Reflexionemos
esto: ¿será mejor que en nuestro jardín haya espinas, para tener rosas, o que
no haya rosas, por no tener espinas?
Cuando nos acontezca caer, por los repentinos
ímpetus del amor propio o de nuestras pasiones, prosternémonos delante de Dios
tan luego como podamos, y digamos en espíritu de confianza y de humildad:
¡Señor, misericordia, porque soy débil!
Volvamos a levantarnos en paz y
tranquilidad, reanudemos el hilo de nuestro amor, y luego continuemos nuestra obra.
No es necesario ni romper las cuerdas ni abandonar la lira, cuando se observa
su desafinamiento. Debe aplicarse el oído para examinar de dónde viene el
desconcierto, y estirar o aflojar dulcemente la cuerda, según el arte lo
requiera.
Preciso es, pues, corregir a nuestro corazón
dulce y tranquilamente, y no excitarlo ni turbarlo más. Pues bien, debemos
decirle: corazon mío, amigo mío, en el nombre de Dios ten valor; caminemos, estemos
vigilantes, levantémonos juntos, que ya a nuestro socorro vine, el Señor.
— ¡Ah! seamos caritativos con nuestra alma,
no la regañemos cuando veamos que no ofende a Dios gravemente. Si Dios os deja tropezar,
eso será para haceros conocer que si Él no os tuviera, caeríais completamente, y
a fin de que os cojáis más fuertemente de su mano.
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