Mas como todo esto nada aprovechase, diose,
finalmente, sentencia que el inocente muriese. Y para que por todas partes creciese su tormento, ordenaron sus
enemigos que Él mismo llevase sobre Sí el madero de la Cruz en que había de
padecer.
Toman,
pues, aquellos crueles carniceros el santo madero, que, según se escribe, era
de quince pies, y cargáronlo sobre los hombros del Salvador, el cual (según los
trabajos de aquel día y de la noche pasada y la mucha sangre que había perdido)
apenas podía tenerse en pie y sustentar la carga de su propio cuerpo, y sobre
esto le añaden tan grande sobrecarga como era la de la Cruz.
Esta fue otra invención y manera de crueldad
nunca vista ni practicada en el mundo. Porque general costumbre es, cuando uno
ha de padecer, esconderle los instrumentos de su pasión. Y por esto cubren los
ojos al que ha de ser degollado, porque no vea la espada que le ha de herir. Mas aquí usóse de tan extraña crueldad con
este inocentísimo Cordero, que no le esconden la Cruz de los ojos, sino
hácensela llevar sobre sus hombros, para que con la vista de la Cruz padeciese
su alma, y con el peso de ella penase su cuerpo, y así padeciese dos cruces,
primero que en una fuese crucificado.
No
leemos que se hiciese esto con los dos ladrones que con Él habían de padecer,
porque aunque habían de morir en cruz, no los obligaron a llevar sobre sí la
cruz, como al Salvador, queriendo en esto dar a entender que su culpa era
mayor, pues el castigo era más atroz.
Pues ¿qué
cosa más injuriosa y más para sentir?
¿Quién
me diera, ¡oh buen Jesús!, que os pudiera yo servir en este tan trabajoso
camino?
Toda la noche habéis velado y los crueles
sayones a porfía se han entregado en Vos; dándoos bofetadas y diciéndoos
injurias, y después de tan largo martirio, después de enflaquecido ya y
desangrado el cuerpo con tantos azotes, cargan la Cruz sobre vuestros
delicadísimos hombros y así os llevan a justiciar.
¡Oh
delicado cuerpo!, ¿qué carga es esa que lleváis sobre Vos? ¿A do camináis,
Señor, con ese peso? ¿Qué quieren decir esas insignias tan dolorosas? Pues
¿cómo Vos mismo habíades de llevar a cuestas los instrumentos de vuestra
pasión?
Mira, pues, aquí, ¡oh alma mía!, al Señor en este camino, y mira esta tan pesada carga
que lleva sobre Sí, y entiende que parte de aquella carga eres tú, que vas en
ella con todo el peso de tus pecados, de los cuales cada uno pesa más que todo
el mundo, y da gracias a ese buen Pastor, que así lleva la oveja descarriada
sobre sus hombros para volverla a la manada.
Suelen
en este paso tan doloroso contemplar las personas espirituales y devotas cómo
el Señor en este tan trabajoso camino arrodillaría con la carga tan pesada que
llevaba sobre Sí. Porque aunque esto no digan los Evangelistas, es cosa muy
verosímil que así sería, pues el Señor en aquel tiempo estaba tan debilitado,
así por estar molido y desangrado con los azotes que había recibido y la cabeza
tan enflaquecida con el tormento de la corona de espinas, como por la mala
noche que había pasado en poder de aquellos crueles sayones, y por el mismo
peso de la Cruz que sobre Sí llevaba, y por la prisa del caminar; mayormente,
pues, Él no se quería ayudar de la virtud y fuerza de su Divinidad, para dejar
de padecer todo lo que la crueldad y fiereza de sus enemigos quisiese.
Pues ¿qué
cosa más para sentir que ver al Salvador del mundo caer en tierra con aquella
carga tan pesada, que sobre sus delicadísimos hombros llevaba? Pues ¿qué
corazón habrá tan de piedra que, considerando al Señor así arrodillado, así
postrado y quebrantado, no se quebrante con dolor, mayormente considerando que
en aquella misma carga, le cargaba más el peso de nuestros pecados que el de su
misma Cruz?
