Jesús mío, mi Redentor, que vais A ser mi
juez dentro de poco, tened misericordia de mí, antes que llegue el terrible
momento en que me habéis de juzgar. No me espantan mis pecados ni el rigor de
vuestro juicio, cuando os miro muerto en esa cruz para salvarme.
Consoladme sin embargo en la agonía en que
me encuentro: mis enemigos quieren asustarme, diciéndome que no hay salvación
para mí; pero yo no quiero perder un solo instante mi confianza en vuestra
infinita bondad, diciendo con el Profeta:
Mas tu eres mi amparador. Consoladme, decid a mi alma: Yo soy tu salud.
No se pierdan las ignominias y el dolor que
habéis sufrido, ni la preciosa sangre que habéis derramado por mí. Sobre todo
yo os ruego por el dolor que experimentásteis cuando vuestra alma bendita se
separó de vuestro cuerpo sacrosanto, que tengaís piedad de mi alma cuando salga
de mi cuerpo.
Verdad es que a menudo os he ofendido con
mis pecados; pero en este momento os amo más que a todas las cosas, más que a mí
mismo: me arrepiento de todo corazón de los disgustos que os he causado, y los
detesto y los abomino más que a todo mal. Conozco que he merecido mil veces el
infierno por las ofensas que os he hecho; pero la dolorosa muerte que por mí
sufristeis, y las gracias sin número que me habéis concedido, me permiten
esperar que al comparecer ante vos me daréis el ósculo de paz.
Lleno de confianza en vuestra bondad, ¡oh Dios mío! me entrego en vuestros
paternales brazos. Las ofensas que os he inferido me han hecho merecer el
infierno; pero yo espero por esa sangre preciosa, que ya me hayáis perdonado, y
que pueda algún día ir a cantar en el cielo vuestras misericordias:
Misericordias
Domini in aeternum cantabo.
Acepto de buena voluntad las penas que me
están preparadas en el purgatorio; justo es que el fuego purifique en mi las
injurias que os he hecho. ¡Oh santa
prisión! ¿Cuándo me encontraré
encerrado dentro de ti, seguro de no poder perder ya a mi Dios?
¡Oh
sagrado fuego del purgatorio! ¡Cuándo me purificarás de tantas manchas y me
harás digno de entrar en la patria de los bienaventurados! ¡Oh eterno Padre!
Por los merecimientos de la muerte de Jesucristo, hacedme morir en vuestra
gracia y en vuestro amor, para que os ame eternamente en el cielo. Os doy
gracias por los beneficios que me habéis concedido durante mi vida y sobre todo
por la gracia grande de concederme la Santa Fe, y de haberme hecho recibir en
estos últimos días de mi vida todos los Santos Sacramentos.
Ya que disponéis mi muerte, quiero morir por
agradaros, que poco sea que yo muera por vos, ¡oh Jesús mío! por vos que habéis muerto ¡por mí! Diré con San Francisco:
Moriré por tu amor, puesto que tú te
dignaste morir por el mío.
Recibo la muerte con tranquilidad: acepto
con gozo todas las penas que tendré que sufrir aún, hasta el momento en que
expire. Dadme fuerza para sufrirlas con perfecta conformidad a vuestra
santísima voluntad. Ofrezco estas penas para mayor gloria vuestra, y las uno a
las que sufristeis vos en vuestra pasión. Eterno Padre, os consagro mi vida y
todo mi ser: os pido que os dignéis de aceptar este sacrificio mío por los méritos
del gran sacrificio que Jesucristo vuestro hijo os Ofreció de sí mismo en la cruz.
¡Oh Virgen María! Madre de Dios, que me
habéis alcanzado tantas gracias del Señor durante mi vida, os doy gracias de
todo corazón; no me abandonéis en mis últimos
instantes, en que más que nunca necesito de vuestra intercesión. Rogad a
Jesús por mí, y aumentad vuestras súplicas: alcanzadme más dolor de mis pecados y más amor de Dios, a fin de que vaya
a amarle eternamente en vuestra con
todas mis fuerzas en el cielo. Virgen María, mi esperanza, yo confío en vos.
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