Se cuenta en el libro
de las Revelaciones de Santa Brígida que hubo un caballero de tanta nobleza por
su nacimiento como de perversas costumbres, pues habiendo hecho pacto expreso
con el demonio de ser esclavo suyo, había vivido sesenta años sin acercarse a
recibir los Sacramentos, con la disolución y abandono que es consiguiente.
Pero le llegó la hora de salir de este mundo
y, queriendo Jesucristo usar con él de misericordia, mandó a Santa Brígida que
le enviase su confesor y le exhortase a confesar. Fué el confesor, pero el
enfermo se excusó con decir que ya otras veces se había confesado. Fué segunda
vez, y el otro se mantuvo en su obstinación. Mandó Jesucristo de nuevo a la
Santa que enviase al confesor, el cual volvió la tercera vez, y le descubrió la
revelación, añadiendo que volvía porque el Señor deseaba usar con él de
misericordia. Al oír esto el enfermo se enterneció y empezó a llorar,
exclamando: “¿Cómo he de alcanzar yo perdón de mis pecados, habiendo servido al
demonio por espacio de sesenta años y cometido innumerables pecados?” El
confesor le animó, prometiéndole perdón de parte de Dios. Entonces,
alentándose, dijo que, aunque habia desesperado de su salvación, teniéndose por
condenado, ya sentía dolor y arrepentimiento de sus maldades y confiaba en la
misericordia divína. En efecto: aquel mismo día se confesó cuatro veces con
gran dolor, el siguiente comulgó, y al sexto murió contrito y resignado en la voluntad
de Dios.
Después habló de nuevo Jesucristo a Santa
Brígida, descubriéndole que el alma de aquel pecador estaba en el purgatorio y
que se habia salvado por intercesión de la Virgen su Madre, porque en medio de
la vida desgarrada que habia llevado, siempre había tenido devoción a los
dolores de la misma Señora, compadeciéndose de ellos siempre que se ocurrían a
la memoria.
“Las Glorias de María”
San Alfonso María de
Ligorio.
“Apostolado de la
Prensa” año 1940
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