lunes, 1 de octubre de 2018

LA INEDIA (ayuno absoluto) – Por Antonio Royo Marín. (Fenómenos místicos extraordinarios).

Teresa Neumann




El hecho. — En la historia de los santos se han registrado muchas veces fenómenos de inedia o ayuno absoluto durante un tiempo muy superior al que resisten las fuerzas naturales.

   Casos históricos. — He aquí algunos de los más notables: la Bienaventurada Angela de Foligno estuvo doce años sin tomar ningún alimento; Santa Catalina de Sena (1347-80), ocho años aproximadamente; la Bienaventurada Elisabeth de Reute, más de quince años: Santa Ludwina de Schiedman (1380-1433), veintiocho años; el Bienaventurado Nicolás de Flüe (1417-87), veinte años; la Bienaventurada Catalina de Raconixio (1468-1547), diez años. De época más reciente podemos citar a Rosa María Andriani (1786-1845), veintiocho años; Domenica Lazzari (1815- 1848) y Luisa Lateau (1850-1883), catorce años.

   En nuestros días es famoso el caso de Teresa Neumann, rigurosamente comprobado por una observación que la crítica más severa se ha visto obligada a admitir como indiscutible

   Explicación del fenómeno. — La fisiología y patología humanas han demostrado plenamente que el hombre no puede naturalmente sobrevivir a una abstinencia total de alimentos prolongada durante algunas semanas. He aquí algunos datos curiosos sobre este particular:

   a) En 1831, el bandido Granié, condenado a muerte, rehusó todo alimento, salvo un poco de agua; murió al cabo de sesenta y tres días en convulsiones. No pesaba más que 26 kilos.
   b) En 1924, el Dr. P. Noury publicó en el Concours medical la observación de una nonagenaria que, habiéndose fracturado el cuello del húmero, declaró que no quería quedar imposibilitada y prefería morir. Rehusó toda alimentación, salvo un poco de líquido y algunos granos de uvas. Se extinguió en cuarenta y nueve días.

   c) De nuestros días es también el caso del lord alcalde de Cork—Mac Swiney—, que se hizo famoso en todo el mundo al dejarse morir de hambre como protesta por la dominación inglesa sobre Irlanda. Su agonía, en el curso de la cual tomó solamente líquidos, duró aproximadamente dos meses y medio (setenta y tres días).

   De estos y otros datos similares se desprende que la vida humana no puede prolongarse en inedia absoluta más allá de diez o doce semanas, no habiéndose registrado hasta la fecha ningún ayuno natural prolongado por más de tres meses.

   ¿Cómo se explican, pues, aquellos ayunos de los santos prolongados por meses y años enteros, no solamente sin morir, sino incluso sin perder peso y sin que su salud se quebrantara por ello?

   Ante todo parece que es preciso rechazar todo intento de explicación puramente natural. El organismo humano no puede naturalmente mantener su vitalidad sin combustiones internas. Toda combustión acarrea una pérdida considerable de ácido carbónico y de residuos; de ahí el adelgazamiento y la muerte al cabo de cierto tiempo si no hay aporte de material de recambio.

   Notemos, por otra parte, que los santos y personas piadosas que practicaron tales ayunos no solamente no llevaban una vida aletargada y somnolienta, sino, al contrario, llena de vitalidad y dinamismo, con poquísimas horas de descanso o sueño. Sus gastos de energía vital tenían, pues, que llegar al máximum. Esto es cosa del todo clara y evidente.

   ¿Habrá que concluir, sin más, que un ayuno prolongado por tiempo superior al que la simple naturaleza puede ordinariamente soportar es forzosamente sobrenatural? Creemos que no.

   La Iglesia no tiene en cuenta el ayuno prolongado—aunque se haya comprobado plenamente—para decidirse a una beatificación o canonización.

   Es preciso tener en cuenta no sólo la posible intervención diabólica, sino también las posibilidades desconocidas y ocultas de la misma naturaleza.

   ¿Podría el hombre en determinadas condiciones asimilar, como las plantas, el ácido carbónico y el nitrógeno atmosférico? ¿Puede recibir su energía vital de otra fuente distinta de sus combustiones internas? Un autor en 1934, en la revista Hipócrates, proponía para Teresa Neumann la hipótesis de una asimilación de las radiaciones solares. Estamos muy lejos de compartir esta opinión, pero es indudable que se abre con ella, para la ciencia moderna, una perspectiva insospechada.

   Sólo la comparación y contraste con el resto de la vida del paciente podrá darnos la clave para juzgar de la sobrenaturalidad de un ayuno prolongado.

