Teresa Neumann |
El hecho. —
En la historia de los santos se han registrado muchas veces fenómenos de inedia
o ayuno absoluto durante un tiempo muy superior al que resisten las fuerzas
naturales.
Casos históricos. —
He aquí algunos de los más notables: la Bienaventurada Angela de Foligno estuvo
doce años sin tomar ningún alimento; Santa Catalina de Sena (1347-80),
ocho años aproximadamente; la Bienaventurada
Elisabeth de Reute, más de quince años: Santa Ludwina de Schiedman
(1380-1433), veintiocho años; el Bienaventurado Nicolás de Flüe (1417-87),
veinte años; la Bienaventurada Catalina de Raconixio (1468-1547), diez años. De época más
reciente podemos citar a Rosa María Andriani (1786-1845), veintiocho años; Domenica Lazzari (1815- 1848) y
Luisa Lateau (1850-1883), catorce años.
En nuestros días es famoso el caso de Teresa Neumann,
rigurosamente comprobado por una observación que la crítica más
severa se ha visto obligada a admitir como indiscutible
Explicación del fenómeno. — La fisiología y
patología humanas han demostrado plenamente que el hombre no puede naturalmente
sobrevivir a una abstinencia total de alimentos prolongada durante algunas semanas.
He aquí algunos datos curiosos sobre este particular:
a)
En 1831, el bandido Granié,
condenado a muerte, rehusó todo alimento, salvo un poco de agua; murió al cabo
de sesenta y tres días en convulsiones. No pesaba más que 26 kilos.
b)
En 1924, el Dr. P. Noury publicó en
el Concours medical la observación de una nonagenaria que, habiéndose fracturado
el cuello del húmero, declaró que no quería quedar imposibilitada y prefería
morir. Rehusó toda alimentación, salvo un poco de líquido y algunos granos de
uvas. Se extinguió en cuarenta y nueve días.
c)
De nuestros días es también el caso del lord
alcalde de Cork—Mac Swiney—, que se hizo famoso en todo el mundo al dejarse
morir de hambre como protesta por la dominación inglesa sobre Irlanda. Su
agonía, en el curso de la cual tomó solamente líquidos, duró aproximadamente
dos meses y medio (setenta y tres días).
De estos y otros datos similares se desprende
que la vida humana no puede prolongarse en inedia absoluta más allá de diez o
doce semanas, no habiéndose registrado hasta la fecha ningún ayuno natural
prolongado por más de tres meses.
¿Cómo
se explican, pues, aquellos ayunos de los santos prolongados por meses y años
enteros, no solamente sin morir, sino incluso sin perder peso y sin que su
salud se quebrantara por ello?
Ante todo parece que es preciso rechazar
todo intento de explicación puramente natural. El organismo humano no puede
naturalmente mantener su vitalidad sin combustiones internas. Toda combustión
acarrea una pérdida considerable de ácido carbónico y de residuos; de ahí el
adelgazamiento y la muerte al cabo de cierto tiempo si no hay aporte de
material de recambio.
Notemos, por otra parte, que los santos y personas
piadosas que practicaron tales ayunos no solamente no llevaban una vida
aletargada y somnolienta, sino, al contrario, llena de vitalidad y dinamismo,
con poquísimas horas de descanso o sueño. Sus gastos de energía vital tenían,
pues, que llegar al máximum. Esto es cosa del todo clara y evidente.
¿Habrá que concluir, sin más, que un ayuno prolongado por
tiempo superior al que la simple naturaleza puede ordinariamente soportar es forzosamente
sobrenatural? Creemos que no.
La Iglesia no tiene en cuenta el ayuno
prolongado—aunque se haya comprobado plenamente—para decidirse a una
beatificación o canonización.
Es preciso tener en cuenta no sólo la posible
intervención diabólica, sino también las posibilidades desconocidas y ocultas
de la misma naturaleza.
¿Podría el hombre en determinadas
condiciones asimilar, como las plantas, el ácido carbónico y el nitrógeno
atmosférico? ¿Puede recibir su energía vital de otra fuente distinta de sus
combustiones internas? Un autor en 1934, en la revista
Hipócrates, proponía para Teresa Neumann la hipótesis
de una asimilación de las radiaciones solares. Estamos muy lejos de compartir
esta opinión, pero es indudable que se abre con ella, para la ciencia moderna,
una perspectiva insospechada.
Sólo la comparación y contraste con el resto
de la vida del paciente podrá darnos la clave para juzgar de la
sobrenaturalidad de un ayuno prolongado.
