COMO
LOS JUDIOS CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATÓLICO Por: JOSEPH RODDY. Revista
LOOK 25 Enero 1966. Final de la Revista
LOOK.
Lichten
no se daba todavía por vencido y envió
telegramas a más de 25 Obispos con la esperanza de que ellos pudiesen restaurar
el texto vigoroso; pero de nuevo fue Higgins quien calmadamente le aconsejó que
desistiera: “Mira, Joe, le dijo a Lichten el sacerdote, con ademanes de un
abogado especializado en asuntos laborables, yo comprendo tu descontento. Yo
también estoy descontento”. En seguida se
fue del mismo modo a consolar a Shuster.
En su propio aposento, en donde Higgins
pensaba que Lichten y Shuster por primera vez se habían reunido en Roma, el
sacerdote les habló como si fuese un oficial que pretendía poner en orden a su
regimiento. “Si
Uds. dos dan la impresión en Nueva York, les dijo, de que se podía haber
alcanzado un mejor texto para la Declaración, están Uds. Locos”. “Poned sobre la mesa vuestras cartas.
Es sencillamente insensato pensar que por algunas presiones aquí o por algunos
artículos de prensa allá, en Nueva York, Uds. pueden hacer un milagro en el
Concilio. Vosotros no obtendréis lo que pretendéis y ellos pensarán que habéis
fracasado en vuestro intento”.
Lichten recuerda todavía más: “Higgins dijo: “debéis daros cuenta
del daño que se haría, Joe, si nosotros permitimos que estos cambios que se han
hecho en el texto se conviertan en barreras para interceptar el camino que
hemos emprendido hace ya tanto tiempo. Y esto puede suceder, si su gente y la
mía no responden a los aspectos positivos del nuevo texto. Este fue el argumento
sicológico decisivo para mí” dijo Lichten.
Shuster no estaba convencido, sin embargo,
él recuerda bien la conversación de ese día. “Tuve que romper mi cabeza y mi
corazón, dijo, para pensar lo que debíamos hacer. Pasé por una crisis, pero al
fin fui convencido por Higgins. El que se hubiese omitido en el nuevo texto la
palabra Deicidio, no lo consideré yo
francamente como una catástrofe. Pero, el que se hubiese cambiado la palabra
“condena” por la palabra “deplora” esto es otra cosa. Cuando yo le piso un pie
inadvertidamente, Ud. deplora lo que yo he hecho. Pero ¡una masacre! ¿Es
bastante deplorar una masacre?”
Un diferente punto de vista fue tomado por el Abad René Laurentin, miembro moderador del Concilio, el cual escribió a los Obispos para hacerles un último llamamiento a su conciencia. Si no volviese a haber antisemitismo en el mundo, nada le importaría a Laurentin la negación del crimen del Deicidio, atribuido al pueblo judío, pero como la Historia nos obliga a ser pesimistas en esta materia, Laurentin pedía a los Obispos el que se supusiese, como una hipótesis, que el genocidio volviese a repetirse. “Entonces, argüía Laurentin, el Concilio y la Iglesia serán acusados de haber dejado sin extirpar la raíz emocional del antisemitismo, que es el tema del Deicidio”.
El
Obispo Leven había expresado su deseo de que la palabra Deicidio fuese
suprimida en el vocabulario cristiano, cuando un año antes él había pedido el
retorno al texto primitivo más explícito y enérgico. Ahora el Secretariado había suprimido en la nueva declaración la
palabra Deicidio y de tal manera había suprimido esta palabra Deicidio del
vocabulario cristiano, que aun la proscripción de la palabra fue omitida. “Con
dificultad puede uno evitar la impresión, escribió Laurentin, de que estos
argumentos tienen algo de artificioso”.
Antes de la votación en San Pedro el Cardenal Bea habló delante de toda la Asamblea
de los Obispos. Dijo que su Secretariado había recibido “sus modi” con agradecido corazón y que las palabras, objetadas por los Obispos,
habían sido las primeras en ser suprimidas. El habló sin entusiasmo, como
quien se da perfectamente cuenta de que estaba pidiendo a los Obispos menos de
lo que Jules Isaac y Juan XXIII hubieran deseado. Exactamente 250 Obispos votaron contra la
Declaración, mientras 1763 la respaldaron. En los Estados Unidos y en
Europa, horas después, la prensa hizo simple lo que en realidad era complejo,
con encabezados como estos: “El
Vaticano Perdona a los Judíos”, “Los Judíos no son Culpables”, o “Los Judíos
Exonerados en Roma”.
