La seráfica virgen
santa Clara, fundadora de las religiosas del seráfico padre san Francisco, fué,
como este santo, natural de Asís, y de claro y nobilísimo linaje.
Siendo aún muy niña y no teniendo aún rosario
para llevar la cuenta de sus oraciones, las iba contando con piedrecillas, y aunque
por voluntad de sus padres vestía ropas preciosas, más interiormente usaba de
un áspero cilicio, y ofrecía a Dios su virginidad con gran resistencia de sus
padres, que deseaban casarla.
Había Dios enviado en este tiempo al mundo
para renovarlo, al seráfico padre san Francisco, el cual estaba en la misma ciudad
de Asís; y por su consejo dejó la santa doncella la casa de sus padres y renunciando
a todas las grandezas del mundo, se entró en la iglesia de santa María de la
Porciúncula que está a una milla de Asís. Allí la aguardaban san Francisco y
todos sus santos religiosos con velas en las manos y entonando el Veni Creator
Spiritus; y ella, al pie del altar, se desnudó de todas sus galas y preciosas vestiduras,
se cortó las trenzas de su rubia cabellera, y recibió de manos del seráfico
patriarca el hábito penitencial.
Pretendieron sus deudos y parientes llevársela
por fuerza, más la santa se asió tan fuertemente al altar, que al quererla sacar
por fuerza, dejó en sus manos la mitad de sus vestiduras, y aun se quitó la
toca, para que viesen que había también sacrificado a Cristo la hermosura de sus
cabellos. Premió el Señor tan ilustre victoria que su sierva alcanzó de la
carne y de la sangre, con dar la misma vocación a su hermana Inés y a otras
nobilísimas doncellas, parientas suyas, hasta el número de diez y seis; las
cuales formaron la primera comunidad de religiosas de santa Clara.
No solamente en aquella ciudad, sino en la
Umbría y por todo el mundo se extendió el resplandor de las virtudes de santa
Clara.
Ayunaba a pan y agua todas las vigilias de
la Iglesia y toda la cuaresma, llevaba por vestidura interior una asperísima
piel de jabalí, y dormía sobre la tierra teniendo un haz de sarmientos por
almohada; pero el amor de Cristo le hacía tan suaves éstas, y otras espantosas
penitencias, que no había rostro más alegre y apacible que el de la santa.
Y ¿qué lengua podrá decir las inefables dulzuras,
éxtasis seráficos y dones de milagros y de profecía con que Jesucristo la
regalaba y correspondía a su amor?
Cuando los bandidos y sarracenos con que el
malvado Federico II talaba el valle de Espoleto, cercaron la ciudad de Asís y
escalaban ya los muros del monasterio de santa Clara, ella, aunque enferma, se
hizo llevar a las puertas, y sacando del seno una custodia del santísimo Sacramento,
oyó la voz de Jesús, que le decía: «Sí, Clara, yo te protegeré»: y huyeron al punto
aquellos bárbaros, dejando muchos cadáveres, heridos como si hubiesen peleado
contra los rayos del cielo.
Finalmente toda la vida de la santa fué como
la de un serafín sacrificado por amor de Jesucristo, y a la edad de sesenta años,
visitada por un coro celestial de santas vírgenes, entregó su alma purísima al
divino esposo.
REFLEXIÓN: Los monasterios de santa Clara han
llegado a la crecida suma de cuatro mil; y en ellos se han santificado mucha nobilísimas
doncellas, condesas, duquesas y princesas, y sobre todo un gran número de almas
heroicas que practicando la regla más austera de todas, han sido en la tierra
las delicias de Dios, el ornamento de la Iglesia católica, y el más elocuente
ejemplo del mundo.
ORACIÓN: Óyenos, Señor y Salvador nuestro, y
haz que la alegría que sentimos en la fiesta de tu bienaventurada virgen santa
Clara, sea acompañada de los afectos de una verdadera devoción. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
“FLOS SANCTORVM”
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