viernes, 12 de noviembre de 2021

El rico que no quería restituir a la hora de su muerte – Por monseñor Gaume


 

   Un sujeto muy rico, cuya opulencia se debía en gran parte a injusticias las más notorias, contrajo una enfermedad peligrosa. Sabía que la gangrena corroía sus úlceras, y sin embargo no podía resolverse a restituir, y cuando le tocaban esta cuerda, respondía: ¿Que será de mis tres hijos? ¡Van a, quedar sumidos en la indigencia! Esta respuesta llegó a oídos de un eclesiástico, quien, so pretexto de conocer un gran remedio contra la gangrena, logró introducirse cerca del enfermo.

   —El remedio que yo sé, dijo, es infalible y muy sencillo, y además no le causará a Ud. ningún dolor; pero es caro, carísimo.

   —Cueste lo que cueste, respondió el enfermo, doscientos, dos mil duros, ¿qué importa? ¿Cuál es?

   —Se reduce, contestó el Religioso, a verter en las partes gangrenadas un poco de gordura de una persona viva, sana y robusta; es insignificante lo que se necesita: toda la dificultad está en encontrar una persona que por dos mil duros se deje abrasar una mano un cuarto de hora a lo más.

   —¡Triste de mí! exclamó el enfermo. ¿Dónde encontrar esa persona?

   —Tranquilícese Ud., repuso el sacerdote. ¿No tiene Ud. hijos? ¿Sabe Ud. de lo que son capaces a favor de un padre que les deja tantas riquezas? Llame Ud. al mayor, le ama tiernamente y es su heredero; bastará decirle: Puedes salvar la vida a tu padre si consientes en dejarte quemar una mano, y no dudo aceptará. Si rehusare, llame Ud. al segundo, prometiendo dejarlo por heredero; y si también rehusare, haga lo mismo con el tercero.

   Llamaron, en efecto, a los hijos, hiciéronles la proposición, pero todos se negaron rotundamente, diciendo: ¡Está loco nuestro padre!

   —No lo alcanzo, dijo entonces el sacerdote volviéndose al enfermo; sólo sé que será Ud. un insensato en perder su cuerpo y su alma, y sufrir eternamente el fuego del infierno, por unos hijos que no quieren salvarle la vida sufriendo durante un cuarto de hora el fuego de la tierra. Este sí que sería el mayor de los dislates.

   —Tiene Ud. razón, repuso el enfermo; Ud. me ha abierto los ojos. Vayan luego por el notario, y entre tanto sírvase Ud. confesarme.

   Entonces, poniéndose de acuerdo con el sacerdote, dispuso lo conveniente para reparar sus injusticias en lo posible, sin consideración a la futura suerte de sus hijos.

 

“CLAMORES DE ULTRATUMBA”

M. R. P. Fr José Coll.

Año 1900.

 


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