viernes, 13 de septiembre de 2024

MES DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL – DÍA SEXTO.

 


SEXTO DÍA —6 de septiembre.

 

San Miguel, ministro plenipotenciario de Dios.

 

   Según el célebre comentarista Corneille Lapierre, San Miguel está revestido del poder de Dios, es el Vice-Dios del Cielo y de la Tierra: Michael Vice-Dei, o Vices Dei gerens; es la sombra, la figura del Padre Eterno que le ha delegado el ejercicio de su poder y comparte con él, por así decirlo, sus derechos sobre el mundo. Ahora bien, hasta la venida del Mesías, el Padre Eterno se reserva la dirección del mundo, y el pueblo judío se lisonjea de que en muchas circunstancias estará de acuerdo con esta augusta Majestad. Pero los Santos Padres y Comentaristas, apoyándose en las palabras de nuestros Libros Sagrados que nadie en la tierra ha visto ni verá a Dios el Altísimo se valió del ministerio de su Ángel para realizar esas diversas apariciones de las que habla la Sagrada Escritura. ¿Y qué es el Ángel que el Texto Sagrado llama el Ángel del Señor, el ministro del Altísimo, el Ángel de la Gloria de Dios? ¿Qué es esta criatura celestial, de belleza incomparable, de brillo deslumbrante, de ardor penetrante, que está cubierto de la Majestad divina y de su Poder omnipotente? San Ambrosio, San Atanasio, San Agustín, San Gregorio Nacianceno y muchos otros santos doctores responden que es San Miguel el mandado y plenipotenciario de Dios. La tradición de los judíos, formulada por los rabinos a partir del siglo II de nuestra era, coincide en este punto con la tradición cristiana: ningún Ángel, se dice, es nombrado por su nombre en los libros sagrados escritos antes de la cautividad de Babilonia, aunque se menciona con frecuencia a un Ángel innominado cuya grandeza parece fundirse con la del propio Dios supremo. Ahora bien, este Ángel no es otro que San Miguel, que es la Gloria de Dios, la Gloria del Señor, pues allí donde se encuentra Miguel, que es el Príncipe de los Ángeles, está la Gloria del Señor, siendo estos dos nombres sinónimos. Comentando los textos de la Biblia y dando pruebas en apoyo de su afirmación, los santos Doctores de la Iglesia Católica nos muestran a San Miguel introduciendo al hombre en el Paraíso terrenal, dándole a conocer el fin para el que fue creado, dándole preceptos y estableciendo con él una alianza eterna. Se le representa entonces reprochando al hombre caído su orgullo y prevaricación, expulsándolo del Paraíso, como había expulsado a Lucifer de los esplendores del Cielo, y enseñándole a cultivar la tierra, a sembrarla y a recoger sus frutos. Volvemos a encontrarle ordenando a Noé que construya el Arca que evitará la completa extinción de la raza humana en ese espantoso castigo del diluvio universal. Más tarde, en nombre de Dios, viene a probar la fe de Abraham ordenándole que sacrifique a su hijo, y tras el acto heroico de este patriarca, desciende del cielo para detener su brazo y bendecir en él a todas las naciones. Es él quien habla con Isaac y Jacob, quien se le aparece a Moisés en la zarza ardiente; es el que hace maravillas para convencer al Faraón de que dé la libertad a los hebreos; es el que guía al pueblo elegido hasta su entrada en la tierra de la paz. En una palabra, lo vemos en todas partes y siempre ejerciendo plenamente la autoridad y el poder de Dios. Y esto no puede sorprendernos, pues tiene pleno poder sobre todas las criaturas; en efecto, por voluntad de Dios, todos los elementos le están sometidos; puede suspender las leyes de la naturaleza por un momento, como hizo en particular para permitir que Josué obtuviera la victoria. Realmente tiene, como señala Santo Tomás, la vigilancia, el cuidado, la conservación de todo el universo. Finalmente, según la hermosa expresión de San Gregorio Magno, Dios lo envía cada vez que se trata de realizar una obra divina, para que todos comprendan, por su nombre y por la fuerza de su brazo, que él está armado de la omnipotencia divina y ostenta el privilegio de obrar las grandes maravillas de la eternidad. También es San Miguel, de acuerdo con nuestra fe, un gigante por el poder, según la expresiva palabra de Mons. Germain. Por tanto, postrémonos a ejemplo de los Patriarcas y de los Profetas, y del Apóstol San Juan; postrémonos a los pies de este glorioso administrador de todo el mundo, como lo llama Mons. Freppel, y, con los santos, transidos de alegría y gratitud, gritemos: ¡Qué grande eres, pues, oh temible Arcángel! ¡Cuán coronado de honor y gloria estás! ¿Quién puede celebrar dignamente tus alabanzas?

 

 

MEDITACIÓN.

 

   ¿Qué acción de gracias no debemos dar a Dios, que dio a San Miguel un poder tan grande, ordenándole que lo usara según sus propósitos en favor de la humanidad caída? Si Dios hubiera abandonado al hombre tras su pecado, ¿qué habría sido de nosotros? Si Él no nos sostuviera a cada momento por su misericordiosa providencia, ¿no volveríamos a ser el polvo del que emergimos? Al confiar a San Miguel el gobierno del mundo físico y moral, Dios nos ha mostrado qué cuidado tiene de nosotros, qué ardiente deseo tiene de salvarnos, pues este glorioso Arcángel y la compañía angélica tienen la misión de custodiarnos, es decir, de velar por nosotros, de iluminarnos, de fortalecernos: ut custodiant te in omnibus viis tuis (para que te guarden en todos tus caminos). Agradezcamos a Dios su solicitud por sus ingratas criaturas, mostrémonos dignos de este afecto sin límites. Pensemos que los Ángeles están a nuestro lado y que conocen todos nuestros actos, respetemos su presencia, no hagamos nunca nada que no nos atreveríamos a hacer ante los hombres.

