Durante su vida, San
José, no se ha preocupado por hacer cosas grandes, sino por cumplir bien la
voluntad de Dios, inclusive en las cosas más sencillas y humildes, con mucho
empeño y amor.
Enséñame, San José, la prontitud en buscar y
realizar la voluntad de Dios, en lo más humilde a los ojos de los hombres, en
lo más pequeños a los ojos de los poderosos, y con gran amor a los ojos de
Dios.
Por una maravillosa disposición de la divina
providencia, San José, tuvo una vida escondida a los ojos de los hombres. Esto
nos puede servir de perfecto modelo a
todos los cristianos de vida interior, que en cualquier condición quieren
servir fielmente a Jesucristo, y marchar en su seguimiento en el camino de la
perfección.
Podemos decir de San José lo que San
Ambrosio dijo de la Santísima Virgen: “La vida interior consiste esencialmente
en el recogimiento del espíritu, en la vigilancia de todos los afectos del
corazón, y en una constante unión con Dios.”
Es la feliz disposición de un alma que,
alejada de las cosas externas y sensibles, se ocupa continuamente en los
grandes misterios de la fe, y está siempre dispuesta a perfeccionarse en la
piedad.
Imitemos a San José...