Considera
que lo que excita más el amor y la devoción a una persona es el mérito, la gratitud
y el poder, La base, por decirlo así, de la devoción que se profesa a los
santos, es el concepto que se forma de sus virtudes, la experiencia de lo mucho
que pueden con Dios, el conocimiento de su inclinación a hacernos bien, y la
memoria de las gracias y beneficios que se han recibido por su intercesión.
Admiramos sus virtudes, veneramos y respetamos su poder, en esto, y singularmente
en su caridad con los que están unidos a ellos con una misma unión, fundamos
nuestra confianza.
Pues ahora, entre todos los santos que están
en la patria celestial, ¿cuál de ellos tuvo más sublime santidad, cuál tiene
más poder con Dios, ni de quién hemos recibido tantos beneficios como de la
santísima Virgen? Más pura, más santa, más perfecta desde el primer instante de
su vida que todos los santos juntos en la hora de la muerte.
¿Qué trono hay en el cielo más elevado que
el suyo, superior al de todos los espíritus bienaventurados? Solo el trono de
Dios es superior al trono de María. ¿Pues qué honores, mi Dios, qué homenajes
no se le deben tributar? ¡Cuánto respeto, cuánta devoción, cuánto culto le
debemos rendir! Es la Madre de Dios, la Reina del cielo, la Soberana del
universo, la Emperatriz de los ángeles y de los hombres; no debemos, pues,
admirarnos de que la veneración, la ternura y la sólida devoción a la Madre de
Dios haya comenzado, por decirlo así, con la misma Iglesia; ¡Qué veneración tan
profunda, qué devoción tan tierna (dice san Ildefonso) profesaron los apóstoles
a la Madre del Salvador! Por satisfacer a la devota curiosidad de los primeros cristianos
hizo san Lucas tantos retratos de la Virgen.
Aseguran algunos autores que, aun viviendo
esta Señora, le consagraron los fieles muchas capillas y oratorios. ¡Con qué
elocuencia y con qué celo predicaron a los fieles las grandezas de María todos
los padres de los primeros siglos, exhortándolos a una viva confianza en su
poderosa protección! ¡Qué consuelo, Virgen santa (exclama san Epifanio) el de
estar consagrados a vos desde nuestra tierna infancia! ¡Qué dicha la de vivir a
la sombra de vuestro patrocinio! Amemos a María (dice san Bernardo), amémosla
con la mayor ternura; jamás se desprenda de nuestros labios su dulcísimo
nombre; esté perpetuamente grabado en nuestro corazón. ¡Oh, y qué copioso manantial
de gracias es la devoción a la Virgen!
“AÑO
CRISTIANO”
Santoral.
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