 

 

ORACIÓN.

 

   Oh San Miguel, cuya grandeza y poder celebramos con alegría, ven en nuestra ayuda, rodéanos con tu constante protección, guía nuestros pasos por los caminos de la virtud, haznos siempre dignos de los beneficios de Dios, y enséñanos a reconocer, alabar y bendecir a la Divina Providencia en el tiempo, para que merezcamos glorificarla en el Cielo durante la Eternidad. Amén.



miércoles, 11 de septiembre de 2024

La bandera de Lucifer –POR EL PADRE CARLOS GREGORIO ROSIGNOLI. S.J.


 

Pónganse, pues, delante de los ojos a Lucifer, príncipe de las tinieblas y tirano del mundo, que en medio de Babilonia está sentado sobre un trono lleno de fuego y humo, al rededor un cortejo terrible de demonios, conjurados a hacer daño al género humano, y a destruir el reino de Cristo. Mírese lo horrible de su semblante, la frente altiva y llena de soberbia, los ojos fieros y encendidos, a manera de cometa, la boca sangrienta y arrabiada, que está respirando amenazas y estragos. Pues si bien él por sí mismo, (a ley de espíritu) no tiene forma alguna corporal; no obstante, cuando toma alguna para aparecerse, es espantosa, proporcionada a la monstruosa condición de su espíritu: y si tal vez toma alguna forma juguetona o lisonjera, es para atraernos con engaños. Sus juegos acaban en terrores y espantos, y la vana apariencia en estragos y ruinas. Viene como serpiente de hermoso color y forma halagüeña, que juega y abraza para escupir su veneno.

 

   Así levanta y tremola su bandera, cuya insignia son pintadas en ella figuras feas, placeres abominables, odios, homicidios, tesoros, que se desvanecen y paran en humo. Convida con un tono de voz formidable, y juntamente lisonjera, a los míseros mortales, para que le sigan. Venid conmigo a gozar de los bienes que os ofrezco, daos a los pasatiempos, mientras os lo permite la juventud, coronaos de rosas, antes que se marchiten;  no hay flor, ni deleite que no se tome; alargad las riendas al apetito, ya que sois de naturaleza deleznable.

 

   Buscad la gran estima del  mundo porque los honores y dignidades son los verdaderos bienes del hombre, poned todo vuestro estudio e industria en adquirir y amontonar riquezas, que son el único medio para haceros grandes en la tierra, y para comprar los placeres, que halagan los sentidos, yo (Lucifer) no pongo otras leyes a mis saldados que los dictámenes de su concupiscencia, y vivir a gusto.

 

   Estas y peores máximas propone Lucifer, abiertamente opuestas a los preceptos de Cristo, para arruinar así el mundo. A tanto le estimula el odio implacable contra Dios, cuya justicia vengadora experimenta, y quisiera, a gusto suyo, privarle del servicio y obsequio de sus criaturas. Despues la ambición de su soberbísimo espíritu, a fin que los hombres antes le sirvan a él cruelísimo tirano, que el Criador legítimo Rey. Finalmente, le punza la rabiosa envidia, porque el hombre no llegue a gozar la felicidad del cielo, de que él cayó con eterna ruina.

 

   Pero no se contenta Lucifer con llamar y convidar quien le siga bajo de su bandera; envía por todas partes innumerables legiones de demonios a que atraigan gente a su partido. Id (les dice) fieles ministros míos, a alistar soldados bajo de mis estandartes: no veis, que el crucificado dilata cada día más su reino, y por medio de unos vilísimos pescadores nos roba el dominio, que reinamos sobre la tierra. ¿Hemos de sufrir que se enarbole la cruz, donde se veneraban nuestras insignias y armas? ¿Y qué hombres hechos de barro suban a ocupar en el cielo aquellas sillas, de donde nosotros, espíritus nobilísimos, fuimos arrojados? Id, pues, oponeos a sus designios, apartadlos de las empresas de la virtud: donde no valiere la fuerza, valga el engaño: encended el ansia de las riquezas, que son lazos muy poderosos para atraer a los menos advertidos a nuestro bando: acalorad el ardor del apetito, que es el estímulo más eficaz para los deleites sensuales: ponedles honores, aplausos, dignidades, que son cebos muy agradables para pescar los corazones humanos: en una parte colgad baratijas, y bujerías licenciosas, en otra esparcid odios mortales: pregonad convites regalados a la gula: poned ocasiones de amores torpes: no haya honestidad segura de vuestros asaltos, ni virtud libre de vuestros engaños. En suma, aquel será más valiente soldado mío, que volviere con más copioso botín de almas rendidas.

jueves, 5 de septiembre de 2024

MES DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL – DÍA QUINTO.



 



QUINTO DÍA —5 de septiembre.

 

San Miguel, depositario de los secretos de Dios.

