UNA MADRE: – ¿Cuál es el mejor trabajo del mundo? Me pregunta mi hijo y yo me quedo
pensando.... No Io sé. ¿Sacerdote,
médico, maestro, bombero, policía, ingeniero, músico, futbolista, chef,
arquitecto, gobernador, rey?
Claro que no existe un mejor trabajo del mundo,
porque bueno... depende de las circunstancias, las capacidades, actitudes y
aptitudes, depende en fin de la Providencia. Y entonces no existe un solo mejor trabajo del
mundo...
¿o sí?
¿Cuáles serían las características que
califican a un trabajo como el mejor del mundo?
Debe
de ser de gran importancia para el desarrollo del país, del continente o mejor,
del inundo entero.
Debe
de tener una gran remuneración por el producto entregado.
Debe
ser sumamente enriquecedor en experiencias, aprendizaje, muy poco monótono y
nada de aburrido.
Debe valer la pena para dedicarle una
completa atención, mi tiempo, juventud y descanso. Y sobre todo debe tener tanta
trascendencia que resonará en la eternidad y ni la misma muerte me pueda quitar
lo ya ganado. ¡Ah, ya no está tan fácil tener el mejor trabajo del mundo!
Y por
supuesto, el mejor trabajo del mundo debe de ser muy difícil, a las grandes
empresas hay que dedicarle toda la vida para llegar a ser experto, lleno de
sacrificios y de tenacidad, porque eso sí, tener el mejor trabajo del mundo
requiere darse cuenta de la gran responsabilidad y el terrible compromiso que
esto implica, esto lo saben los grandes empresarios…, los grandes científicos
como Luis Pasteur, los grandes innovadores como Henry Ford que definitivamente
se comprometieron llegar a la meta y
alcanzar el triunfo, compitieron bien y fueron recompensados, diría San Pablo,
aunque humanamente hablando.
Sin
embargo... no me impresionan, porque ¿saben? Yo Si tengo el mejor trabajo del
mundo. Miles de personas realizan sus actividades cotidianas esperando mi
producto, el cual es tan importante y tan delicado que requiere años de cuidado
y maduración.
Desde
que me contrataron para esta empresa ya no he dormido bien, no he comido bien,
no he dejado de preocuparme, me da tantas alegrías como tristezas, tanta
ilusión como frustración, algunas veces hasta he llegado a pensar que es
demasiado complicado, incluso he anhelado la monotonía. Cuando he dominado
cierta destreza, alguna técnica en particular, resulta que ya no es necesaria,
porque ya hay que aprender otra, y cuando ya estoy lista pata sentirme
satisfecha de la organización de mi tiempo, me encargan otro producto que hay
que atender desde el principio como si no tuviera mi tiempo laboral super
saturado.
Y vaya
que hay que capacitarse continuamente, todos los domingos hay que ir con los
gerentes generales de la empresa, que saben dar los mejores consejos y nos
persiguen continuamente para ser las mejores. Una vez al año hay que acudir a
una capacitación intensiva, para recordar cuales son las políticas de la
empresa, mediante cierta técnica de aprendizaje medieval de una antiquísima
“Compañía” de un tal Ignacio de Loyola.
Todos
los días hay que leer algo de los manuales de capacitación, los cuales han sido
escritos por grandes sabios y doctores, que a través de los siglos han
enriquecido a la compañía, hay que leer muchos libros que nos enseñen como
obtener mejores resultados en el producto esperado. Hay que repetir la primaria
tantas veces como productos le hayan encargado, repasar la secundaria y vigilar
que los productos sigan el programa establecido en la preparatoria o en los
estudios superiores. (Se imaginan pasar tres o cuatro o cinco veces por el 5to
grado de primaria y el 6° y el I° de secundaria y el... etc...). Debe uno de
gozar de gran versatilidad para completar las tareas manuales asignadas, debe
uno ser entre otras cosas; chef porque los productos esperados comen mucho y
diverso y cambian de antojo y necesidad, según la época en la que estén. Hay
que ser arquitecto, para remendar maquetas, puertas y muebles de segundo uso.
Maestra para explicar lo inexplicable. Enfermera y doctora para ver la gravedad
del golpe, la roncha o la fiebre. Hay que ser también, ayudante, guía
espiritual, consejera de amores, chofer de transporte escolar y en fin… mil
cosas más.
A las personas que gozan de este trabajo,
les digo que no tenemos oportunidad de fallar en la empresa, porque el que nos
contrató nos dotó de todas las capacidades necesarias, y si no las tenemos, no
hay que preocuparse, sólo tenemos que solicitarlas al mismo director de la
empresa que por cierto tiene TODO EL PODER. No necesitamos esperar para que Su
secretaria nos dé cita SIEMPRE ESTA LISTA PARA AYUDARNOS. SIEMPRE AL PENDIENTE
LAS 24 HORAS DEL DÍA LOS 365 DÍAS DEL AÑO, como si yo fuera su única empleada,
como si fuera su querida hija, todo para que la entrega del producto sea óptima
Muchísimos grandes y santos hombres están
esperando por nuestro precioso producto en diversas partes del mundo: en los
seminarios para formar sacerdotes, en los monasterios y conventos para formar
religiosos, en las universidades para formar médicos, arquitectos, ingenieros,
en los talleres para formar excelentes hombre de trabajo artesanal y en las
fábricas para emplear buenos obreros. Entonces me doy cuenta de que sí, de que
yo tengo el mejor trabajo del mundo, y la Providencia de alguna manera depende
de mi entusiasmo entrega y sacrificio para completar la carrera y poder decir,
he cumplido, he llegado a la meta.
Y en este mundo al revés, ¿pueden creer que
mi trabajo, el mejor del mundo, ha sido devaluado, menospreciado e incluso rechazado?
¡Ja! Si mi trabajo no es tan sólo cocer ni cantar.
En fin la mejor persona que ha existido en
el mundo, aquella sin el pecado original, también ha tenido y tiene el mejor
trabajo del mundo, por lo que diariamente le pido que ruegue por mí a Dios para
llegar bien al final.
Y saben: He decidido decirle a mi hijo que
el mejor trabajo del mundo para él, que no tendrá la dicha de tener el mío por
ser éste exclusivamente un arte femenino, será el de ser santo, que no es nada
despreciable, aunque acá entre nosotros, ya lo saben, el mejor trabajo del
mundo es el mío. EL DE SER MADRE.
Martha
Eunice Rodríguez de Llanos.
“FAMILIA
CATÓLICA”
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