Entre las devociones de la Virgen, la más
celebrada es la del Rosario, que algunos graves autores dicen ser tan antigua como
la Iglesia; pero no hay duda que quien merece y con sobrada razón el título primer propagador del Rosario, es santo Domingo de Guzmán, por haber sido el primero que lo enseñó y predicó con el método y orden
admirable de meditar los misterios de nuestra fe, repartidos en tres clases:
de gozosos, dolorosos y gloriosos, que
él aprendió de nuestra Señora, y lo transmitió a la Iglesia como cosa venida
del cielo para provecho de todo el mundo, culto de la Virgen santísima y gloria
del mismo Dios. Se lo inspiró la Reina de los ángeles, para destruir la
herejía de los Albigenses, los cuales ponían su lengua sacrílega en la pureza
virginal: y por esto quiso el Señor oponer a las injurias hechas a su Madre,
alabanzas de su Madre, y por medio de su Rosario, que aconsejó santo Domingo
rezasen los capitanes y soldados del ejército católico, que gobernaba Simón de
Monforte, les dio una insigne victoria, pues contando ellos con solos ochocientos
caballos y mil infantes, y sus enemigos los albigenses con cien mil hombres,
perecieron de estos muchos millares, y solos siete u ocho de los católicos. No menos
eficaz y poderosa fué la virtud del santo Rosario en la famosa batalla naval de Lepanto. Después que
el gran turco Selim II rompió las paces con la república de Venecia, se
coligaron con ella el Papa y el rey católico Felipe II, y dispusieron una
poderosa armada de que iba por general don Juan de Austria, hijo del invicto
emperador Carlos V. Los turcos contaban doscientas treinta galeras reales, con
otras muchas galeotas y barcos menores; los cristianos llevaban más de doscientas
galeras, ochenta y una del rey de España, ciento nueve de Venecia, y doce del
sumo Pontífice, tres de Malta, y otras de caballeros particulares. Al llegar nuestra armada a vista del
enemigo, que estaba en el golfo de Lepanto, mandó su alteza enarbolar una
devota imagen del Redentor crucificado, y muchas de la Virgen nuestra Señora, y
todos puestos de rodillas, confesados y arrepentidos de sus culpas, le
suplicaron que les diese victoria de los enemigos superiores en número y
orgullosos por sus repetidos triunfos. Acometiéronse después con increíble ímpetu,
y se peleó por espacio de dos horas con extraño valor; quedando en breve
desbaratada la armada de los turcos: treinta mil con su bajá muertos, diez mil
cautivos, ciento ochenta naves presas, noventa sumergidas, quince mil cristianos
rescatados, casi trescientos tiros de artillería cogidos, y un despojo
incalculable de dineros, joyas y armas. Murieron de nuestra parte seis mil
hombres, pero pocos de cuenta. Esta
insigne victoria se consiguió en el primer
domingo de octubre de 1571, día consagrado a nuestra Señora del Rosario.
Reflexión:
Parecería superfluo el recordar a cristianos la tan saludable devoción del Rosario,
si no se viese de algunos años acá tan decaída en muchos, que por otra parte se
precian de devotos de María. Además, el pontífice reinante, con sus repetidas encíclicas,
no cesa de exhortar a los fieles a tan hermosa práctica. Sigamos, pues, sus
consejos, y renuévese en el seno de las familias la piadosa costumbre de
obsequiar a la Virgen con el rezo del Rosario, pues así lloverán sobre nuestros
hogares las celestes bendiciones.
Oración:
Oh Dios, cuyo Unigénito por su vida, muerte
y resurrección nos adquirió los premios de la vida eterna, te suplicamos nos
concedas, que meditando éstos misterios en el santísimo Rosario de la
inmaculada Virgen María, no sólo imitemos lo que contienen, sino que alcancemos
lo que prometen. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
“FLOS
SACTORVM”
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