 

   Los Padres de la Iglesia, que han departido sobre la jerarquía de los Ángeles, clasifican a estos benditos Espíritus en dos clases principales: los del orden inferior son llamados Ángeles ejecutores o administradores, e incluyen a los Ángeles en sentido estricto, los Arcángeles, las Virtudes, las Potestades, los Principados y las Dominaciones. La otra clase, muy superior a la anterior, se divide en tres categorías: Tronos, Querubines y Serafines. Esta clase superior se denomina Ángeles Asistentes o Sin Pares. La última jerarquía de esta clase, llamados Tronos, es de una belleza deslumbrante, y da a entender al coro de jerarquías inferiores las órdenes del Soberano Maestro. La segunda jerarquía, los Querubines, admitidos en los secretos de Dios, poseen la plenitud de la ciencia, una ciencia supereminente, una ciencia que les llega porque están dotados de una naturaleza más excelente y porque contemplan más de cerca el esplendor divino, cuya claridad se refleja en su ser para reproducir su imagen perfecta. Por último, los Serafines. Estas sublimes criaturas, los espíritus más puros y perfectos de la creación angélica, penetran tanto en la naturaleza y esencia misma de Dios, que un Santo Doctor no temía decir que un mortal, si no tuviera la revelación para ayudar a su débil inteligencia, los confundiría con Dios mismo, tan íntima es su unión con el Creador. Ahora bien, como ya hemos visto, San Miguel, aunque comúnmente se le llama Arcángel, no es del orden de los Arcángeles, sino del orden de los Serafines, y, lo que, es más, como hemos mostrado, es el primero y más perfecto de los Serafines, y es, por así decirlo, uno con Dios, según la expresión de un gran Pontífice. Los misterios, los secretos divinos, no deben, pues, ocultársele. Él es el verdadero depositario de ellos, como afirman San Dionisio y San Pantaleón. “Su gigantesca inteligencia -dice Faber- ha escudriñado las profundidades del amor de Dios durante las revoluciones de los siglos, que han sido mucho más largas que las interminables épocas geológicas que exige la ciencia, y no ha encontrado el fondo de ellas”. Este es San Miguel -añade monseñor Germain-, San Miguel tal y como nos lo muestra la fe, un gigante de la inteligencia y un gigante del amor. No temamos, pues, exaltarlo, repitiendo estas bellas palabras de San Dionisio:

“Es la imagen perfecta de Dios, la manifestación de su luz oculta; es el espejo del Altísimo, un espejo transparente, claro como el cristal, un espejo fiel, sin alteración, sin mancha, un espejo, si se puede decir así, que recibe en su plenitud la bondad inefable y la belleza radiante de la figura divina. Está bajo la acción inmediata de la luz y el calor divinos. Es, pues, uno de los reflejos más vivos del pensamiento, uno de los rayos más ardientes del Creador. Ilumina a los ángeles y a los hombres por el nacimiento excepcional que tiene de Dios y por las revelaciones que recibe de Él.”

  

   El obispo de Cabrières dice que San Miguel es el símbolo de la fuerza intelectual, y el obispo Dupanloup que es la manifestación del pensamiento y de los secretos divinos. En otras palabras, los secretos de Dios le son revelados, es el depositario de ellos, como declara San Gregorio, y como afirma Corneille Lapierre. Así lo hacen entender también varios Padres de la Iglesia con esta comparación: San Juan Evangelista, apoyado en el corazón de Jesús, fue iluminado con una luz sobrenatural que le permitió leer los secretos de Dios, como canta la Santa Iglesia. Ahora bien, San Miguel, que vio y descansa íntimamente en Dios, ¿no superaría a este Apóstol tanto como la más perfecta naturaleza angélica supera a la humana? E incluso tenemos pruebas de ello, ya que San Miguel reveló al discípulo amado los secretos que relató en su Apocalipsis. Escribamos, pues, con el obispo Germain: “¡Oh, ministro privilegiado, que gozas de la familiaridad de tu Soberano, cómo te sientes honrado, investido de poder, y cómo suscitas admiración!” Y añadamos con un Santo Doctor: “Sí, eres verdaderamente el depositario de los misterios más íntimos de Dios, es una consecuencia de tu naturaleza privilegiada y de tu celo por la gloria del Altísimo.” Podemos repetir con toda verdad con los primeros discípulos de la Iglesia: “Eres bendito, oh Miguel Arcángel, príncipe de toda la milicia del Dios de los ejércitos, y los siglos te proclamarán bendito, porque los secretos celestiales te fueron íntimamente revelados.”




MEDITACIÓN

 

   San Miguel, por un privilegio especial, penetra en los secretos de Dios. Este conocimiento aumentaría su amor por el Creador, si no lo amara ya con todo el amor del que es capaz la criatura más perfecta. Nosotros también, por revelación conocemos a Dios y sus misterios. Sin duda este conocimiento es imperfecto, pero es suficiente para enseñarnos nuestro origen, el fin para el que hemos sido creados y los medios que podemos utilizar para alcanzar este fin, y para hacernos desear ver y poseer a Dios en el reino que se nos ha prometido. ¿Estamos agradecidos a Dios por ello? ¿No tratamos de someter las verdades que Dios nos ha revelado al examen de nuestra razón, tan débil en sí misma y tan cegada por el pecado original? Sabemos que Dios, la Verdad misma, ha hablado; ¿qué más necesitamos? ¿No nos da la palabra divina la convicción y la certeza de las cosas que esperamos, como si ya las conociéramos? Agradezcamos, pues, al Soberano Maestro por habernos dado los beneficios de la Revelación. Sometamos nuestras mentes a la claridad de la fe, que es el principio de la visión beatífica en la que consiste la vida y la dicha eterna.

  

ORACIÓN.

