TRES LUCES NECESARIAS.
a) Luz general
sobre las cosas del mundo, b) Luz
perfecta sobre el abandono del mundo, c)
Luz perfectísima sobre la presencia de Dios en el mundo. —La doctrina de la
pureza.
La luz de la razón es necesaria a cualquier
alma que de veras quiera servir a Dios. — Primero sobre la luz general.
Entonces, el Dios se alegró de la sed y
hambre de aquella alma y de la rectitud de corazón, y queriendo atender al
favor que le pedía, volvió sus ojos de piedad y misericordia hacia ella,
diciendo:
–– ¡Oh
amadísima y queridísima hija y esposa mía! Levántate sobre
ti misma y abre los ojos del entendimiento para verme a mí, Bondad infinita, y
el amor inefable que te tengo a ti y a los demás servidores míos. Abre el oído de tu deseo, porque de
otro modo, si no vieses, no podrías
oír, o sea, que el alma que no mira con
su entendimiento en el objeto de mi verdad, no puede oír ni conocer mi verdad. Por eso, para que la conozcas mejor, quiero que te levantes sobre
todo lo sensible, y yo, que me
deleito en tu petición y deseo, te complaceré. No es que el deleite pueda crecer en mí por vuestra intervención, puesto que yo soy quien lo hace crecer en vosotros, sino que me gozo
en el mismo gozo que doy a las
criaturas ––
Entonces aquella alma obedeció, y,
elevándose sobre sí misma para conocer la verdad de lo que le preguntaba, Dios
eterno le dijo:
––
Para que mejor puedas entender lo que voy a decir, volveré al principio de lo
que preguntas: a las tres luces que salen de mí, verdadera Luz.
La
primera es una luz común que se halla en los que están en caridad común.
Aunque te he dicho que tienes de una y otra luz (natural y sobrenatural), te repetiré muchas cosas ya dichas para
que tu pobre entendimiento entienda mejor lo que quisiere saber. Las otras dos corresponden
a aquellos que se han elevado sobre el mundo y quieren la perfección. Además de
esto, te explicaré lo que me has preguntado, respondiéndote en concreto a lo
que te interesa sobre la iluminación general.
Sabes
que te dije que sin luz nadie puede andar por el camino de la verdad, es decir,
sin la luz de la razón. Esta la recibís de mí, verdadera Luz, por el
entendimiento y por la luz de la fe que os he dado en el santo bautismo, si no
la quitáis por vuestros pecados. En el bautismo, mediante y en virtud de la
sangre de mi Hijo unigénito, recibisteis la forma de esta fe. Ella, ejercitada
en la virtud por la luz de la razón —la
cual se halla iluminada por la luz de la fe—, os da vida y os hace andar
por el camino de la verdad. Con ella me
conseguís a mí, verdadera Luz, y sin ella conseguiréis las tinieblas.
Os son necesarias dos luces procedentes de
esta luz, y aun a esas dos luces añadiré una tercera.
La
primera es
para que seáis iluminados en el conocimiento de las cosas transitorias del
mundo, que pasan como el viento. Pero no las podéis
conocer bien si antes no conocéis vuestra propia fragilidad y lo inclinada que se
halla a rebelarse contra mí, vuestro Creador, debido a un tendencia perversa
que está unida a vuestros miembros. No es que por esta inclinación se vea uno obligado
a cometer el menor pecado si no lo quiere, pero ella lucha contra el espíritu.
No puse yo esta inclinación para que mi criatura racional fuese vencida, sino para
que aumentase y manifestase la virtud del alma, porque la virtud no se puede
manifestar si no hay algo que la contradiga. Los sentidos son contrarios al espíritu, y por ellos prueba el alma
el amor que me tiene a mí, su
creador. ¿Cuándo lo prueba? Cuando
se levanta contra los sentidos con
aborrecimiento y desagrado.
También
le di esta inclinación para conservarla en la verdadera humildad. Por donde ves
que, al crear al alma a mi imagen y semejanza, colocándola en tanta dignidad y
belleza, le di por compañero lo más vil que existe, pues le di la mala inclinación,
esto es, pegándosela al cuerpo, formado de lo más vil de la tierra, para que,
cuando viera su belleza, no levantase la cabeza de la soberbia contra mí. Por lo
cual, el frágil cuerpo, en el que reside esta luz, es razón que se humille, y
no tiene de qué ensoberbecerse, sino de qué humillarse verdadera y perfectamente.
De modo que esta inclinación no fuerza al pecado por causa de la lucha, sino
que es causa de haceros conocer a vosotros mismos y la poca consistencia del
mundo.
Esto
debe verlo el entendimiento con la luz de la santísima fe, a la que califiqué
como pupila de los ojos del entendimiento; es la luz necesaria que toda
criatura racional precisa, por lo
general, para participar de la vida de la gracia en cualquier estado en que se
halle, si quiere favorecerse del fruto de la sangre del Cordero inmaculado; es
la luz común, o sea, la que comúnmente debe tener toda criatura, de modo que
quien no la tuviera se hallaría en estado de condenación. Por no hallarse en estado
de gracia, pues entonces no tienen esta luz, y quien no la tiene no conoce el
mal de la culpa y cuál es su raíz, no puede amarme ni desearme a mí, que soy el
Bien; ni a la virtud, que le he dado como instrumento para otorgarse la gracia.
Ves,
por tanto, lo necesaria que os es esta luz, porque de otro modo con vuestros
pecados amáis lo que yo odio y odiáis lo que yo amo. Yo amo la virtud y odio el vicio, y quien
ama el vicio y no ama la virtud me ofende y es privado de mi gracia.
Es como un ciego, sin conocer la causa del pecado, es decir, el amor propio sensitivo. No se odia a
sí mismo ni conoce el pecado, ni el mal que se le sigue en razón del pecado. No
conoce ni a la virtud ni a mí, que soy el origen de la virtud que le da la
gracia, ni la dignidad en que se encuentra, ni cómo se llega a la gracia por
medio de la virtud.
Ves,
pues, que la falta de conocimiento es la causa de su mal; luego tenéis
necesidad de esta luz.
“EL DIÁLOGO”
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