Y como si no bastaran
todos estos tormentos para el cuerpo vivo, quisieron también los malvados
ejecutar su furor en el muerto; y así, después de expirado el Señor, uno de los soldados
dio una lanzada por los pechos, de donde salió agua y sangre para bautismo y
lavatorio del mundo.
Levántate, pues, ¡oh esposa de Cristo!, y haz aquí tu nido como paloma en los
agujeros de la piedra, y como pájaro edifica aquí tu casa, y como tórtola casta
esconde aquí tus hijuelos.
Mandaba
Dios en la Ley que se señalasen ciertas ciudades en la tierra de promisión,
para que fuesen lugares de refugio adonde se acogiesen los malhechores; más en
la ley de gracia los lugares de refugió donde se acogen los pecadores son estas
preciosísimas llagas de Cristo, donde se guarecen de todos los peligros y
persecuciones del mundo.
Mas
para esto señaladamente sirve la de su precioso costado, figurada en aquella
ventana que mandó hacer Dios a Noé a un lado del arca, para que por ella
entrasen todos los animales a escaparse de las aguas del diluvio.
Pues todos los afligidos y atribulados con
las aguas turbias y amargas de este siglo tempestuoso, todos los deseosos de
verdadera paz y tranquilidad, acogeos a este puerto, entrad en esta arca de
seguridad y reposo, y entrad por la puerta que está abierta de este precioso
costado.
Ésta
sea vuestra guarida, vuestra morada, vuestro paraíso y vuestro templo, donde
para siempre reposéis.
Tras
de esto resta considerar con cuánta devoción y compasión desclavarían aquellos
santos varones el sacratísimo cuerpo de la Cruz, y con qué lágrimas y
sentimiento lo recibiría en sus brazos la afligidísima Madre, y cuáles serían
allí las lágrimas del amado discípulo, de la santa Magdalena y de las otras
piadosas mujeres; cómo lo envolverían en aquella sábana limpia y cubrirían su
rostro con un sudario, y, finalmente, lo llevarían en sus andas y lo
depositarían en aquel huerto donde estaba el santo sepulcro.
En el
huerto se comenzó la Pasión de Cristo, y en el huerto se acabó; y por este
medio nos libró el Señor de la culpa cometida en el huerto del Paraíso, y por
ella, finalmente, nos lleva al huerto del Cielo.
Pues, ¡oh buen Jesús!, concédeme, Señor, aunque
indigno, ya que entonces no merecí hallarme con el cuerpo presente a estas tan
dolorosas exequias, me halle en ellas meditándolas y tratándolas con fe y amor
en mi corazón, y experimentando algo de aquel afecto y compasión que tu
inocentísima Madre y la bienaventurada Magdalena sintieron en este día.
Ésta es, hermano mío, la suma de la sagrada
Pasión; éstas son las heridas y llagas que por nosotros recibió el Hijo de
Dios.
Ésta sea, pues, nuestra gloria, nuestra
guarida, nuestras oraciones y lamentaciones todo el tiempo de nuestra vida,
como lo eran de aquel religiosísimo y devotísimo San Buenaventura,
que hablando sobre esta materia, dice así: “¡Oh Pasión amable! ¡Oh muerte deleitable! Si yo fuera el
madero de aquella santa Cruz y en mí fueran enclavados los pies y manos del
buen Jesús, dijera a aquellos santos varones que le descendieron de la Cruz: No
me apartéis de mi Señor, sino sepultadme con Él, para que nunca jamás sea yo
apartado de Él.” Mas lo que no puedo hacer con el cuerpo, quiérolo hacer con el
corazón. ¡Oh, qué buena cosa es estar con Jesucristo crucificado!
Quiero hacer en Él tres
moradas: una, en los pies; otra, en las manos, y otra perpetúa en su precioso
costado. Aquí quiero sosegar y descansar, y dormir y orar. Aquí hablaré a su corazón
y concederme a todo cuanto le pidiere.
¡Oh muy amables llagas
de nuestro piadoso Redentor!
Entrando una vez por
ellas los ojos abiertos, la sangre que de ellas salió cegóme la vista, y
después que ya otra cosa no pude ver, sino sangre, atentando con las manos
entré dentro hasta las entradas de su caridad, en las cuales así me hallé
envuelto, que ya más no pude de ahí salir.