 

   Oh San Miguel, tú que, por privilegio especial, penetras en los secretos de Dios y los has comunicado a la tierra en muchas ocasiones, disipa de las almas las tinieblas del error, disipa las dudas, envía a todos los que te invocan algún rayo de esa luz divina que te ilumina, para que todos podamos ver la Verdad. Ilumínanos, para que todos comprendamos los beneficios de la revelación y conformemos nuestros pensamientos, palabras y acciones a ella, para merecer un día ver a Dios cara a cara en la morada de los Bienaventurados. Amén.


miércoles, 4 de septiembre de 2024

MES DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL – DÍA CUARTO.

 



CUARTO DÍA —4 de septiembre.

 

San Miguel, Príncipe de la Milicia Celestial.

 

   Dios, quien, según las Sagradas Escrituras, nunca se deja superar en generosidad y recompensa con tanta magnificencia hasta los más modestos actos de virtud, no puede permanecer indiferente al amor y la valentía que tan resplandecientemente viene demostrando San Miguel en el combate entablado con Lucifer. Y, porque ha sido fiel en las grandes cosas (Magnalia), no puede por menos que ser constituido por encima de las aún más grandes (supra multa te constituam). Opina San Basilio que Dios debe someter a todos los Ángeles a la autoridad de San Miguel, que no ha reculado ante ningún obstáculo para vengar el ultraje infinito perpetrado contra el Altísimo y asegurar por siempre jamás la suma bienaventuranza de los Ángeles fieles remanentes. Asimismo -dice Corneille Lapierre-, la Santísima Trinidad le ha constituido Príncipe de la Milicia Celestial y le ha revestido de un poder universal. Es por esto que los Santos Doctores le denominan Archiestratega, es decir, Jefe Supremo de los Ejércitos del Todopoderoso. Hay tres títulos que le atribuyen las diversas liturgias: Príncipe de la Luz, Comandante de los Ejércitos Angélicos y Primado del Ejército del Cielo. Puede verse así por qué la Santa Iglesia, intérprete infalible de los decretos de Dios, le nombra continuamente en los diversos oficios que ha compuesto en su honor como Gloriosísimo Príncipe de la Milicia Celestial. ¡Qué sublime dignidad! ¡Qué inconmensurable gloria! ¡Quién podrá nunca hacerse una idea de ello! Imaginemos a un hombre capaz de conquistar el mundo entero y hacerle aceptar su voluntad, de mantener en él un orden perfecto, de asegurar en él una completa y duradera paz, de traer el apogeo de la gloria, el conocimiento y el poderío. ¿Tenemos en ese monarca universal y prodigioso siquiera una sombra del más tenue de los destellos de gloria del Príncipe de la Milicia Angélica? ¡No! Pues, como dice Orígenes, todos los pueblos de la tierra reunidos no podrían hacer frente ni al más pequeño de los Ángeles. El número de Ángeles, según San Cirilo de Jerusalén, San Dionisio y muchos otros, sobrepasa por mucho el de todas las criaturas corpóreas, y suma una cifra que sobrepasa toda concepción humana. San Ambrosio afirma igualmente que los Ángeles son al menos cien veces más numerosos que la Humanidad entera. Partiendo de este principio, imaginemos los centenares, los millares de mundos que encierran cada una de las generaciones que se han sucedido desde la creación del hombre, y representémonos un príncipe que los gobierne y les dé órdenes puntual y alegremente obedecidas. ¿Tenemos ahí la imagen de la gloria de San Miguel? No, nos responde Molina. Reinar sobre tantos millones de mundos, semejantes al nuestro en el que hay ángeles, también será una imagen muy alejada de la inmensidad del Principado de San Miguel. La naturaleza humana está muy distante de la angélica, y, por consiguiente, ¡qué océano de gloria y poderío corresponde a este excelso Arcángel! No sigamos tratando en vano de buscar imágenes capaces de mostrarnos un pálido reflejo de este augusto privilegio, puesto que, como bien dice Suárez, para comprenderlo necesitaríamos cambiar nuestra naturaleza, pues ni el humano pecador menos imperfecto se puede imaginar todo lo que hay de grandeza y de poder en ese título prodigioso, cuyo esplendor ciega la inteligencia más clarividente. No obstante, terminamos con este bello pasaje de un sabio autor: “Imaginemos la celebración de la grandeza de un príncipe en la tierra, la vasta extensión de su imperio, el incalculable número de sus súbditos, la multitud y la fuerza invencible de sus ejércitos, sus gloriosas conquistas, la prosperidad que sus pueblos disfrutan a su sombra, el respeto y el amor que se le han prodigado tras haber amado él mismo a sus súbditos como hijos suyos y derramado sobre ellos los regalos de su real magnificencia.

 

   ¡Ilustre Arcángel, tu poder no tiene igual, sus límites son los del Cielo! Tus súbditos son más numerosos que las estrellas del firmamento y que los granos de arena de los lechos marinos. Un profeta que los vio no habla sino de miríadas, de legiones, de millones, de centenas de millones. Uno solo de tus soldados puede vencer al ejército más numeroso y aguerrido. Bajo tu liderazgo, se conquistan el Cielo y todos sus parabienes, obedezcámoste fielmente y amémoste tiernamente, a ti que gozas de una gloria que a nosotros, mortales, no nos es posible comprender.”

