Los
patarinos, que eran más fuertes en aquella ciudad que en otra
parte, habían,
entre ellos, desfigurado completamente el dogma de la presencia real, reduciendo
la Eucaristía a una simple cena conmemorativa. Con esto, como fácilmente se comprende, herían a
la Iglesia en lo que le era más vital, ya que la Eucaristía es precisamente el centro y el corazón de la Iglesia,
y de este Sagrado Corazón le fluye
la sangre y la vida, se irradia la luz de la Verdad, la llama del amor y se
derivan todas las gracias.
Antonio, en su predicación en Rímini, tuvo bien en cuenta este error
particular de los herejes, e ilustró plenamente la realidad de la presencia de
Jesús en la Hostia Santa: más los jefes de la herejía daban, por su parte,
muestras de tenacidad en sus negaciones, y tal vez en presencia de los más
sencillos intentaban rebatir los razonamientos del Santo. Hubo, entre otros, uno que se hacía el sabihondo, aduciendo todas las
más mezquinas razones del hombre que no cree en las explícitas palabras de
Jesucristo.
Intentó Antonio iluminarle
tanto en público como en privado, aduciéndole, entre otras cosas, que en una
diminuta semilla se encuentra en embrión todo el cuerpo futuro,, tanto en el
reino animal como en el vegetal; los muchos cambios de que hablan las
Escrituras: el agua de las bodas de Cana
trocada en vino y, más que todo, el infinito poder de Dios, el cual nos lo ha
asegurado con aquellas palabras de Cristo: —Este es
mi cuerpo: ésta es mi sangre—, que no admite discusión.
Bonvillo, así se llamaba
el hereje, replicaba siempre que no quería entender tantas razones y sofismas,
y una vez añadió: —Si quieres que yo
crea en este misterio no tienes más remedio que mostrármelo con un milagro. Te
juro que después del milagro estoy dispuesto a creerte y a convertirme.
—Elige —respondió el Santo— el milagro que
quieras, porque yo confío en Dios que lo verás realizado.
—Yo
tengo una mula —respondió Bonvillo —: la
tendré sin comer por tres días continuos, pasados los cuales, yo y tú nos
presentaremos juntos ante ella: yo con el pienso y tú con tu Sacramento. Si la mula, sin cuidarse del pienso, se arrodilla y adora
ese tú Pan, entonces también lo adoraré yo.
Oída la elección del milagro y considerada
su necesidad y utilidad para librar a tantos ilusos de los lazos del error, sin temor de tentar a Dios, mas con una
firme confianza en El, aceptó el Santo la prueba, y habiéndose retirado para
pasar aquellos tres días en ferviente oración, ayunos y penitencias, se
presentó al tercer día para realizarla.
La multitud era numerosa sobre toda
ponderación y Antonio celebró la Santa Misa a cielo abierto;
después en la plaza pública tomando una Hostia consagrada, se dirigió hacia el
jumento famélico, mientras por otra parte avanzaba Bonvillo sosteniendo en sus manos un cestillo de pienso.
La mula,
viendo a su amo, olfateó el cesto del tan apetecido pienso; mas después se
retiró, y, vuelta de repente hacia la parte de Antonio, dobló las rodillas
delanteras y bajó la cabeza, ¡como si
verdaderamente hubiera sido capaz de un acto de adoración!
A la
vista de un tan estupendo prodigio, resonaron los vivas de los buenos
católicos, y hasta los herejes se compungieron, llegando a derramar lágrimas
juntamente con Bonvillo, el cual se arrodilló el primero para adorar al
Santísimo Sacramento, bien convencido de que proceder de otro modo hubiera sido
lo mismo que ponerse más bajo que los animales brutos y proclamarse más testarudo
que un mulo.
Los
herejes se retractaron de sus errores, y Antonio, después de dar la bendición con el Santísimo, condujo
la Hostia procesionalmente y en triunfo a la iglesia, donde se dieron gracias a
Dios por el estupendo portento y por la alcanzada conversión de tantos herejes.
Este milagro fué verdaderamente el golpe
maestro dado a la herejía por el Santo, y desde este momento le viene a propósito
el glorioso apelativo de “Martillo de la herejía”,
ya que él, después de haber intentado persuadir y convencer a los herejes,
viéndolos absolutamente refractarios a la santa doctrina, trituró a la hidra
infernal con la fuerza de lo sobrenatural.
En Rímini ha perseverado tan tenaz la
tradición que comprueba este hecho, que aún hoy señalan la casa en que habitó
el hereje, la cual se levanta frente al templete, recuerdo del prodigio, en la
plaza donde éste tuvo lugar.
“San
Antonio de Padua – Pía Sociedad de San Pablo – Año 1952”
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