martes, 7 de septiembre de 2021

EL ANTISEMITISMO Y EL CONCILIO ECUMENICO. (Parte 1 de 2) – Por el Presbítero. Joaquín Sáenz y Arriaga. Doctor en Filosofía y Teología de la Arquidiócesis de México. Editorial Nuevo Orden (Año 1964).

CARDENAL BEA CON UN RABINO.

 EL CARDENAL BEA CON UN RABINO



   Estamos en uno de los momentos más enigmáticos, más agitados, más desconcertantes de la humanidad. Parecen crujir y desplomarse nuestros principios, nuestra ideología, nuestras mismas creencias. Tenemos que revisar todo, tenemos que reconocer que estábamos equivocados, tenemos que pedir perdón a nuestros eternos enemigos, que simulando lo que no son, y lo que no sienten, y lo que no buscan, ni quieren, nos tienden hipócritamente las amigables manos.

   Reconozco sinceramente los apostólicos anhelos que han lanzado a algunos hombres, de la Iglesia a esta peligrosísima aventura, a esta ambiciosa y fluctuante política de; la llamada “apertura a la izquierda”, del “diálogo ecuménico”, de la más tierna e indulgente benevolencia a “los hermanos separados”. Pero, nada puede negarnos que nuestra caridad no pueda comprometer la verdad, ninguna sola verdad de la doctrina inmutable del depósito de la Divina Revelación. Yo no tengo verdadera caridad, a los hombres, cuando no amo a Dios sobre todas las cosas. Porque creo en Dios, por eso creo en el Papa y creo en el Concilio y creo en Jos obispos; porque quiero amar a Dios sobre todas las cosas, por eso quiero amar y reverenciar y obedecer a sus ministros y representantes aquí en la tierra.        ,         .

   Es muy curioso observar el fenómeno psicológico de muchos de los más destacados propugnadores de las ideas progresistas, que, mientras son todo oídos y comprensión y bondad para los “hermanos separados”, son, en cambio, todo dureza, todo desprecio, toda falta de caridad para los que firmes en la doctrina tradicional, en las definiciones dogmáticas de la Iglesia, no aceptamos, ni queremos doblegarnos a las novedades con que hoy quieren ellos acomodar nuestra fe a las pretensiones de los que hasta ayer considerábamos como herejes, cismáticos y enemigos de Dios.

   El humorismo, qué mitiga y alivia los más graves conflictos de los hombres, ha tenido sabrosos desahogos y críticas oportunas para expresar este comentario que está en los labios de sabios y de ignorantes. Un sacerdote excelente me decía: “Tenemos que hacemos ortodoxos, protestantes o masones, para ser tratados como “hermanos separados”. Entonces seremos objeto de la caridad, comprensión y benevolencia que ahora no tenemos”. Otro ejemplo: dicen que en el Concilio andaba el diablo y, cuando los Padres conciliares quisieron echarle fuera, él también reclamó sus derechos de “hermano separado”.

   De esta labor ecuménica quizás su promotor más destacado sea el Cardenal tudesco Agustín Bea, S. J. A pesar de sus años, es ya un anciano octogenario Su Eminencia, ha desplegado una actividad extraordinaria en este campo. Él número de observadores no católicos al Concilio, gracias a Su asombroso dinamismo y a sus generosas condescendencias con los “hermanos separados”, se elevó de 49, que asistieron en la primera cesión del Concilio representando a 17 iglesias no católicas, a 66 que en esta segunda etapa representan a 22 iglesias distintas de la nuestra.

   La Prensa Asociada, el viernes 18 de octubre de 1963, después de hablar de la audiencia que S. S. Paulo VI concedió a esos observadores no católicos, nos dice: “Entretanto, se anuncia que está listo un documento contra el antisemitismo, para ser presentado ante el Concilio. El documento, nuevo capítulo de un esquema sobre el ecumenismo —la búsqueda de la unidad cristiana— recalca la doctrina católica de que toda la humanidad comparte la responsabilidad de la crucifixión de Cristo”...

   “Una fuente próxima a la Secretaría del Cardenal indicó:

   “Una cosa, que esperamos de éste proyecto, es que ayude a poner fin al uso de referencias de las Escrituras sobre la crucifixión por parte de organizaciones antisemitas, como bases de panfletos para difundir el odio contra los judíos”.

   “El documento, continúa la Prensa Asociada, examina las raíces judío-cristianas de la civilización occidental y recalca la enseñanza católica de que la discriminación contra todo un pueblo por faltas de unos pocos es un grave pecado contra la justicia y la caridad”.

   Este reportaje de la Prensa Asociada, que en sus párrafos entre comillas bien puede atribuirse a Mons. Méndez Arceo, merece, concediéndole toda la autenticidad que se quiera, un análisis escrupuloso y una franca y categórica refutación. Distingamos los conceptos contenidos en, las palabras literalmente copiadas:

   1. —Se afirma que el Concilio, o mejor dicho, la Secretaría que preside el Cardenal Bea prepara un documento, proposición dogmática o decreto disciplinario condenando el antisemitismo. Yo me imagino que la razón evidente de esta solemne condenación es que el antisemitismo es una perversa y diabólica herejía contra la Iglesia de Cristo. ¿Por qué? ¿Por discriminar o perseguir a un pueblo, a una raza, a un grupo social de la humanidad? En ese caso, espero que el Concilio, con una visión más ecuménica, condene dogmáticamente a toda segregación racial, a toda discriminación entre los hombres. Todas las hegemonías, todas las desigualdades humanas que engendran división, que originan injusticias, que son fuentes permanentes de inconformidades, de odios rencorosos y repugnantes tiranías entre los hombres, deben ser dogmáticamente condenadas por el Concilio. Es necesario que la Iglesia empiece a urgir la igualdad, la “egalité”, que ya antes había proclamado la Revolución Francesa y que en el fondo es un concepto profundamente cristiano (Nota del blog: Existe una “igualdad” cristiana y una “igualdad” anticristiana…revolucionaria)

   Porque sería intolerable y contradictorio el que el Concilio tan sólo extendiese su manto protector sobre los judíos, dejando ignorados y desamparados a tantos grupos humanos, cuyas condiciones son, sin duda, más difíciles, más antihumanas, más odiosas que las que sufren o hayan podido sufrir los hijos de Israel. ¿Nos parecería justo que, mientras el Concilio condenase el antisemitismo, dejase sin condenación solemne y pública al comunismo, que ha destrozado y esclavizado a tantos pueblos, cubriendo de sangre, de dolor y de exterminio a medio mundo?