 

 

MEDITACIÓN


   Considerando a San Miguel Príncipe de la Milicia Celestial, vemos la aplicación de esta palabra de Nuestro Señor Jesucristo: “El que se eleve será humillado, y el que se humille será enaltecido.” Satán se elevó contra Dios y se precipitó a los abismos, San Miguel reconoció el poder divino y fue exaltado a la cabeza de las falanges angélicas. De un lado está el castigo del orgullo, del otro el triunfo de la humildad. ¿Qué ejemplo preferimos seguir? Sin embargo; en nuestra vida cotidiana, ¿es raro encontrar restos de orgullo? ¿Cuántos hombres, desgraciadamente, se complacen en sus títulos, sus potestades, sus riquezas, sus cualidades físicas o intelectuales? ¿No encontramos a veces incluso a quienes se glorifican por su piedad y sus buenas acciones? ¡Ah, montad guardia, porque el castigo llegará y será terrible! Pues el orgulloso, dice San Bernardo, es semejante a Lucifer, que quiso arrebatar a Dios la gloria que le es debida.

Recordemos: el orgullo es raíz de todos los vicios de la vida espiritual, de todos los males del mundo, causa de todos los pecados. Excita la criminalidad, hace nacer la impiedad, entraña la negación de Dios y conduce inexorablemente al ateísmo. Es sorprendente que los santos declaren que el pecado desde la humildad es menos maligno, menos destructivo, que la inocencia desde el orgullo. ¡Oh, huyamos! ¡Por la gracia de Dios, huyamos del orgullo! No le dejemos nunca dominar nuestras palabras, pues es Palabra del Espíritu Santo que por el orgullo comienza toda perdición: in ipsa enim initium sumpsit omnis perditio, (porque en ella comenzó toda destrucción).

 

 

ORACIÓN

 

   Oh, Príncipe de la Milicia Celeste, tú, por tu humildad tan gloriosamente coronado por la Santísima Trinidad, haznos comprender todo el horror, toda la enormidad del orgullo. Ábrenos tus alas tutelares para hacer germinar en nuestras almas esta virtud de la humildad, que es el principio de todas las demás, para que algún día podamos merecer ser coronados de gloria y honor en la patria celestial, donde, con los Ángeles, celebraremos eternamente el triunfo de tu humildad. Amén.

 


martes, 3 de septiembre de 2024

MES DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL – DÍA TERCERO.

 


TERCER DÍA —3 de septiembre.

 

San Miguel, el más perfecto de los Ángeles fieles.

 

   Los Ángeles, esas sublimes criaturas que Dios sacó de la nada, están divididos en nueve coros distintos entre sí, no sólo en sus funciones, sino especialmente en su gloria y majestad. No describiremos aquí las perfecciones y los privilegios de cada una de estas jerarquías celestiales, sino que nos limitaremos a recordar que los Ángeles, después de la victoria decisiva de San Miguel, fueron confirmados en gracia y glorificados, y que, en consecuencia, gozan de una perfección y belleza inauditas. En efecto, a juicio de San Anselmo, la belleza o perfección del último de los Ángeles es tan brillante que es capaz de borrar tantos soles, si existieran, como estrellas hay en el firmamento. Pero cómo podemos hablar entonces de la belleza y las perfecciones de San Miguel, ya que, según San Basilio y varios otros Padres de la Iglesia, no hay ningún Ángel en el cielo cuya gloria sea igual a la de este ilustre Arcángel. Esta opinión, además, es justa y razonable, dice San Alfonso María de Ligorio, pues San Miguel fue elegido para abatir el orgullo de Lucifer y de los Ángeles rebeldes y expulsarlos del Paraíso para siempre. Ahora bien, Lucifer pertenecía al orden de los Serafines y era, tal vez, la figura más perfecta de la creación angélica. Por lo tanto, añade el mismo Doctor, ¿podemos suponer que San Miguel es de un rango inferior al del Ángel apóstata? No, responde Corneille Lapierre; esta suposición sería absurda, y si se reflexiona, no se puede dudar de ella, San Miguel es el primero de los Serafines porque se erigió en el general del ejército fiel contra Lucifer; y así como Lucifer es el primero de los demonios, San Miguel por su parte es el primero de los Ángeles buenos. ¿No es, se pregunta San Ligorio, esa otra obra maestra de la creación angélica que llevaba con Lucifer antes de su caída el calificativo de archiserafín? Todo nos lleva a creer esto, en opinión de doctores de renombre, comentaristas eruditos y un buen número de Teólogos serios, quienes afirman que Dios creó dos tipos separados para gobernar el mundo de los Ángeles; uno de estos dos líderes se rebela; el otro, cuya humildad y amor han conciliado a la mayoría de estos seres sobrenaturales, se inclina ante Dios y lo adora, y por su sumisión queda como el tipo único de belleza, perfección y gloria completa de los coros celestiales. Este es también el pensamiento de San Bernardo, cuando dice: del mismo modo que el hombre es el rey de la creación material, así San Miguel es el rey de la creación angélica. Y San Pantaleón llega a decir que San Miguel supera al resto de los Ángeles tanto como el hombre a las demás criaturas animadas de nuestro mundo. Que nadie objete que San Miguel es un simple Arcángel, porque así lo llaman San Pablo y San Judas. Esto sería realmente olvidar el significado que los Libros Sagrados dan a esta palabra. En efecto, según los Padres de la Iglesia y los comentaristas, d'Estius en particular, el nombre de Ángel es un nombre genérico que la Sagrada Escritura utiliza siempre cuando habla de los nueve coros de ángeles; tomada en su sentido general, la palabra Ángel designa la universalidad de los Espíritus bienaventurados; la palabra Arcángel, que implica la idea de mando, designa en este caso al jefe, al príncipe de las celestiales jerarquías. Y, como señala San Gregorio, no indica naturaleza o rango, sino empleo y el más alto empleo. Por tanto, este calificativo de Arcángel, decimos con San Dionisio y con todos los que han tratado de las jerarquías angélicas, no prueba en absoluto que San Miguel pertenezca a este orden; este nombre sólo se utiliza para indicarnos de manera más precisa que es verdaderamente un espíritu superior a todos los demás espíritus angélicos, que está a la cabeza de ellos y que es su príncipe.