Brillantes comentarios hicieron entonces los
voceros del Comité Judío Americano y de la B'nai B'rith, aunque en esos
comentarios hay una nota de desencanto, porque el texto más vigoroso de la
Declaración había sido debilitado. Heschel, amigo de Bea, fue el más duro en sus
comentarios y llamó la decisión de suprimir la palabra Deicidio: “un acto de pleitesía a Satanás”.
Más adelante, ya con más calma, él simplemente
se mostraba consternado. “Mi
viejo amigo, dijo Heschel, el Padre jesuita Gus Weigel pasó una de las últimas
noches de su vida en este cuarto”. “Yo le pregunté ¿si él creía que fuese
realmente ad majoren Dei gloriam el que no hubiere más sinagogas, ni comida de
los “sederes”, ni oraciones en hebreo?”.
La pregunta fue meramente retórica y Weigel está ya en su tumba.
Otros comentarios se hicieron, desde lo
triunfal hasta lo satírico. El Dr. William Wexler, de la confederación Mundial
de Organizaciones Judías, procuró ser más preciso: “El verdadero significado de la
Declaración del Concilio Ecuménico, nos los darán los resultados prácticos que
esa Declaración tenga en aquellos a quienes está dirigida”. Harry Golden de la “Carolina
Israelita” pedía un Concilio Ecuménico Judío en Israel para hacer la
declaración judía sobre los cristianos.
Con su innecesaria mordacidad en sus
respuestas, el comunista estaba reflejando una opinión popular en los Estados
Unidos, según la cual se había concedido a los judíos una especie de perdón.
Esa idea fue iniciada y sostenida por la prensa, aunque no tenía base alguna en
la Declaración. Lo que, sin embargo, comprensiblemente consiguieron, fue abrir
una disputa en torno del Concilio, que presentaba a los judíos como si hubiesen
estado en el banquillo de los acusados por cuatro años. Si los acusados no se
sienten completamente exonerados, cuando se pronunció el veredicto, es porque
el proceso se prolongó por demasiado tiempo.
Esta demora era completamente comprensible,
si se tenían en cuenta las razones políticas, pero pocos fueron los que
quisieron atribuirla a motivos religiosos. La actual cabeza de la Santa Sede,
como el hombre cumbre de la Casa Blanca, está firmemente convencida de que
debía buscarse una votación mayoritaria o unánime, cada vez que estaba a
discusión un tema importante. Por el principio de la colegialidad, según el cual
todos los Obispos ayudan al gobierno de toda la Iglesia, cualquier tema
importante dividía al Colegio Episcopal en dos grupos: el progresista y el
conservador. El papel del Papa consistía
en reconciliar a estas dos alas. Para
remediar estas divisiones en el Colegio Episcopal, el Papa tenía que acudir
bien fuese a la persuasión o a la imposición que trastornaba el principio de
contradicción.
Cuando una
facción decía que la Escritura sola era la fuente de la enseñanza de la
Iglesia, la otra defendía que eran dos fuentes: la Escritura y la Tradición. Para poner un
puente entre las dos opiniones, la Declaración fue de nuevo redactada con
toques personales de Paulo en las que se reafirman las dos fuentes de la
revelación, no sin dejar de dar a entender que el otro punto de vista merecía
estudio. Cuando los oponentes de la Libertad Religiosa decían que
esa declaración podría oponerse a la antigua doctrina de que el catolicismo es
la única y verdadera Iglesia, una solución parecida bajó al aula del Concilio,
del cuarto piso del Vaticano. Ahora la Declaración sobre la libertad religiosa
comienza con la doctrina de la única verdadera Iglesia, que, según el
pensamiento de algunos conservadores satisfechos con esa Declaración,
contradice el texto que sigue después de esa afirmación inicial.
La Declaración Judía tuvo mayores conflictos
para tener el consentimiento universal que Paulo pretendía. Aquellos que veían
una dicotomía (división) en la Declaración, pudieron darse cuenta que esa
división también existe en el Nuevo Testamento en el que todos, sin embargo
están de acuerdo. Pero ¿hasta
qué grado estaba complicada la Declaración con la política de los árabes?
En Israel, después de la votación, existe la
impresión de que las masas cristianas de los árabes eran más indiferentes en
esta disputa de lo que los intérpretes conservadores de la Escritura hubieran
querido. Los periódicos del Medio Oriente nos dan una evidencia considerable en
este punto.