En ellas moro y de sus
manjares me sustento y bebo de su dulce licor, el cual es tan suave que ni yo
lo sé ni puedo explicar. Mas he gran temor de salir de esta tan deleitable
morada y perder la consolación en que vivo; pero tengo firme esperanza que,
pues sus llagas están siempre abiertas, por ellas me volveré a entrar, porque
mi morada sea para siempre en Él.
¡Oh bienaventurada
lanza y bienaventurados clavos que nos abriste el camino de la vida! Si yo
fuera el hierro de aquella lanza, nunca quisiera de aquel divino pecho salir,
sino antes dijera: éste es mi descanso en los siglos de los siglos; aquí
moraré, porque esta morada escogí. Hasta aquí son palabras de San Buenaventura.
Cata aquí, pues, ¡oh alma mía!, al Salvador
en la Cruz, donde duerme, donde reposa y donde apacienta sus cabritos al
mediodía. Aquí tienes el pasto de tu vida, aquí la medicina de tus llagas, aquí
el remedio de tus ignorancias, aquí la satisfacción de tus culpas y aquí el
espejo en que veas todas tus faltas.
Éste
es el espejo que mandó Dios poner en el Templo, donde los sacerdotes se mirasen
antes de entrar a ministrar en él; porque aquí el alma devota, mirándose en
esta Cruz y contemplando las virtudes y perfecciones del que en ella está
crucificado, ve más claro que un espejo limpio todas las faltas de su vida.
¡Oh espejo claro y hermoso de todas las
virtudes, y cuán a la clara descubres desde esa Cruz todos mis vicios y
pecados!
Esa
Cruz dolorosa condena mis desordenados apetitos y deleites; esa desnudez tan
extremada todas mis superfluidades y demasías; esa corona de espinas todas mis
galas y atavíos; esa hiel y vinagre tan amarga mi demasiado y curioso comer y
beber; esos brazos tan extendidos para abrazar a amigos y enemigos condenan mis
odios y mis pasiones; esa oración que hiciste por tus enemigos reprehende las
iras que yo tengo contra los míos, ese corazón abierto para todos y para los
mismos que lo alancearon, condena la dureza del mío, tan cerrado para las
necesidades de mis hermanos; esos ojos desmayados y llorosos por mis pecados
castigan la vanidad y disolución de los míos; y esos oídos que con tanta
paciencia oyeron tantas injurias, descubren la grandeza de mi impaciencia, que
con una sola paja se turba.
De manera que Tú todo de pies a cabeza me
eres un espejo de perfección y un dechado singular de toda virtud.
Aquí señaladamente resplandecen aquellas
cuatro nobilísimas virtudes: caridad, paciencia, obediencia y humildad.
Con
estas cuatro piedras preciosas quisiste, Señor, adornar los cuatro brazos de la
Cruz; de las cuales, como dice San Bernardo, la caridad está en lo alto; la humildad,
fundamento de todas las virtudes, en lo bajo; la obediencia, a la mano derecha,
y la paciencia, a la siniestra.
Con
estas cuatro esmeraldas enriqueciste esta gloriosa bandera; mostrándote en ella
tan paciente en las heridas, tan humilde en las injurias, tan amoroso para con
los hombres y tan obediente para con Dios.
Aquí, pues, tienes, alma mía, donde aprender
y con qué te reprehender, y también con que te consolar, porque todos estos
oficios hacen las virtudes y llagas de Cristo. Enseñan a los diligentes,
corrigen a los negligentes, curan a los enfermos y esfuerzan a los flacos y
desconfiados.
Satisfaga,
pues, ¡oh Eterno Padre!, ante tu divino acatamiento su obediencia por mi
desobediencia, su humildad por mi soberbia, su paciencia por mi impaciencia, su
largueza por mi avaricia, y sus trabajos y asperezas por mis deleites y
regalos.
Su preciosa y no debida muerte te ofrezco
por la muerte que yo te debo, y sus penas por las penas que yo merezco, y su
cumplida satisfacción por todas las deudas de mis pecados, pues todo lo que por
mi parte falta Él lo suple por la suya.
Y pues Tú, Señor, no castigas una cosa dos
veces perfectamente, ya que en Él castigaste mis culpas, no las quieras otra
vez etemalmente castigar en mí, sino dame gracia para que, llorando y
castigándolas yo con mis trabajos en esta vida, merezca reinar para siempre con
Él en su gloria.
“VIDA
DE JESUCRISTO”
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