Aquel que ha dominado su cólera ha triunfado
sobre el demonio. Por el contrario, aquel que se someta al imperio de esta
pasión, será totalmente ajeno a la vida espiritual.
¿Qué decir de nosotros, que aparte de la
irritación y la cólera llegamos hasta el rencor? ¿Qué hacer sino deplorar este
estado tan vergonzoso e indigno del hombre? Permanezcamos alerta, hermanos,
ayudémonos a nosotros mismos para que, con Dios, podamos preservarnos de la
amargura de esta funesta pasión.
Tal vez alguno de nosotros se disculpe con
su hermano por la perturbación causada o la herida infligida, pero aun después
de la disculpa persiste en su enojo y conserva malos pensamientos con respecto
a ese hermano. No debe restarle importancia a esos pensamientos, sino que debe
eliminarlos rápidamente. Ya que se trata del recuerdo de las injurias, y para
evitar su peligro se deberá, como ya he dicho, vigilar estrechamente, siendo necesaria
la disculpa y la lucha. Porque pidiendo simplemente disculpas por cumplir con
el precepto, se ha curado la cólera momentánea, pero no se ha luchado contra el
recuerdo de la injuria: todavía se guarda rencor contra el hermano. Pues una
cosa es el recuerdo de la injuria otra la cóleras otra la irritación y otra la
perturbación.
Les daré un ejemplo, hermanos, que les ayudara a comprender: el que enciende un fuego tiene al comienzo sólo un pequeño carbón. Este representaría la palabra del hermano que nos ofende. Fíjense, hermanos, no es más que un pequeño carbón, porque ¿qué es una simple palabra de nuestro hermano? Si puedes soportarla, apagas el carbón. Si por el contrario comienzas a pensar: ¿Por qué me habrá dicho eso? ¡Tengo que contestarle algo! o, ¡no me habría hablado de esa manera de no ser para ofenderme! ¡Pues que sepa que yo también puedo hacerle daño! Como el que enciende un fuego, ustedes echan leña o cualquier cosa y hacen una fogata, se perturban. Esa perturbación no es sino un movimiento y flujo de pensamientos que excitan y exasperan el corazón. Y esa excitación, que también se llama ira, es la que incita a vengarse del que lo ofendió.
Según el dicho de Abba Marcos: “La malicia que se introduce en los
pensamientos excita el corazón; pero disipada por la oración y la esperanza,
ayuda a quebrantarlo”.
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