y el mismo amor! ¡Cuán dulces son
las conversaciones que tienen como tema a Dios! Hagamos reinar entre los nuestros
esta amistad santa, tan provechosa para el alma. Que las alegrías del cielo, y
no las vanidades de la tierra, sean la materia de nuestras conversaciones, y
contribuiremos a hacernos unos a otros, mutuamente, dichosos en este mundo y en
el otro.
II. San Benito se queja a su hermana de impedirle el
regreso a su monasterio. “Que Dios te perdone
–le dice–; ¿qué has hecho,
hermana mía?” “Te pedí una gracia
–le responde ella– y me la
rehusaste; me dirigí a Dios y Él me ha escuchado”. Por buenos que sean nuestros parientes,
Dios es mucho mejor aún. Cuando vuestra madre os olvidare –nos dice Él mismo–,
Yo no os olvidaré. Pedid y recibiréis –nos dice Jesucristo–. Todo lo que
pidiereis a mi Padre en mi nombre, Él os lo concederá. Reanimemos, pues,
nuestra confianza; si nada obtenemos, es porque nos falta confianza.
III. Dios
no sólo oye las oraciones de los que lo aman, sino aun los deseos de sus
corazones. Santa Escolástica ni una palabra pronuncia; esconde su cara
entre las manos para llorar; y, cuando levanta su frente, ha sido ya escuchado
su deseo. Si queremos que nuestros anhelos sean acogidos por Dios, no tengamos,
como nuestra santa, sino deseos puros. Si desea ella tener consigo a su hermano
por más tiempo, es para hablar con él de las cosas del cielo. Oh Señor, poned
en nuestros labios oraciones dignas de un cristiano, y dad a nuestros corazones
deseos que podáis satisfacer.
La
caridad en nuestras relaciones con el prójimo.
Orad
por vuestra familia.
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