¿Por
qué sufre tanto el hombre en el mundo? ¿Por qué? Es la pregunta dolorosa,
inquietante y desesperada de toda filosofía, toda religión, todo sabio. Tenemos
una sed y un hambre insaciables de una felicidad que no se encuentra en ningún
otro lugar.
“¿Queréis saber”, dice Lammenais, “¿por qué
el hombre es la criatura más sufriente? Es porque tiene un pie en lo finito, y
el otro en lo infinito, y está como descuartizado, no por cuatro caballos, como
en los tiempos del horror, sino por dos mundos” Es el mundo terreno que tira
para un lado, y el mundo espiritual que tira para el suyo.
Esta es la razón última de nuestro
sufrimiento. Dotados de un corazón de anhelos infinitos, creados a imagen y
semejanza del Eterno, ¿cómo puede lo finito y lo efímero satisfacernos? Y
buscamos con locura la felicidad eterna en lo temporal, la satisfacción de un
deseo infinito en lo finito. ¿Y cómo no sufrir? ¡Oh, el anhelo eterno que nos
devora! ¡Cuántos tormentos sufren los genios, los santos, los artistas, las
almas nobles, más perfectamente dotados de este sentido de lo Infinito y lo
Eterno! El hombre animal, no es el hombre completo. Hay en nosotros carne y
espíritu. Esta dualidad hostil fue así analizada por el genio de San Pablo:
“La carne codicia contra el Espíritu, y el
Espíritu codicia contra la carne.”
Llevamos dentro de nosotros dos hombres: el
animal y el espiritual. Pascal diría el Ángel y la Bestia. Uno tiende hacia lo
Infinito, el otro hacia lo finito, uno hacia lo Eterno, el otro hacia lo
efímero. Y nos encontramos entre dos mundos, en esta lucha con la que ninguna
guerra, ningún combate, puede compararse. ¿Cómo, entonces, no sufrir? ¡Y es
singular! Es en esta lucha, en esta guerra librada, como nos enseña el
Evangelio, que encontramos la paz, la dulce paz que Jesús vino a traernos.
Pensamientos
para cada día del año. Tomado del “Breviario de la Confianza” Monseñor Brandão,
Ascânio. Año 1936.
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