Comentario de NICKY PÍO: Hace años, y más de una vez publiqué las 4 puertas del infierno de San Alfonso María de Ligorio, fundador de la orden de los “Redentorista”. Esta obra, aumenta el número de puertas a 7, pero siguiendo en todo el espíritu de San Alfonso.
La
primera puerta: LA IMPUREZA.
No os engañéis, decía San Pablo, los impuros
no heredarán el cielo. La impureza es el amor desenfrenado a los placeres de la
carne. Pensar voluntariamente en cosas deshonestas; desear practicar, ver, oír
cosas escandalosas; decir palabras, tener conversaciones inmorales, leer libros
obscenos, mirar graves espectáculos de personas indecentes; permitirse a sí
mismo o a otros tomar libertades criminales; practicar en el sacramento del
matrimonio lo que la moral cristiana prohíbe... son pecados contra la pureza.
Dirá alguno ese pecado es pequeñito.
¿Pequeñito? Más es un pecado mortal.
Dice San Antonino que es tal la corrupción
de este pecado, que ni los demonios pueden sufrirlo, y añade el mismo santo que
cuando se cometen actos tan viles, hasta el diablo se fuga para no verlos.
Consideremos ahora el horror que causará a
Dios aquella persona que, como dice San Pedro, como un cerdo, se revuelve en el lodazal de este pecado. Dirán entonces
los esclavos de la impureza: Dios es misericordioso, conoce la debilidad de la
carne. Pues fíjate, como relata la Escritura, los castigos más terribles que
Dios descargo sobre el mundo fueron por culpa
de este pecado.
Abramos, pues, la Escritura. El mundo está
todavía en su comienzo y los hombres ya son corruptos, carnales e impúdicos.
Dios se arrepiente de haber creado al hombre y por eso decide exterminarlo. Las
cataratas del cielo se abren, la lluvia cae durante cuarenta días y cuarenta
noches, las aguas suben hasta cubrir las montañas más altas y la humanidad se
ahoga, sumergida en las aguas del diluvio. Sólo ocho personas escapan, la
familia de Noé, quienes fueron los únicos que mantuvieron la castidad.
¿Es un
pecado leve? ¿Qué más leemos en la Biblia? Había cinco ciudades en Palestina
famosas por su comercio, sus riquezas y aún más famosas por su asombrosa
corrupción. En aquellas ciudades se cometieron pecados que ni siquiera se
pueden nombrar, pecados sensuales contra la naturaleza, pecados horribles que
lamentablemente se cometen hoy, después de dos mil años de cristianismo. ¿Qué
hizo Dios? Envió lluvia sobre aquellas ciudades, ya no de agua, sino de fuego y
azufre, que redujo a cenizas las ciudades y a sus habitantes.
No satisfecho, Dios ordenó que la tierra se
abriera y que el infierno se tragara los infames restos de Sodoma y Gomorra.
¿Qué más nos sigue diciendo la Sagrada
Escritura? Que en el pasado Dios ordenó quemar vivos a quienes cometían tales
pecados, e incluso a los matrimonios que profanaban su matrimonio mediante el
horrendo crimen del adulterio. Este pecado de adulterio, después del asesinato,
es el más grave de todos los pecados contra el prójimo, ha sido considerado
siempre, incluso por los paganos, como un delito digno de todos los castigos.
Los antiguos egipcios condenaban a las mujeres casadas que habían cometido este
pecado a ser quemadas vivas; Los sajones también condenaban a la hoguera a las
mujeres casadas infieles y a la horca a los cómplices de sus crímenes. Y hay
cristianos que con la llama de este pecado, –sin arrepentimiento y sin
confesarlo– se ha cercan al sacramento
que San Pablo llama grande.
Estos son apenas los castigos para este
mundo. ¿Qué será en el otro mundo?
Está escrito, y la palabra de Dios no vuelve
atrás, que los deshonestos no entrarán en el reino de los cielos. Y este es el
pecado que arrastra mayor número de almas al infierno.
Dice San Remigio que la mayoría de los
condenados están en el infierno a causa de este pecado. San Bernardo dice lo
mismo: Este pecado arroja a casi todos al infierno. San Isidoro dice del mismo
modo: es la lujuria, mucho más que cualquier otro vicio, lo que somete al
género humano al diablo. En una palabra, y es la doctrina de todos los santos,
de cien condenados en el infierno, habrá un ladrón, un asesino, un malvado,
pero noventa y nueve deshonestos.
Pobres pecadores. Lejos de mí está el
infundiros desesperación; Lo que quiero decir es que si te encuentras sumido en
este vicio, intenta salir de ese asqueroso atolladero lo antes posible, pues de
lo contrario el infierno será tu destino eterno.
Lo que debes hacer es lo siguiente:
1º. Orar. La oración es una lluvia celestial que
lava el pecado de la lujuria. Rezad antes de dormir, de rodillas, a los pies de
vuestra cama, tres Avemarías a la pureza de Nuestra Señora.
2do. Repeler sin demora todo mal pensamiento y
deseo, invocando los nombres de Jesús y María.
3º. Huid, pero huid absolutamente, cueste lo que
cueste, de la ocasión de pecado, de frecuentar tal persona, tal casa, tal
diversión, especialmente de esos bailes modernos tan inmorales y escandalosos.
4to. En fin, el medio más eficaz es la recepción
frecuente y piadosa de los sacramentos de la confesión y de la comunión.
Desengañaos, si no vas a enmendarte ahora, será demasiado tarde más adelante.
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