jueves, 27 de marzo de 2025

Las confesiones mal hechas llevan muchas almas al infierno le dijo Cristo a San Teresa de Ávila – Por el Pbro. Luis José Chiavarino.


 

   

   DISCÍPULO: — ¿Es, pues, un gran mal la confesión mal hecha?

 

   MAESTRO: — Es la principal causa de la condenación de las almas.

 

   DISCÍPULO: — ¿De veras, Padre?

 

   MAESTRO: — Certísimo. Las Confesiones mal hechas son la causa de la perdición eterna de muchas almas.

 

   DISCÍPULO: — Padre, usted exagera.

 

   MAESTRO: — De ningún modo; no soy yo quien lo dice: lo aseguran los santos más duchos en las vías del espíritu; lo contempló en una visión Santa Teresa de Jesús.

 

   Estaba la Santa en oración y he aquí que al punto ve abrirse ante sus ojos un abismo profundísimo, todo repleto de fuego, encendido en vivas llamas y precipitarse numerosísimas, como los copos de nieve en invierno, las infelices almas. Espantada la santa alza los ojos al cielo y exclama:

 

   — “Dios mío, Dios mío”, Qué es lo que veo — ¿Quiénes son tantas almas pobrecitas? — “Seguramente son de pobres infelices, de idólatras, de turcos, de judíos…”

 

   — No, Teresa, le responde Dios. Sepas que las almas que ves ahora precipitarse en el infierno, por permisión mía, son todas ellas almas de cristianos como tú.

 

   — Pero serán almas de gente que ni creían ni practicaban la religión, ni frecuentaban los sacramentos.

 

  — No, Teresa, no. — Sepas que todas estas almas son de cristianos, bautizados como tú, que como tú creían y practicaban...

 

   — Más no se habrán confesado nunca, ni en la hora de la muerte...

 

   — Son almas que se confesaban y que se confesaron en el trance de la muerte... –– ¿Cómo, pues, Dios mío, se condenan?


   –– ¡Se condenan porque se confesaron mal!... Vé, Teresa, cuenta a todos esta visión y conjura a todos los obispos y sacerdotes a no cansarse nunca de predicar sobre la importancia de la confesión y contra las confesiones mal hechas, a fin de que mis amados cristianos no vengan a convertir la medicina en veneno y a servir para su daño de este Sacramento, que es el Sacramento de la misericordia y del perdón.

 

      DISCÍPULO: — ¡Jesús mío! — ¿Son, pues, tantas las confesiones mal hechas?

 

¡CONFESAOS BIEN!

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