miércoles, 12 de junio de 2019

EL TEMOR AL ESCÁNDALO NO DEBE CALLAR LA VERDAD – El ejemplo de San Antonio de Padua.






…El pequeño señor cruel y despótico, del prelado vicioso nada tenían que temer, estos prelados eran incapaces de atreverse a levantar la voz contra el vicio, cuando éste aparecía personificado en el poderoso del mundo.

   El Santo intuyó en seguida este grave achaque y he aquí por qué hallamos en sus sermones las más encendidas invectivas aún contra las personas eclesiásticas y contra los oradores de su tiempo.

   Antonio era del temple de aquel San Juan Gualberto, que algún siglo antes no había titubeado en denunciar en la plaza pública de Florencia a su propio abad y a su propio obispo, tenidos hasta entonces en concepto de hombres de bien.

   A éstos, dice nuestro Santo: “El que predica la verdad da buen testimonio a Cristo, mientras que se lo niega el que la calla. Como la verdad suele atraerse el odio, algunos, para no incurrir en este injusto odio ajeno, cierran sus labios con un riguroso silencio. Si dijeran la verdad como debieran hacerlo, si siguieran la recta razón y el mandamiento del Señor, incurrirían en el odio de aquellos que viven según las máximas falaces y las costumbres perversas del mundo, que han abandonado. Mas como tales predicadores pertenecen a la misma masa de los carnales, e imitan sus costumbres, tienen por esto miedo de escandalizar al mundo, descubriendo sus torpezas, siendo así que ni aún por este escándalo debe callarse la verdad. Cuando los discípulos refirieron a Jesús que los fariseos se habían escandalizado de sus palabras, la Verdad encarnada respondió: “-Lo que no ha sido plantado por mi Padre será exterminado y destruido. No os preocupéis, pues, de ellos, que son ciegos y guías de ciegos.” ¡Oh predicadores ciegos como lo fariseos: porque teméis, las iras de los mundanos incurrís en el mismo castigo que es la ceguedad!


   “Se dice que la vaca silvestre cuando perseguida por el cazador, está a punto de ser lazada, arroja sobre él su estiércol, dificultando de este modo la persecución y consiguiendo muchas veces evadir sus lazos y saetas.” Es lo que hacen hoy ciertos Prelados, los cuales lanzan contra el predicador el espantajo de su potencia, de su adhesión, el sobornó de las cosas temporales, con lo cual pretenden cerrar la boca al predicador y evitar su reproche. De los predicadores que se les acomodan por miedo o por avaricia está escrito en el Eclesiástico: “El perezoso será apedreado con los excrementos de los bueyes”.

   “Por esto dice Isaías en nombre del Señor: —Yo suscitaré en medio de ellos a los Medos, es decir, a los pregoneros de la divina palabra, los cuales no pedirán oro ni plata, sino que herirán a los párvulos, es decir, a los amadores del siglo, con las saetas de la santa predicación”.

   Un día predicaba Antonio en Brouges, con ocasión de un Sínodo diocesano, en presencia de los fieles y de todo el clero, con el mismo Arzobispo a la cabeza.

   Habló, con su acostumbrada eficacia y elocuencia, de los deberes de cada uno, y después, dirigiéndose al Arzobispo, comenzó a detestar algunos vicios y defectos que gravaban su conciencia; a fin de que nadie pudiera equivocarse acerca del sujeto a quien iba dirigida aquella invectiva, la comenzó con estas palabras: —Y ahora te digo a ti, oh mitrado—, añadiendo después una expresión de reprobación.

   El terror que experimentó aquel Prelado fué tal, que, apenas terminado el sermón, llamó a sí al orador y le manifestó su conciencia, enmendándose después de los vicios de que había sido reprendido.

   Ni se crea por esto qué Antonio fuese un revolucionario o un imprudente, puesto que sabía muy bien hacer distinción entre el culpable y la autoridad que éste podía representar.

   No obstante los defectos y faltas del clero de su tiempo, él halla oportunamente el modo de dar a conocer la autoridad que representan los ministros del Señor, y la obligación que tienen los fieles de prestarles obediencia en aquellas cosas que no impliquen incumplimiento del propio deber.

   Él sabe hablar también con unción de las virtudes del sacerdote, de los sacrificios que con frecuencia se impone por el adelantamiento espiritual de su grey, y de los heroísmos de que es protagonista cuando, en su vocación, es llamado y guiado por Dios.


“San Antonio de Padua por la – PÍA SOCIEDAD DE SAN PABLO – Año 1952”

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