Sería cosa útil y muy del agrado de todos los párrocos el que recogiéramos aquí en pocas páginas, los
consejos que el Santo dió a esta rama tan importante del clero, que tiene
confiada a su cuidado la cura de las almas.
Séame permitido referir algunos sabios consejos que pueden servir de
norma, tanto a los sacerdotes que aceptan el desempeño de una parroquia, como a
los obispos que la confieren.
¿Qué edad es de preferirse para la entrega y aceptación
de una parroquia?: “Es mucho mejor, enseñaba Don Cafasso, recibir
la parroquia cuando joven más bien que en edad madura. El párroco joven tendrá
tiempo para ver crecer en virtud sus feligreses, gracias a sus trabajos y a su
predicación. Cuando se puede decir a alguno, yo te bauticé, yo te enseñé las
primeras verdades de la fe, cuánto amor, cuánto respeto y cuánta docilidad se
aseguran”.
¿Se deben escoger las parroquias más ricas o es
preferible el total abandono en la Divina Providencia? Sobre este
punto Don Cafasso recomendaba absoluto desinterés, exhortando a no
ambicionar las parroquias dotadas de más cuantiosa renta, sino buscar en todo
la gloria del Señor. Y a uno de sus alumnos, que acaso poco satisfecho por
tal consejo, observaba que al fin de cuentas, para un párroco es “siempre mejor que le sobre y no que le
falte”, respondió el maestro: “Sí, sí, pero mientras no se haga buen uso de eso que
sobra, nadie puede asegurar su eternidad”.
¿Se puede aspirar a
la parroquia que nos vió nacer y crecer? Don Cafasso jamás
aprobó tales aspiraciones recordando las palabras de Jesús: NEMO PROPHETA ACCEPTUS EST IN PATRIA SUA.
Decía que los parientes, amigos y compañeros nos recordarían los defectos de
nuestra juventud y la familiaridad que habíamos tenido para con ellos mismos, y
estos son escollos poderosos para cumplir satisfactoriamente el sagrado
ministerio. “Cuántas veces a un párroco
en tales condiciones, podría recordarse el Medíce
cura teipsun y entonces vería que sus sermones son menos escuchados y su
confesonario rodeado con poca confianza. Y oírse luego tutear y llamar con los
nombres de hijo de fulano o de sultano sería cosa que disminuiría mucho su
prestigio”.
¿Cómo conducirse con
las personas del servicio y en sus relaciones con los parroquianos? Pague
a la criada su salario a fin de cada mes, y no le permita entrometerse en los
asuntos de los parroquianos. El párroco debe amar su casa, y mantenerla con
decoro, pero sin lujo.
No entable
amistades innecesarias ni busque entretenimientos profanos. No haga fácilmente confidencias a nadie con
la ilusión de que los secretos tan inconsideradamente comunicados han de ser
guardados. No vaya a otras casas sino cuando lo
exigían la gloria de Dios, el deber y las obligaciones de cortesía. Aun
en las más íntimas fiestas, se requiere mucha prudencia. Con ocasión de matrimonios
y bautizos, en la iglesia, sí; en la casa, no, al menos por aquel día.
¿Cuál debe ser la
residencia habitual del párroco? Además
de la casa cural, la iglesia. ¡Qué
hermoso, decía, cuando la gente va a buscar a su pastor y oye contestar: “voy a
llamarlo, está en la iglesia”! Y en la iglesia el párroco debe portarse
devotamente. Al verlo los fieles rezando en la iglesia el Oficio Divino, ante
Jesús Sacramentado, celebrando la Santa Misa con piedad edificante, se sentirán
movidos a frecuentar los Santos Sacramentos y a imitar su devoción.
¿Cómo corregir y
amonestar a los hijos espirituales? Es deber de los párrocos, enseñaba
el Santo, velar por la conducta de sus feligreses para advertir y corregir a
los pecadores; y esto no sólo acerca de los defectos conocidos sino averiguando
también los ocultos, tanto para la enmienda del delincuente como para
edificación de los demás. Para que la corrección
produzca frutos y no se tome mal, debe hacerse amablemente y de improviso para
que cause más profunda impresión. Jamás se use el púlpito para reprender los
pecados privados que se cometen en el pueblo.
“Vida
de San José Cafasso” Ediciones Paulinas (año 1948)
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