 

   Y el docto teólogo Stengel, basándose en el texto sagrado y en la tradición, declara formalmente que: “siempre que los Serafines son vistos en misión, se les llama Ángeles, es decir, embajadores; o Arcángeles, es decir, embajadores principales.” También nos dice un autor erudito que ha estudiado a fondo esta cuestión que la Sagrada Escritura, al dar el nombre de Arcángel a San Miguel, ha querido mostrarnos las bellezas, las perfecciones y la suprema dignidad de este Espíritu celestial, porque es el único, nótese bien, el ÚNICO al que atribuye este título. De hecho, da a San Gabriel y a San Rafael el simple nombre de ángeles: Angelus Gabriel, Angelus Raphael, como se puede comprobar leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento.

 

   Pero en cuanto a San Miguel, se le llama el Arcángel glorioso: Michael Archangelus. Y San Pablo incluso lo llama EL ARCANGELUS, como si fuera el ÚNICO que lleva ese nombre; y, por este mismo hecho, sostiene enérgicamente Corneille Lapierre, San Pablo confiesa que San Miguel es un Ángel del primer orden y que incluso es el JEFE de los espíritus benditos que componen este orden supremo de Serafines. Además, San Rafael dice de sí mismo en la Sagrada Escritura: “Yo soy el Ángel Rafael, uno de los Siete que están presentes ante el Señor.” San Miguel es reconocido por la Santa Iglesia y por todos los Doctores e intérpretes de los Libros Sagrados, como uno de estos siete Espíritus privilegiados. Ahora bien, en opinión de todos, los siete Espíritus que asisten al trono de Dios pertenecen al orden de los Serafines. Por lo tanto, San Miguel es indudablemente un Serafín. Este es el razonamiento de San Gregorio. Además, San Gabriel presenta a San Miguel al profeta Daniel como el más bello y grande de los Espíritus celestiales, y lo muestra como un generalísimo que dirige todos los ejércitos y manda a cada uno de sus jefes como un soberano; Ezequiel lo describe como un Querubín dotado de una naturaleza y privilegios verdaderamente excepcionales; e incluso, según las juiciosas observaciones de San Dionisio, San Pantaleón, Santa Catalina y muchas otras autoridades, es un Serafín.

   Las expresiones de este Profeta sólo pueden ser propias de un Serafín, e incluso sólo de un Serafín revestido de un poder incuestionable sobre los Ángeles que forman este sublime coro. Finalmente, el Apóstol San Juan, al revelar los secretos de Dios que San Miguel le anunció, declara expresamente que este incomparable mensajero es un Serafín tan elevado en dignidad y tan penetrado de las comunicaciones divinas que parece, por así decirlo, ser uno con su Dios. Por lo tanto, es necesario, dice Viegas, colocar a San Miguel en la jerarquía suprema, mucho más en el orden más alto de esta jerarquía que es el de los Serafines. Belarmino y muchos teólogos y comentaristas le dan incluso el título de Primado de los Serafines: Seraphinorum PRIMAS; por eso Corneille Lapierre no teme afirmar que es realmente el primero de los Ángeles que asisten al trono de Dios y, por consiguiente, el primero de los Serafines. Y exponiendo el sentir de la mayoría de los doctores y teólogos, declara que esta primacía no sólo es consecuencia de su victoria sobre Lucifer, sino que se debe a la superioridad de su naturaleza. Así pues, ¡qué belleza! ¡qué perfección! ¡qué majestuosidad! Ya no me pregunto por qué San Juan toma a San Miguel por Dios mismo y se dispone a adorarlo; comprendo por qué los Patriarcas y los Profetas creen estar hablando con Dios, cuando este augusto mensajero desciende del cielo para revelarles los designios del Altísimo. Comprendo por qué los hebreos pidieron a Moisés que no les hablara para no morir de miedo, pues el padre Faber y varios autores eminentes declaran que el brillo de la belleza y el poder de San Miguel sería capaz de darnos la muerte, si se nos manifestara en la carne.

  

   Postrémonos, pues, a los pies de este glorioso Serafín, repitiendo con San Pantaleón, diácono de Constantinopla: “Tú eres la primera y más hermosa de esas afortunadas legiones que pueblan el Paraíso; más cercana, y sin vacilar, cantas el himno tres veces santo y tres veces admirable. Eres la estrella más grande y radiante de la orden angélica, ocupas el rango más distinguido entre esos miles y miríadas de Ángeles que pueblan la morada afortunada y salvaguardan a la frágil humanidad con benévola solicitud durante los breves momentos de su peregrinaje en la tierra del exilio.”