   Es preciso comprobar la duración del ayuno, la conservación de las fuerzas físicas y morales, la ausencia del hambre en plena salud y la exclusión de toda causa morbosa del ayuno. Y, sobre todo, es necesario estar seguro de la santidad del ayunador, de la heroicidad de sus virtudes, de sus dones sobrenaturales de éxtasis, etc., que suelen casi siempre acompañar a estos fenómenos portentosos cuando son sobrenaturales, como parecen serlo en el caso de Teresa Neumann. Debe examinarse diligentemente si en el ayuno se encierra algún motivo oculto de vanidad o presunción o, si por el contrario, se practica bajo la moción del Espíritu Santo y con plena y rendida sumisión a la obediencia. El ayunador debe, además, no ser sostenido durante su largo ayuno sino por la recepción de la Sagrada Eucaristía y debe cumplir puntualmente todos sus deberes de estado. Únicamente cuando se reúnan todas estas circunstancias podrá juzgarse el fenómeno como verdaderamente sobrenatural y milagroso.

   Supuesta, finalmente, la sobrenaturalidad del fenómeno, habrá que explicarlo, desde el punto de vista teológico, por una especie de incorruptibilidad anticipada de los cuerpos gloriosos, que suspende la ley del incesante desgaste de los órganos y dispensa, por lo mismo, de la ley correlativa de la refección alimenticia.

“TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA”


EJEMPLO DE INEDIA: “SAN NICOLÁS DE FLUE”


 


El Padre Imer de Kerns escribió en 1487: Cuando el Padre Nicolás comenzó su vida de abstinencia total, y hubo alcanzado el decimoprimer día, me mandó llamar y me preguntó privadamente si debería comer o continuar absteniéndose. Él deseaba vivir totalmente sin comida, para separarse más del mundo. Toqué sus extremidades y noté sólo piel y huesos; toda la carne se había secado por completo, las mejillas estaban hundidas y los labios increíblemente delgados. Le dije que perseverara tanto como pudiera sin hacer peligrar su vida. Que si Dios lo había sostenido por once días, podría sostenerlo por once años.

Nicolás siguió mi consejo, y desde ese momento hasta el día de su muerte, por un período de veinte años y medio, no tomó ningún tipo de alimento ni bebió nada. Como era más cercano a mí que a cualquier otra persona, con frecuencia le hablé del tema. Me dijo que recibía el Sacramento una vez al mes, y sentía que el Cuerpo y Sangre de Cristo le comunicaba fuerza vital, que le servía como carne y bebida, y que de otro modo no habría podido sustentar su vida sin nutrición.

Los magistrados, queriendo verificar el hecho, enviaron guardias por todo un mes que rodearon el retiro del santo tanto de noche como de día para ver que nadie le llevase comida. El Príncipe-Obispo de Constancia envió a su sufragáneo, el Obispo de Ascalon, con órdenes estrictas de desenmascarar la impostura, si podía detectar alguna.

El sufragáneo tomó su morada en una capilla junto a la celda de Nicolás, y entrando a la celda le preguntó: “¿Cuál es el primer deber de un cristiano?”. “La obediencia”, dijo Nicolás. “Si la obediencia es el primer deber de un cristiano, yo te ordeno que comas tres piezas de pan, y que bebas este vino”, dijo el Obispo.

Nicolás pidió al Obispo que no insistiera en su orden, pero el Obispo no se dejaría convencer. Nicolás estaba obligado a obedecer; pero en el momento en que tragó un pedazo de pan, su agonía fue tan grande, que el Obispo dejó de presionarlo, y le dijo que sólo deseaba probar si Nicolás estaba poseso por un demonio; pero su obediencia le había mostrado que era un hijo de la gracia.

El Archiduque Segismundo de Austria envió al médico real, Buscard von Hornek, a examinar el caso, y él permaneció en la celda varios días y noches. El Emperador Federico III envió delegados para investigar, pero todos confesaron que era un hecho real, totalmente libre de engaños”.

Hasta aquí el relato del sacerdote contemporáneo del santo. Por su parte, el historiador protestante John de Muller, de la Confederación Suiza, escribió:

“Nicolás de Flue vivió veinte años sin comer otro alimento o bebida que no fuera la Santa Eucaristía que recibía cada mes. Esto se hizo por la gracia de Dios Todopoderoso, que creó de la nada el cielo y la tierra, y los mantiene como le place. Este milagro fue examinado durante su vida, relatado y entregado a la posteridad por sus contemporáneos, y se mantiene incontestable”.

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