viernes, 3 de octubre de 2025

SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ. Virgen, Carmelita. – 3 de Octubre (1873-1898).


 


   “Nadie busque su propio interés, sino el de los demás.” 1 Cor. 10:24

 

   Pocos santos han suscitado tanta admiración y entusiasmo inmediatamente después de su muerte; pocos han adquirido una popularidad más asombrosa en todo el mundo; pocos han sido elevados tan rápidamente a los altares como esta joven santa carmelita.

 

   Teresa Martín nació en Alençon, Normandía, de padres muy cristianos, quienes consideraron a sus nueve hijos como dones del Cielo y los ofrecieron al Señor antes de nacer. Fue la última flor de ese bendito tallo que produjo cuatro monjas en el Carmelo de Lisieux, y mostró, desde su más tierna infancia, inclinaciones piadosas que prefiguraron los grandes designios de la Providencia para ella.

 

   A la edad de nueve años sufrió una gravísima enfermedad y fue curada por la Virgen María, cuya estatua vio cobrar vida y sonreírle junto a su lecho de dolor, con inefable ternura.

 

   Teresita había deseado desde los quince años, unirse a sus tres hermanas en el Carmelo, pero tuvo que esperar un año más (1888). Su vida se convirtió entonces en una continua ascensión hacia Dios, pero a costa de los más dolorosos sacrificios siempre aceptados con alegría y amor; pues es a este precio que Jesús forma las almas que llama a una alta santidad.

 

  Con inocente santidad decía en sus “Memorias” que dejó por orden de su superiora: «Jesús, como ella escribió, siempre dormía en su barquita». Podía decir: «Ya no tengo ningún deseo, salvo amar a Jesús con locura». Fue, de hecho, bajo la apariencia de un amor infinito que Dios se reveló en ella.

 

   El camino del Amor, tal era, en resumen, el camino de la «pequeña Teresita del Niño Jesús»; pero era, al mismo tiempo, el camino de la humildad perfecta y, por ende, de todas las virtudes. Fue practicando las «pequeñas virtudes», siguiendo lo que ella llamaba su «caminito», el camino de la infancia, de la sencillez en el amor, que alcanzó en poco tiempo esa alta perfección que la convirtió en una digna imitadora de su Madre espiritual, la gran Teresa de Ávila.

 

   Su vida en el Carmelo, durante tan solo nueve años, fue una vida oculta, llena de amor y sacrificio. Dejó esta tierra el 30 de septiembre de 1897 y, tras superar con premura las etapas, fue beatificada en 1923 y canonizada en 1925. Como ella misma predijo, «paso al Cielo haciendo el bien en la tierra».

 

Abad L. Jaud, Vidas de los santos para cada día del año, Tours, Mame, 1950.