 

MEDITACIÓN

 

   La belleza y las perfecciones admirables de San Miguel deben elevar nuestros corazones a Aquel que es la belleza infinita y la fuente inagotable de todas las perfecciones. Sin embargo, confesemos que, sea cual sea el atractivo de esta contemplación, tan útil y tan fructífera para nuestra alma, la mayoría de las veces hoy en día somos insensibles a ella, e incluso diría que sentimos cierta repulsión hacia ella. ¿Y por qué es así? Porque el materialismo y el sensualismo nos impiden saborear las cosas que no golpean nuestros sentidos. ¿Acaso pensamos en ello? Aunque nuestra naturaleza es muy inferior a la de los Ángeles, sin embargo, llevamos en nosotros, como estos benditos Espíritus, el sello de la semejanza divina, ya que somos igualmente creados a imagen y semejanza de Dios. Pensemos a menudo en este glorioso privilegio, y no olvidemos que un día se nos pedirá cuenta de este inefable don de Dios, de estos inestimables talentos que se nos han ofrecido tan gratuitamente, de estos divinos dracmas que se nos han confiado tan generosamente. Guardémonos de enterrar este precioso tesoro; como el siervo bueno y fiel del Evangelio, hagamos fructificar este sagrado depósito, y para lograrlo con mayor seguridad, meditemos sin cesar en las perfecciones de nuestro Dios para reproducirlas en nosotros, en la medida en que nuestra frágil naturaleza lo permita.

 

ORACIÓN

 

   Oh San Miguel, tú, a quien se nos permite llamar capataz de la Compañía Angélica que ha permanecido fiel a Dios, dígnate encender en nuestras almas el fuego de la Caridad que te devora, y ayúdanos con tu poderosa intercesión a desarrollar aquellas perfecciones que el Creador puso en nuestra naturaleza cuando nos creó a su imagen y semejanza, para que un día podamos admirarte y agradecerte en el cielo, y contemplar cara a cara al autor de todo don, de toda perfección y de toda gloria, en el tiempo como en la eternidad. Amén.


lunes, 2 de septiembre de 2024

MES DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL – DÍA SEGUNDO.

 


SEGUNDO DÍA —2 de septiembre.


 

San Miguel, nombre de victoria y poder.

 

   Según un autor del siglo IV, y en opinión de un gran número de comentaristas, después de los de Jesús y María, no hay nombre más grande, más famoso, más venerable que el de San Miguel, ni por su significado, ni por su origen, ni por su virtud o poder. Sin duda, añade el mismo autor, el nombre de Jesús es un nombre infinitamente superior a todos los nombres, y el de María brilla con un resplandor especial, pero el de Miguel está más cerca de este último y se cierne sobre el de las demás criaturas. En primer lugar, el nombre de este glorioso Arcángel (que algunos autores traducen como Grande, Maravilloso, Admirable, Fuerte, Incomparable, Divino, etc.) es un nombre simbólico compuesto por tres palabras hebreas: Mi cha-el, que significa: ¡Quién como Dios; quis ut Deus! Es, como señala un Santo Doctor, el resumen completo de la adoración, la alabanza y el amor que la criatura debe a su Creador. En efecto, exclama el abate Soyer, es alabar en una sola palabra todas las perfecciones y es alabarlas con un realce, brillo y eminencia infinitos; es decir que Dios es singular, único e incomparable en todas sus perfecciones, que sólo Él está dotado de ellas, que sólo Él tiene el ser, que sólo Él es Jehová. Miguel, nombre sublime, continúa el cardenal Déprez, nombre que cierra todo el culto que la criatura debe a su Creador, nombre que contiene en sustancia los actos de Fe, Esperanza, Caridad y Contrición. Por otra parte, si entendemos cuándo y cómo se ganó este nombre simbólico el Santo Arcángel, comprenderemos aún más su grandeza. Fue en el primer y más grande campo de batalla que fue conquistado contra el más poderoso enemigo de Dios. Es la coronación del valor de este héroe invencible en aquella gran batalla, prælium magnum (gran batalla), cuya furia, acontecimientos y desenlace ya hemos trazado. Ahora bien, si hay alguna gloria en la conquista de un nombre, de un título en un campo de batalla por una acción de brillo, por una prueba de valor, ¿qué gloria incomparable lleva el nombre de San Miguel? Y como se trataba en esta lucha suprema del honor de Dios directamente ultrajado por los ángeles, ¿no es este nombre incluso superior al de los más grandes héroes del Antiguo y del Nuevo Testamento en proporción a la dignidad de los combatientes y sobre todo a la causa de esta revuelta que expondremos más adelante? Pero, ¿qué podemos decir del poder del nombre de Miguel? Basta recordar que, por este nombre, o por esta palabra atronadora, el orgulloso Lucifer fue arrojado del cielo. Escuchemos a Bossuet: ¿Qué podéis vosotros, mentes débiles, débiles, digo, por su orgullo? ¿Qué pueden hacer contra el humilde ejército del Señor, que se reúne con estas palabras: ¿Quién como Dios? Caes del cielo como un rayo... Huid, tropa miserable: ¿Quién como Dios? Huye ante Miguel y sus ángeles. Entonces la tropa rebelde, golpeada por este grito victorioso, cae tan rápidamente como un rayo en el abismo cavado por la venganza divina: Videbam Satanam sicut fulgur de calo cadentem (Vi a Satanás caer como un rayo por el calor).  Y puede añadirse que los resultados de esta espada de la palabra del Arcángel son irrevocables, pues por este mismo grito de amor y de triunfo, ha estampado en la frente de los Ángeles caídos el signo indeleble de la reprobación eterna. “Oh, nombre mil y una veces bendito, -dice un autor del siglo X-, nombre todopoderoso en el Cielo, en la tierra y en el infierno, nombre aclamado y alabado por la Santísima Trinidad en el Cielo, donde será siempre el nombre y el grito de triunfo, nombre grande y saludable para la tierra y para la Iglesia militante de la que es baluarte y escudo, nombre formidable para los demonios a los que sin cesar derrota; que me gusta repetirte sin cesar y celebrarte siempre, porque, según la expresión de los Santos Padres, cada vez que eres pronunciado, el cielo repite su grito de victoria, de gratitud y de santa alegría: la tierra tiembla como el día en que el Arcángel desciende sobre ella, y el cristiano recobra su fuerza y su esperanza a pesar de sus fracasos; el infierno, ¡ay! vuelve a gritar de rabia y de impotencia, e inclina su frente desalentada para ocultar la vergüenza de sus constantes derrotas”.

