Cuentan
las tradiciones romanas que San Pedro huía, temeroso, de la persecución de Nerón
cuando se encontró con Jesús en el camino, con la cruz a cuestas.
«¿Adónde
vas, Señor?», pregunta el apóstol. «A Roma», responde Jesús, «y a ser
crucificado de nuevo».
Pedro comprendió la lección.
Regresó y se
sometió valientemente al martirio. Jesús sigue sufriendo. Y hasta el fin de los
tiempos llevará sobre sus hombros heridos el enorme peso de nuestros pecados.
La pasión de Jesús continúa en el Sagrario,
en el Altar, en el seno de la Iglesia. En el Sagrario, abandonado; en el Altar,
profanado; en los hijos ingratos de la Santa Iglesia; en esa legión de almas
tibias, cobardes ante la cruz y la persecución de los malvados.
Y cuando huyes del sufrimiento y no quieres
luchar por el amor de Dios en este doloroso deber, en esta difícil labor de
apostolado y en la vocación a la que has sido llamado, Jesús se te presenta en
el camino de la vida con su cruz. ¿Y adónde va? Al Calvario de tu corazón
ingrato, donde será crucificado una vez más. Pregúntale como lo hizo San Pedro:
“¿Adónde vas, Señor?” – “¿Quo vadis, Domine?”
¡Y que la respuesta del Señor, como al
Apóstol, os haga retroceder con valentía, luchar por vuestra salvación eterna y
sufrir en unión con los méritos de la Sangre Divina derramada en la cruz!
Pensamientos
para cada día del año. Tomado del “Breviario de la Confianza” Monseñor Brandão,
Ascânio. Año 1936.
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