Gobernaba el glorioso san Severiano su Iglesia de Escitópolis en Palestina,
como celoso y vigilante pastor, procurando que su clero fuese delante de los
seglares con su ejemplar vida, que las iglesias fuesen bien servidas y
adornadas, que el pueblo fuese enseñado
en la ley de Dios, que se corrigiesen los vicios, acrecentasen las virtudes y
creciesen las obras de piedad, y que a
todos los fieles, así seglares como eclesiásticos y religiosos huyesen de toda sombra
de herejía y conservasen en toda su entereza la verdadera doctrina de la
Iglesia católica. Bajo el reinado de Marciano y
de santa Pulquería,
el santo abad Eutimio y la mayor parte de los monjes de Palestina habían recibido con singular reverencia y sumisión los decretos del concilio de Calcedonia que condenaba la herejía de los Eutiquianos,
los cuales
ponían mácula en la divinidad de Jesucristo, pero no faltó un
monstruo del infierno llamado Teodosio, que mal hallado con su vocación religiosa,
se divorció de Cristo y comenzó a perturbar los monasterios, y con el favor
de la emperatriz Eudoxia, que era
viuda de Teodosio el Joven y
vivía en Palestina, cobró grandes bríos para hacer guerra a la Iglesia de Dios.
Llevó a tal
extremo su osadía, que se sentó en la silla patriarcal de Jerusalén,
desterrando de ella al legítimo patriarca Juvenal, y poniéndose luego a la
cabeza de un ejército de herejes y bandidos, persiguió de muerte a los
católicos e inundó de sangre toda aquella tierra. Llegaron
también aquellos bárbaros a Escitópolis, y como el santo obispo
Severiano resplandecía como sol en aquella Iglesia de Cristo, fué una de las
primeras víctimas de su ciego furor, porque después de haberle prendido y atado,
le arrastraron con grande crueldad fuera de la población, y allí le apalearon y
sacrificaron con la inhumanidad que es propia de los herejes. Perdonó a sus mortales enemigos, y selló con su sangre la
verdadera fe de nuestro Señor Jesucristo, alcanzando así la corona de ilustre mártir.
Con el ejemplo de su cristiana fortaleza
se movieron muchos celosos ministros del Señor a predicar sin temor de la
muerte la divina palabra a toda aquella cristiandad, por lo cual en lugar de arruinarse
y deshacerse, se acrecentó maravillosamente con grande espanto y confusión de
los herejes, y señalada gloria de Jesucristo y de su verdadera y divina Iglesia
católica.
Reflexión:
Los herejes siempre han sido los mismos:
rebeldes, orgullosos y homicidas como Lucifer, padre de todos los apóstatas y
herejes. Ellos burlan y hacen escarnio de la llaneza y simplicidad que hay en
Cristo, desprecian las santas tradiciones de la Iglesia, blasfeman de los
santos y santas de Dios, y aborrecen y persiguen con loco atrevimiento a todos
los fieles católicos. Ellos se tienen por los sabios, por los hombres discretos
y humanos, y con todo se fingen unas monstruosidades de doctrinas abominables y
perversas, y sólo para sí quieren la libertad de pensar y de obrar a su antojo,
y no hay lobos más feroces que estos hombres sin entrañas, cuando a su salvo
pueden hacer presa en el rebaño de Cristo. Tú ruega a Dios con cuidado que los
convierta, y abominando de sus pestilenciales errores, guárdate de ser muy
amigo de tu propio parecer, y obedece a Jesucristo, doctor divino de los
hombres, y a su santa Iglesia infalible, en la cual está depositado el tesoro
de la verdad de Dios.
Oración:
¡Oh Dios omnipotente! Vuelve los ojos
piadosos sobre nuestra flaqueza, y pues nos oprime el peso de nuestras acciones
culpables, ampáranos por la intercesión gloriosa
de tu bienaventurado pontífice y mártir san Severiano. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
“FLOS
SANCTORVM” – AÑO 1949.
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