San Arcadio fué africano, y se cree que
consumó el martirio en Cesarea de la Mauritania.
Ardía en su tiempo la persecución en la que se forzaba cruelmente a los cristianos
para que sacrificasen a los ídolos. Arcadio para evitar el peligro huyó de su
patria, y se escondió en cierto lugar donde no hacía más que ayunar y orar. Mas
como entretanto no asistía a las públicas funciones (sacrificar a los ídolos), se
enviaron soldados para sorprenderle en su propia casa, y no encontrándole
estos, prendieron a un pariente suyo para obligarle a descubrir en donde estaba
Arcadio.
No pudiendo sufrir Arcadio que otro
padeciese por él, presentóse al gobernador pidiéndole que libertase a aquel
pariente suyo, ya que él mismo se había presentado para responder a los cargos
que se le hiciesen. Respondióle el gobernador que él se libraría de toda pena
si sacrificaba a los dioses. Y el santo llenó de un santo valor, le contestó: — Os engañáis
si creéis que las amenazas de la muerte espantan a los siervos de Dios. Estos
dicen lo que decía San Pablo: Yo vivo solo por Jesucristo, y la muerte para mí
es una victoria. Y así, inventad suplicios cuantos queráis, que no por esto lograreis
separarnos de Jesucristo.
Lleno
entonces de furor el tirano, pareciéndole ligeros para él los demás tormentos,
ordenó que al mártir le fuesen cortados todos los miembros de su cuerpo, uno
por uno, comenzando por las primeras junturas de los pies.
Y al momento fué
ejecutado el bárbaro destrozo, en el cual el santo mártir no hizo otra cosa que
bendecir a Dios; y cuando se le redujo a un solo tronco sin brazos ni piernas, mirando
sus miembros esparcidos por el suelo, dijo : — ¡Ho miembros felices, que habéis merecido
servir a la gloria de vuestro Dios ! Nunca os amé tanto como ahora que os miro
separados de mi cuerpo, pues ahora me reconozco todo de Jesucristo, como siempre
había deseado. —Y vuelto despues á los circunstantes que eran idólatras, les
dijo: Sabed que es cosa fácil el sufrir todos estos tormentos al que tiene delante
de los ojos la vida inmortal con que premia Dios a sus servidores. Reconoced a
mi Dios que me alienta en medio de estos acerbos dolores; y abandonad a
vuestras falsas deidades, que no pueden daros ayuda en vuestros apuros. El que
muere por el verdadero Dios, conquista la verdadera vida; yo por este breve
suplicio voy a vivir con mi Dios eternamente, sin temor de perderle jamás. Y
así diciendo, rindió tranquilamente el alma a su Redentor el día 14 de enero. Este martirio llenó de confusión a los idólatras,
e inspiró un grande deseo a los cristianos de dar la vida por Jesucristo, los
cuales recogieron aquellos miembros esparcidos del santo mártir, y les dieron
los honores del sepulcro con la mayor veneración.
“TRIUNFOS
DE LOS MÁRTIRES”
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