Por las leyes de Newton, en movimientos
políticos, la presión origina una contra-presión, más frecuentemente de lo que
los “coyotes” quisiesen admitir. Y una de la hipótesis
más ponderadas de la B'nai B'rith en gran parte y algunas de las
intransigencias teológicas de los conservadores fueron originadas por las
intrigas de elementos judíos.
Había desde el principio temores de que las
actividades subterráneas del Judaísmo llegasen a ser contraproducentes. Nahum
Goldmann advirtió a los judíos con oportunidad, “a no exigir esa Declaración con
demasiada intensidad”. Muchos elementos
judíos no lo hicieron así. Después de la votación, cuando Fritz Becker, el
hombre callado de la W.J.C., confesó que él había alguna vez entrevistado a Bea
en su casa, dijo que no se había mencionado la Declaración. “El Cardenal y
yo, dijo Becker, sencillamente hablamos acerca de las ventajas que tenía el no
hablar de la Declaración”.
Hay católicos, que estuvieron cerca del
teatro de los acontecimientos en Roma, quienes piensan que la actividad judía
fue dañosa. Higgins, el sacerdote de la acción social de Washington, no es uno
de ellos. Si no hubiera sido por este trabajo subterráneo de los coyotes, opina
él, la Declaración hubiera fracasado.
Pero, el Cardenal Cushing, en su modo áspero
de hablar, dijo que los únicos que podían haber dado al traste con la
Declaración Judía eran los “coyotes” judíos. El Padre Tom Stransky, vigoroso y
joven Paulista, que conduce un automóvil Lambretta para trabajar en el
Secretariado, pensaba que una vez que la prensa entrase en el Concilio, sería
imposible detener la presión de esos grupos. Si el Concilio hubiera podido
deliberar en secreto, sin insinuaciones ni presiones extrañas, el Padre opina
que la Declaración hubiera podido salir más vigorosa.
El mismo Stransky teme
que muchos católicos consideren la Declaración, tal como fue votada, como si
hubiese sido escrita exclusivamente para los judíos. “Debe tenerse presente que esta
Declaración está dirigida a los católicos, que es un asunto de la Iglesia
Católica. Yo no temería decir que me sentiría ofendido, si yo fuese un judío y
yo pensase que este documento había sido redactado para los judíos”.
Para los católicos, piensa él que el
documento ha sido promulgado para tener los mejores resultados. Fue el superior
en el Secretariado de Stransky, el Cardenal Bea, quien más accedió a las
peticiones de los conservadores. Bea, se dio cuenta aparentemente ya muy tarde
de que hay algunos católicos, más piadosos que instruidos, para quienes su
desprecio a los judíos es inseparable de su amor a Cristo. El que el Concilio
hubiese declarado que los judíos no mataron a Cristo habría sido un cambio
demasiado brusco para la fe de esa gente sencilla. Esa gente está formada por
los que pudiéramos llamar simples dogmáticos del catolicismo. Pero había muchos
Obispos en el Concilio, que si estaban lejos de ser simples, no dejaban de ser
dogmáticos. Ellos sintieron la presión judía en Roma y se molestaron por esta
causa. Ellos pensaron que los enemigos de Bea estaban en lo justo, cuando veían
que los secretos del Concilio aparecían en los periódicos americanos. “Bea quiere entregar la Iglesia a los judíos”,
decían, del viejo Cardenal, los que sembraban el odio contra él, y algunos
dogmáticos del Concilio consideraban el cargo como justo. “No digan que los judíos han tenido
parte en obtener esta Declaración, dijo un sacerdote, porque de lo contrario
toda la lucha con los dogmáticos volverá empezar”.
El Padre Feliz Morlion de la Universidad
Pro-Deo, que encabeza el grupo de estudio que trabaja en unión con el Comité
Judío Americano, opinó que el texto promulgado fue el mejor. “El texto anterior tenía más en
cuenta la sensibilidad del pueblo judío, pero no producía la claridad necesaria
en la mente de los cristianos”.
“En
este sentido era menos efectivo para la causa del pueblo judío”.
Morlion sabía perfectamente lo que los
judíos habían hecho para obtener la Declaración y por qué los católicos habían
aceptado ese compromiso. “Nosotros hubiéramos
podido derrotar a los dogmáticos, insistió el Padre”. “Ellos hubieran
ciertamente perdido, pero el costo hubiera sido la división de la Iglesia”.
JOSEPH RODDY.
“CON
CRISTO O CONTRA CRISTO”
R.P.
Joaquín Sáenz y Arriaga.
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