Es preciso comprobar la duración del ayuno,
la conservación de las fuerzas físicas y morales, la ausencia del hambre en
plena salud y la exclusión de toda causa morbosa del ayuno. Y, sobre todo, es
necesario estar seguro de la santidad del ayunador, de la heroicidad de sus
virtudes, de sus dones sobrenaturales de éxtasis, etc., que suelen casi siempre
acompañar a estos fenómenos portentosos cuando son sobrenaturales, como parecen
serlo en el caso de Teresa Neumann.
Debe examinarse diligentemente si en el ayuno se encierra algún motivo oculto
de vanidad o presunción o, si por el contrario, se practica bajo la moción del
Espíritu Santo y con plena y rendida sumisión a la obediencia. El ayunador
debe, además, no ser sostenido durante su largo ayuno sino por la recepción de
la Sagrada Eucaristía y debe cumplir
puntualmente todos sus deberes de estado. Únicamente cuando se reúnan todas estas circunstancias podrá juzgarse el
fenómeno como verdaderamente
sobrenatural y milagroso.
Supuesta, finalmente, la sobrenaturalidad
del fenómeno, habrá que explicarlo, desde el punto de vista teológico, por una
especie de incorruptibilidad anticipada de los cuerpos gloriosos, que suspende
la ley del incesante desgaste de los órganos y dispensa, por lo mismo, de la
ley correlativa de la refección alimenticia.
“TEOLOGÍA
DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA”
EJEMPLO DE INEDIA: “SAN NICOLÁS DE FLUE”
El Padre Imer de Kerns escribió en 1487: Cuando el Padre Nicolás comenzó su vida de abstinencia total, y hubo alcanzado el decimoprimer día, me mandó llamar y me preguntó privadamente si debería comer o continuar absteniéndose. Él deseaba vivir totalmente sin comida, para separarse más del mundo. Toqué sus extremidades y noté sólo piel y huesos; toda la carne se había secado por completo, las mejillas estaban hundidas y los labios increíblemente delgados. Le dije que perseverara tanto como pudiera sin hacer peligrar su vida. Que si Dios lo había sostenido por once días, podría sostenerlo por once años.
Nicolás
siguió mi consejo, y desde ese momento hasta el día de su muerte, por un
período de veinte años y medio, no tomó ningún tipo de alimento ni bebió nada.
Como era más cercano a mí que a cualquier otra persona, con frecuencia le hablé
del tema. Me dijo que recibía el Sacramento una vez al mes, y sentía que el
Cuerpo y Sangre de Cristo le comunicaba fuerza vital, que le servía como carne
y bebida, y que de otro modo no habría podido sustentar su vida sin nutrición.
Los
magistrados, queriendo verificar el hecho, enviaron guardias por todo un mes
que rodearon el retiro del santo tanto de noche como de día para ver que nadie
le llevase comida. El Príncipe-Obispo de Constancia envió a su sufragáneo, el
Obispo de Ascalon, con órdenes estrictas de desenmascarar la impostura, si
podía detectar alguna.
El
sufragáneo tomó su morada en una capilla junto a la celda de Nicolás, y
entrando a la celda le preguntó: “¿Cuál es el primer deber de un cristiano?”.
“La obediencia”, dijo Nicolás. “Si la obediencia es el primer deber de un
cristiano, yo te ordeno que comas tres piezas de pan, y que bebas este vino”,
dijo el Obispo.
Nicolás
pidió al Obispo que no insistiera en su orden, pero el Obispo no se dejaría
convencer. Nicolás estaba obligado a obedecer; pero en el momento en que tragó
un pedazo de pan, su agonía fue tan grande, que el Obispo dejó de presionarlo,
y le dijo que sólo deseaba probar si Nicolás estaba poseso por un demonio; pero
su obediencia le había mostrado que era un hijo de la gracia.
El
Archiduque Segismundo de Austria envió al médico real, Buscard von Hornek, a
examinar el caso, y él permaneció en la celda varios días y noches. El
Emperador Federico III envió delegados para investigar, pero todos confesaron
que era un hecho real, totalmente libre de engaños”.
Hasta
aquí el relato del sacerdote contemporáneo del santo. Por su parte, el
historiador protestante John de Muller, de la Confederación Suiza, escribió:
“Nicolás
de Flue vivió veinte años sin comer otro alimento o bebida que no fuera la
Santa Eucaristía que recibía cada mes. Esto se hizo por la gracia de Dios
Todopoderoso, que creó de la nada el cielo y la tierra, y los mantiene como le
place. Este milagro fue examinado durante su vida, relatado y entregado a la
posteridad por sus contemporáneos, y se mantiene incontestable”.
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