   2. — Según el reportaje de la Prensa Asociada, el Cardenal Bea y con él Mons. Méndez Arceo y los otros elementos progresistas “urgidos en conciencia”, quieren librar de una vez para siempre a los judíos de toda responsabilidad en el deicidio de Jesucristo. No fueron los judíos, dicen ellos contrariando la historia y la tradición, fuimos todos los hombres, fue la humanidad prevaricadora la que crucificó al Redentor. No lo dice así el símbolo de nuestra fe: qui propter nos homines et propter nostram salutem descendit de coelis. Crucifixus etiam pro nobis... Sí, por nosotros todos bajó del cielo, se .encarnó y murió crucificado. Anás y Caifas y todo el Sanedrín tienen idéntica responsabilidad en ese crimen, que la que puedan tener su Eminencia o su Excelencia Reverendísima. Yo no creo que ellos quieran hacer, sin embargo, suyas aquellas voces blasfemas; “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”

   No niego que toda la humanidad comparta, en algún sentido, en cuanto pobres y, miserables pecadores que somos todos, la responsabilidad de la pasión de Jesucristo; pero, esta responsabilidad colectiva nada tiene, que ver con el crimen personal, directo, formal del deicidio que la Sinagoga cometió. Judas, miembro del Colegio Apostólico, Vendió al Señor; y no por eso vamos a decir, pese a nuestra personal responsabilidad, que el crimen de Judas es el crimen del Cardenal Bea, ni del Obispo de Cuernavaca.

   Cuando Jesucristo, lloró sobre la ciudad deicida de Jerusalem, cuando anunció proféticamente los castigos divinos que habrían de caer sobre su pueblo, de ser verdad la tesis que comentamos, el Señor anunció la injusticia divina. ¿Por qué castigar a ese inocente pueblo de un crimen que era igualmente imputable a toda la humanidad? ¿Por qué llamar a Judas “hijo de la perdición”, si él no hizo otra cosa que realizar el decreto divino?

   La humanidad prevaricadora, en su desgracia, atrajo sobre ella la infinita misericordia de Dios y la Justicia se dio ósculo de reconciliación con la bondad infinita que encontró el camino de nuestra salvación por la Encarnación, pasión y muerte del Unigénito del Padre; pero, esa Misericordia Infinita fue especialmente despreciada, ultrajada y sacrificada por la ingratitud y la perfidia del pueblo deicida.

 

   3. — No sabía yo que fuese “enseñanza católica que la discriminación de un pueblo por faltas de unos pocos es un gran pecado contra la justicia y la caridad". ¿Quién discriminó a ese pueblo, Dios, nosotros o sus dirigentes?

   El pueblo de Israel fue el pueblo escogido por Dios para conservar el depósito de la divina revelación y preparar el advenimiento de Jesucristo. Todo fue previsto, todo estaba anunciado, a través del tiempo, por boca de los profetas. Y, sin embargo, llegada la plenitud de los tiempos, “vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Hubo ocasiones, en las que parecía que, ante la evidencia de la santidad de la vida y doctrina del Señor, ante sus múltiples y estupendos milagros, las multitudes se acercaban al reconocimiento y la aceptación de su Mesías. De la buena fe del pueblo brotaron aquellas frases: “Nunca ha aparecido en Israel un hombre semejante” “¿Por ventura es éste el Hijo de David?” Pero los fariseos y los príncipes de la Sinagoga respondían, con tono de desprecio y ademanes de venganza: “Este hombre arroja los demonios con la autoridad y el poder del Príncipe de las tinieblas". Y el pueblo seducido y engañado seguía a sus jefes que no reconocieron nunca ni la legación divina, ni la mesianidad, ni mucho menos la filiación divina de Jesús.

   En el proceso del Señor aparece claro que la verdadera, la única causa de su Condenación y de su muerte fue la afirmación categórica que Él hizo de ser el Cristo, el Mesías prometido. Esta afirmación, era intolerable para la ambición desmedida y la soberbia satánica de sus enemigos, que soñaban en un reino material y en la dominación de todos los otros pueblos de la tierra. No puede entender la tenebrosa historia de la Sinagoga, quien pierda de vista esa ambición dominante e insaciable de los dirigentes del pueblo judío. Para ellos la negación del Cristianismo, su lucha secular en contra de él, no es sino la lógica secuela de la repulsa sangrienta que hicieron del Mesías. Cristo vive en su Iglesia y la obstinada perfidia de sus mortales enemigos tiene que seguir conspirando, persiguiendo y tramando la muerte del Cristo Místico, así como conspiró, persiguió y tramó el crimen nefando del Calvario,

   No somos nosotros los que hemos discriminado al pueblo de Israel; son sus dirigentes, es su Sinagoga, la que, al rechazar al Hijo de Dios, enviado por su Eterno Padre para salvar al mundo, atrajo sobre el pueblo escogido la maldición divina. El velo del tabernáculo se rasgó y la Antigua quedó sustituida por la Nueva Alianza.

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