Para consuelo
de los enfermos, es bien que consideren que no siempre las enfermedades son
castigo de pecado, sino algunas veces las envía Dios solamente para manifestar
su gloria, y para ejercicio de sus escogidos, sacando de ellas grandes
ganancias. Así lo dijo el Salvador a los apóstoles, cuando le preguntaron
la causa de haber nacido un hombre ciego: No
pecó, dice, éste ni sus padres: sino que es ciego para que en él se manifiesten
las obras de Dios; y de la enfermedad de Lázaro, dijo: Que era para la gloria de
Dios, y para que en él fuese glorificado su único Hijo. Y de aquí es, que
algunas veces el justo, aunque tenga algunas culpas, padece enfermedades más
graves que ellas merecen, por otros fines que Dios pretende; como lo testifica
de sí el santo Job, cuando dijo: Ojalá se pusiesen en una balanza los pecados con
que merecí este castigo, y en otra los trabajos que padezco, y echarías de ver,
que las penas son más pesadas que las culpas. Pero esto mismo es motivo de sumo consuelo y alegría; porque mucha
mayor grandeza es estar en la cruz, como Cristo, inocente, que como el buen
ladrón, culpado; y grande gloria es imitar en esto a nuestro capitán y al
glorioso ejército de sus soldados los mártires, cuyos tormentos no eran por sus
pecados, sino para dar testimonio de su fe y de la caridad que tenían de su
Dios; y es linaje de martirio padecer sin culpa enfermedades, para que sea Dios
glorificado en ellas. Y ¿de dónde a
mí tanto bien que pueda yo ser materia de la divina gloria, y que ella crezca
por mi causa? Sea, Señor, yo atormentado, con tal
que tú seas glorificado. Mas aunque es verdad, que lo mejor de los
trabajos es no tener culpa que sea causa de ellos, no has de desmayar por verte
culpado; porque bien puede ser que tus enfermedades sean castigo de tus
pecados, y juntamente sean para gloria de Dios y para que él sea glorificado en
ellas, no sólo con el resplandor de su justicia, sino por otros muchos caminos
de su mayor gloria.
De aquí puedes subir a considerar, que Dios te envía las enfermedades
para probar tu fe y lealtad, y ver cómo peleas por su amor, basta vencer,
quedando él muy honrado y glorificado con esta victoria, que más es suya, que
tuya. Piensa, pues, hermano, cuando estás enfermo, que la cama es el campo o
el palenque donde entras a pelear con mi ejército de soldados y crueles
enemigos, que son el frío y la calentura, el hastío, la sed, los dolores, buscas,
congojas y las molestias de las medicinas, y luego levanta los ojos al cielo, y
entiende que Cristo nuestro Señor te está mirando cómo peleas, como miraba a San Esteban,
cuando le estaban apedreando, y desde allí te anima a pelear, porque le va su
honra en que venzas, y a ti te va la vida en no ser vencido. Mírale otras veces cómo está cerca de ti,
rodeando tu cama por todas partes; porque en él vives, y te mueves, y dentro de
él estás cuando padeces, y dentro de ti le tienes para pelear en ti, y por ti,
ayudándote con su gracia para salir con la victoria; y animado con su
presencia, vuelve por su honra, no admitiendo culpa, ni impaciencia alguna,
aceptando de buena gana todas las penas que padeces, para que Dios sea
glorificado en ellas. Imagina que te pone en esta cama para que eches de ti tal
olor de santidad, que edifiques con tu paciencia a los que te vieren, y les
muevas a glorificar a tu Padre celestial; a la manera que se dice del santo Tobías: Que
te afligió Dios con la ceguedad, para que se diese a los venideros ejemplo de paciencia,
como le dió el santo Job, perseverando sin mudanza en el divino servicio. Imagina también que tienes a tu lado al ángel de la
guarda, y al demonio, estando a la mira de lo que haces y procurando cada uno
tenerte de su parte. No confundas a tu ángel, ni alegres a tu
enemigo, dándole ocasión para que triunfe de ti y escarnezca a Dios; antes
procura confundir al demonio, y alegrar al santo ángel, y darle ocasión de que
él glorifique a Dios por la paciencia que por su amor has mostrado.
Lo tercero, has de considerar otros fines
muy gloriosos que suele nuestro Señor pretender con las enfermedades, mirando
bien la parte que puedes tener en ellos; unas
veces las envía para descubrir su gloria en el modo de librarnos de ellas,
moviendo a orar con tanta fe y confianza, que da la salud milagrosamente, como
la dio a los ciegos y leprosos y a otros muchos enfermos; y cada día no cesa de hacer semejantes milagros
para ser creído y alabado por ellos. Y por esto dice: Llámame en el día de la
tribulación, y yo te libraré, y tú me honrarás, no sólo porque me honras en acudir
a mí con tanta confianza, sino porque con ella me das ocasión de que yo sea
honrado y glorificado por haberte librado de tu trabajo. De aquí es que también
envía nuestro Señor las enfermedades para glorificarnos y honrarnos con ocasión
de ellas con el modo como nos libra, el cual, de tal manera es gloria suya, que
así mismo es gloria nuestra. Y por
esto dijo también: Con él estoy en la tribulación yo le libraré y le
glorificaré. ¡Oh, alma, no te aflijas de verte atribulada y metida en un cuerpo
enfermo, porque no estás sola, sino muy bien acompañada! Contigo tienes un médico
que te cura, un enfermero que te sirve, un amigo que te entretiene y un
compañero que siempre te acompaña, y si tienes ojos para verle, gozarás de los
frutos de su buena compañía; su fin no es atormentarte, sino sanarte; no
hundirte, sino librarte y glorificarte, para que todo el mundo vea que te ama,
pues así te libra y te honra; más cuando no quiere librarte de las
enfermedades, también se glorifica y te glorifica con los esclarecidos dones
que te concede por ellas, labrándote como piedra viva para colocarte en el
edificio de la celestial Jerusalén, en lugar muy alto y muy glorioso. Gloria es
de Dios la junta de cuerpo enfermo con alma contenta, alegre y regocijada, que
está diciendo como el apóstol: Huélgome
con mis enfermedades, y con las afrentas, necesidades y angustias que padezco
por Cristo; y de buena gana me gloriaré de ellas, para que more en mí su virtud
y se descubra en mí su gloria. Gran gloria de Cristo es tener vivos retratos
suyos en el mundo que se precien de traer en sus cuerpos las señales de sus
llagas, y que tengan las enfermedades por regalos y favores, llevando consigo
la mortificación de Jesús, para que en el cuerpo mortal que la lleva se
descubra su gloriosa vida. Gran gloria es del Criador tener criaturas tan
rendidas y obedientes que se dejen tratar como él quisiere, ora obre, ora
deshaga en el cuerpo la salud y la vida que lea ha dado, teniendo por suma dicha
cumplir en todo su voluntad, en cuyo cumplimiento ponen su vida. Y pues Dios se
glorifica tanto de que padezcas con paciencia y alegría por los fines que él ordenara, procura padecer de tal manera
que no quede por ti despreciado, sino honrado por todos los siglos de los
siglos.
“LA
PERFECCIÓN EN LAS ENFERMEDADES”
Buenos días. Muchas gracias por otra hermosa y edificante publicación. ¿Podrías decirme de que libro lo sacaste? Dios te bendiga hoy y siempre y la Virgen Santísima te guarde.
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