Clara
cosa es que la salud verdadera del hombre no está en la vida, sino en la muerte;
porque donde cayere el árbol, allí tendrá siempre su morada (Eccles. XI); de
que se infiere, que el ayudar a bien morir
a los enfermos es obra de no pequeña caridad,
y mayor de lo que muchos se imaginan:
porque si se considera el hombre que se ha de salvar, lo hallamos de inestimable valor, habiendo sido
criado a imagen y semejanza de la
Trinidad altísima: después de esto, si se vuelve el pensamiento a las obras que el Hijo de Dios ha hecho por salvarle, ¿quién podrá jamás comprender la estimación
y grandeza de la salud humana? Y finalmente, si se considera el fin principal de ella, que es la gloria de Dios, queda de todos modos inefable en su grandeza.
De las consideraciones que debemos hacer cuando nos llaman a
ayudar a los enfermos.
Para excitarnos mejor a la caridad cuando
nos llaman a ayudar a los enfermos, además de las consideraciones sobredichas, debemos
de premeditar las cosas siguientes: la primera, que no nos llaman estas o aquellas personas,
sino Dios, que nos da por ejemplo a su Hijo santísimo, al cual envió
desde el cielo a la tierra para redimir y salvar al mundo: donde considerarás cuán infatigable se
mostró siempre por nuestro bien, sin que el frio, el calor, el hambre, la sed,
ni pena alguna, ni aun la ignominia de la cruz detuviese el curso de su fineza.
Asi, pues, si no quieres contristar a tu Señor, está advertido para no rehusar
este piadoso y caritativo oficio por motivo alguno, no por cansancio, no por
alguna comodidad propia, no por alguna mortificación o pena que se padece en
los aposentos o estanques de los enfermos, y últimamente considera aquella sentencia del Señor: Con la misma medida con que midiereis,
seréis medidos. (Marc. IV, 24).
De los medios principales de que necesitamos para ayudar a los
enfermos.
Para ejercitar bien esta santa obra de ayudar
a los que están para morir, necesitamos de cinco cosas: de la buena vida, de la
desconfianza de nosotros mismos, de la confianza en Dios, de la oración, y de
saber el arte y modo de ayudarlos. Pero habiendo discurrido ya de las cuatro
primeras en el Combate espiritual, trataré solamente en este lugar, con el
auxilio divino, de la quinta con toda la brevedad posible.
“COMBATE
ESPIRITUAL”
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