En este mismo paso aún tenemos otro espectáculo no menos
doloroso que considerar, que es el encuentro y la vista de la Madre santísima
en este mismo camino, porque de esto hay especial estación que se muestra hoy
día en Jerusalén.
Pues
¿qué lengua podrá explicar hasta dónde llegó el dolor del bendito Señor cuando
viese a su benditísima Madre, y entendiese también cuán agudamente traspasaba
sus maternales entrañas este cuchillo de dolor, pues realmente Él la amaba como
verdadero hijo y verdadera madre, y tal madre con incomparable amor?
Y
¿qué sentiría otrosí el piadoso corazón de la Virgen, cuando viese al
inocentísimo Cordero en medio de aquellos lobos carniceros, con aquella corona
en la cabeza y con aquella carga tan pesada, y con aquel rostro tan demudado y
fatigado? el cual representaba bien la carga de los trabajos que padecía, y
sobre todo esto, viéndole llevar sentenciado y pregonando al tormento de la
Cruz.
¡Oh!, cómo se le
representarían allí las profecías antiguas del Santo Simeón, y cuán cumplidos
vería allí todos los dolores que aquel Santo viejo le profetizó.
Pues
¿dónde están ahora, Virgen bendita, aquellas tan magníficas promesas del Ángel,
que os dijo: “Éste será grande, y será llamado Hijo del muy Alto, y darle al
Señor Dios el Reino de David su padre, y reinará en la casa de Jacob para
siempre? ¿Dónde está, pues, ahora este Reino?, ¿dónde está Corona?, ¿y dónde está
Silla Real en la casa de David?”.
Aquí aprenderán los que han de esperar en el
Señor, con cuánta paciencia y longanimidad deben aguardar por el cumplimiento
de sus promesas, acordándose de aquello que Isaías dice: “El que creyere, no se apresure.” Porque así en este ejemplo, como en otros, verá el hombre cómo el Señor
muchas veces dilata el cumplimiento de sus promesas, por donde muchos vienen a
desconfiar por causa de esta tardanza.
Así vemos que dilató El por muchos días el
Reino de David, que le había prometido, dejándose primero pasar por muchos
trabajos; y así también dilató la publicación y magnificencia del Reino de
Cristo, verdadero Rey y Señor en la casa de David, que es la Iglesia cristiana
figurada en el mismo Reino de David.
Por lo cual nos avisa el Profeta diciendo: “Él aparecerá en el fin, y no faltará su
palabra; y si te pareciere que se tarda, todavía le espera; porque finalmente
vendrá, y no tardará.”
Esta
misma paciencia nos enseña a tener el Apóstol en la Epístola a los Hebreos,
porque sin este fundamento de paciencia luego desmayará la confianza.
Acompaña, pues, ¡oh alma mía!, con la Virgen
al Señor en este tan doloroso camino; oye los pregones públicos que sobre Él se
van dando; ayúdale a llevar esta Cruz, por compasión de lo que padece; junta
tus lágrimas con las de esas piadosas mujeres que le van llorando, y entiende
por ahí qué será en el madero seco, pues esto se hace en el verde. Y juntamente
con esto, acompaña con toda humildad a la Sacratísima Virgen y al amado
discípulo hasta el lugar de la Cruz, y penetra, si puedes, hasta dónde llegaría
su dolor en este paso.
Porque
si el Señor iba tal por este camino que quebraba los corazones de las mujeres
que no le conocían ni le eran nada, ¿cuál estaría el corazón de la Madre, que
le amaba con tan grande y tan incomparable amor? Por donde verás cómo trata
Dios a sus grandes amigos en esta vida, y cómo los que determinaren de serlo
han de pasar por estas leyes de amistad, por do pasaron todos los que de verdad
le amaron.
“VIDA DE JESUCRISTO”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.