El
gloriosísimo y fortísimo mártir san Lorenzo, nació en Huesca del reino de Aragón:
su padre llamado Orencio y su madre, Paciencia, fueron santos, y de ellos
celebra festividad la iglesia de Huesca. Hízole el papa san Sixto, segundo de este
nombre, arcediano, o primero de los diáconos de la iglesia romana. Por este tiempo
anduvo muy brava la persecución del emperador Valeriano: y en ella fue preso san
Sixto y llevado a la cárcel, salióle al camino san Lorenzo y le dijo:
– «¿Adónde vas, oh padre, sin tu hijo? ¿Adónde
vas, oh sacerdote, sin tu diácono?»
Respondióle el venerable pontífice:
– «A ti, hijo mío, como a más joven, te aguardan
más rigurosos suplicios, y más gloriosa victoria: anda a repartir a los pobres
los tesoros de la Iglesia; porque presto me seguirás como hijo al padre, y como
diácono al sacerdote.»
Cumplió san Lorenzo enteramente la voluntad
del pontífice, y gastó toda la noche en visitar a los pobres y repartirles el
tesoro de la Iglesia, y el día siguiente volvió a san Sixto, y viendo que ya le
llevaban a degollar, corrió a él y con voz alta y llorosa le dijo:
– «No me
desampares, padre santo: ya cumplí tu mandamiento y distribuí los tesoros que me
encargaste.»
Oyeron los ministros de justicia estas
palabras, y, a la voz de los tesoros, echaron mano de Lorenzo, y dieron noticia
de lo que habían oído al emperador, el cual se holgó de ello esperando hartar
su codicia. Preguntóle, pues, por los tesoros de la Iglesia; y el santo con una
sabiduría y sagacidad, divina le respondió, que se los traería. Y juntando el
santo diácono un buen número ciegos, cojos, mancos y pobres, a quienes había
socorrido, se vino con ellos al emperador y díjole:
– «Estos son los tesoros de la Iglesia. »
No se puede fácilmente creer la saña que
recibió el tirano, viendo así frustradas sus esperanzas: mandóle luego azotar y
rasgar sus carnes con escorpiones; y echando de ver que no se quejaba ni daba
un solo gemido, antes se reía del tirano y de los tormentos, embravecióse más y
exclamó:
– «Tú
eres un mago; pero yo te juro por los dioses inmortales que has de padecer tan
graves penas que ningún hombre hasta hoy las padeció.»
A lo cual respondió Lorenzo:
– «En nombre de Jesucristo te aseguro que no las temo.»
Mandóle pues atormentar toda la noche con
varios suplicios, y finalmente asarle en un lecho de hierro a manera de
parrillas, en las cuales no mostró el santo ningún sentimiento de dolor; sino
que estando asada una parte de su cuerpo, habló al tirano y le dijo:
– «Ya está asada la mitad de mi cuerpo; manda que me
vuelvan de la otra parte, y que me echen la sal.»
Y mientras
el tirano con los ojos encarnizados y dando bramidos de rabio y furor mandaba a
los sayones que atizasen el fuego, el fortísimo mártir, levantados los ojos al
cielo, decía:
– «Recibid, Señor, este sacrificio, en olor
de suavidad»; y dando gracias al Señor, expiró.
REFLEXIÓN: Este es el martirio de san Lorenzo,
gloria de España, y tan ilustre en toda la cristiandad, después del protomártir
san Esteban, que como dice san Agustín, «alumbró con sus resplandores el universo
mundo.» ¿Quién no se animará con tal ejemplo a servir a Jesucristo con viva fe,
segura esperanza y encendida caridad, sin temer el fuego y crisol de la
tribulación por donde se llega al eterno descanso y refrigerio?
ORACIÓN: Concédenos, oh Dios todopoderoso, que
se apaguen en nosotros las llamas de nuestros vicios; pues concediste al
bienaventurado san Lorenzo que venciese el fuego de sus tormentos. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
“FLOS SANCTORVM”
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