…El pequeño señor cruel
y despótico, del prelado vicioso nada tenían que temer, estos prelados eran incapaces
de atreverse a levantar la voz contra el vicio, cuando éste aparecía
personificado en el poderoso del mundo.
El Santo intuyó en seguida este grave
achaque y he aquí por qué hallamos en sus sermones las más encendidas
invectivas aún contra las personas eclesiásticas y contra los oradores de su
tiempo.
Antonio era del temple de aquel San Juan Gualberto, que algún siglo
antes no había titubeado en denunciar en la plaza pública de Florencia a su
propio abad y a su propio obispo, tenidos hasta entonces en concepto de hombres
de bien.
A éstos, dice nuestro Santo: “El que predica la verdad da buen
testimonio a Cristo, mientras que se lo niega el que la calla. Como la verdad suele atraerse el odio, algunos, para no
incurrir en este injusto odio ajeno, cierran sus labios con un riguroso
silencio. Si dijeran la verdad como debieran hacerlo, si siguieran la recta
razón y el mandamiento del Señor, incurrirían en el odio de aquellos que viven
según las máximas falaces y las costumbres perversas del mundo, que han
abandonado. Mas como tales predicadores pertenecen a la misma masa de los carnales,
e imitan sus costumbres, tienen por esto miedo de escandalizar al mundo,
descubriendo sus torpezas, siendo así que ni aún por este escándalo debe
callarse la verdad. Cuando los discípulos refirieron a Jesús que los fariseos
se habían escandalizado de sus palabras, la Verdad encarnada respondió: “-Lo que no ha sido plantado por mi Padre será
exterminado y destruido. No os preocupéis, pues, de ellos, que son ciegos y
guías de ciegos.” ¡Oh predicadores ciegos como lo fariseos: porque teméis, las
iras de los mundanos incurrís en el mismo castigo que es la ceguedad!
“Se dice que la vaca silvestre cuando
perseguida por el cazador, está a punto de ser lazada, arroja sobre él su
estiércol, dificultando de este modo la persecución y consiguiendo muchas veces
evadir sus lazos y saetas.” Es lo que hacen hoy ciertos
Prelados, los cuales lanzan contra el predicador el espantajo de su potencia,
de su adhesión, el sobornó de las cosas temporales, con lo cual pretenden
cerrar la boca al predicador y evitar su reproche. De los predicadores que se
les acomodan por miedo o por avaricia está escrito en el Eclesiástico: “El perezoso será apedreado con los
excrementos de los bueyes”.
“Por esto dice Isaías en nombre del Señor:
—Yo suscitaré en medio de ellos a los Medos, es decir, a los pregoneros de la
divina palabra, los cuales no pedirán oro ni plata, sino que herirán a los
párvulos, es decir, a los amadores del siglo, con las saetas de la santa
predicación”.
Un día predicaba Antonio en Brouges, con
ocasión de un Sínodo diocesano, en presencia de los fieles y de todo el clero,
con el mismo Arzobispo a la cabeza.
Habló, con su acostumbrada eficacia y
elocuencia, de los deberes de cada uno, y después, dirigiéndose al Arzobispo,
comenzó a detestar algunos vicios y defectos que gravaban su conciencia; a fin
de que nadie pudiera equivocarse acerca del sujeto a quien iba dirigida aquella
invectiva, la comenzó con estas palabras:
—Y ahora te digo a ti, oh mitrado—, añadiendo después una expresión de
reprobación.
El
terror que experimentó aquel Prelado fué tal, que, apenas terminado el sermón,
llamó a sí al orador y le manifestó su conciencia, enmendándose después de los
vicios de que había sido reprendido.
Ni se crea por esto qué Antonio fuese un revolucionario o
un imprudente, puesto que sabía muy bien hacer distinción entre el culpable y
la autoridad que éste podía representar.
No
obstante los defectos y faltas del clero de su tiempo, él halla oportunamente el
modo de dar a conocer la autoridad que representan los ministros del Señor, y
la obligación que tienen los fieles de prestarles obediencia en aquellas cosas
que no impliquen incumplimiento del propio deber.
Él sabe hablar también con unción de las virtudes del
sacerdote, de los sacrificios que con frecuencia se impone por el
adelantamiento espiritual de su grey, y de los heroísmos de que es protagonista
cuando, en su vocación, es llamado y guiado por Dios.
“San
Antonio de Padua por la – PÍA SOCIEDAD DE SAN PABLO – Año 1952”
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