 

 

MEDITACIÓN

 

   Oh, hombre, escucha, detente, como dice la Sagrada Escritura, y considera las maravillas de Dios. Tiembla en su presencia; adora en el más profundo olvido la infinita Majestad del Señor de los Señores, cuya grandeza, gloria y magnificencia están por encima de toda alabanza. Esto es lo que recuerda este nombre: ¡Michael, Quis ut Deus! Pero, oh prodigio de ingratitud, ¿no oyes las imprecaciones y blasfemias de los impíos? Ah, repite, repite a menudo, para reparar el insulto hecho a Dios, repite siempre este nombre tan querido por la Santísima Trinidad: ¡Michael, quién es como Dios! Que este nombre te enseñe a conocer a Dios; que sea la norma de tu conducta durante tu destierro aquí abajo; que esté en tus labios en la hora suprema y suba con tu alma al cielo para que puedas repetirlo de nuevo en compañía de los ángeles en la eternidad bienaventurada: ¡Michael, Quis ut Deus!

 

ORACIÓN

 

   Oh, Santo Arcángel, que la Santísima Trinidad y los espíritus bienaventurados honran con un nombre tan glorioso y tan poderoso, derrama sobre nosotros una mirada de compasión, y por el poder de tu nombre victorioso obtén luz para los que están tan cegados como para decir que no hay Dios; que los que dudan o vacilan caigan bajo tu bandera, y que los que son verdaderamente de Dios se sientan fortalecidos en sus creencias, para que todos no tengan otros sentimientos que los tuyos: Quién como Dios; gloria a Él siempre y en todo lugar. Amén.

 


MES DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL – DÍA PRIMERO.

 



PRIMER DÍA —1º de septiembre

 

San Miguel, vengador de los derechos de Dios.

 

   Conforme a los escritos de Moisés, en el principio Dios creó los Cielos y a cuantos los habitan. Es decir, a los ángeles, los “primeros nacidos de Dios”, según la expresión de Santo Tomás: puros espíritus o criaturas incorpóreas, invisibles, incorruptibles, espirituales y dotados de inteligencia y voluntad. El Señor los situó en un mundo espiritual adecuado a su naturaleza, lo que los teólogos llaman el Cielo de la Prueba, un lugar donde estos espíritus superiores celebran con todo su ser la gloria infinita del Creador.

   Entonces, dicen estos mismos teólogos, se les apareció un día Jehová sosteniendo entre sus brazos a su Divino Hijo, revelando así el Misterio de Amor que había establecido en su infinita sabiduría. Mas Lucifer, uno de los principales, puede que el primero de los Serafines, se rebeló y clamó: “Yo me alzaré hasta el Cielo, colocaré mi trono por encima de las estrellas, me sentaré a la derecha del Todopoderoso y seré semejante al Altísimo: ¡Non serviam!” Y, así, la tercera parte de las inabarcables multitudes que forman las falanges angélicas se separaron repitiendo aquel grito de apostasía: Non serviam! (no serviría) ¿Se dejaría el resto de los ángeles arrastrar por tan funesto ejemplo? Un solo momento de duda podría, quizás, condenar toda una eternidad. También San Miguel se lanzó, con la velocidad del rayo, contra Lucifer, para vengar los derechos desafiados de Dios, exaltando su grandeza y poder. Como relata el apóstol San Juan, se libró entonces un gran combate en el Cielo. San Miguel y sus ángeles combatieron contra el Dragón (Lucifer), y el Dragón y sus ángeles contra él. Pero los ángeles rebeldes resultaron los más débiles y fueron expulsados para siempre del Cielo. ¡Quién podrá alguna vez hacerse una idea exacta de esta lucha incomparable! ¿Qué pluma osará tratar de describir las peripecias de este combate? ¿No es este el más grande y temible de los combates que han existido y que pueden existir? Es grande por el número y por el poder de los combatientes, por ser el comienzo de todos los demás, por sus inmensos y eternos resultados y por tener como objeto la misma Verdad. No es menester imaginar miembros mutilados, ni armas materiales ni sangre corriendo entre nosotros: es un choque de pensamientos y de sentimientos. Una lucha terrible, junto a la cual nuestras batallas más intensas no son sino una débil imagen, pues la lucha entre los espíritus, entre las inteligencias, y entre las voluntades sobrepasa la lucha entre los cuerpos, es trascendental la diferencia que separa el orden espiritual del material.

  

   En todo momento hace Miguel tronar en los cielos su grito: ¿Quis ut Deus? ¿Quién como Dios? ¿Quién se puede igualar a Dios? ¿Puede dudarse en acudir al combate ante semejante llamada?

   Ya está hecho: un abismo se abre, es el infierno. El ángel de luz devenido ángel de las tinieblas rueda hasta el fondo de ese abismo, arrastrando en su caída a todos los cómplices de su rebelión: Caudat ejus trahebat tertiam partem stellarum coeli, (Su cola atraía la tercera parte de las estrellas del cielo). En el mismo instante el Cielo se abre también. Es el Cielo de la Gloria, que sucede al Cielo de la Prueba. Miguel y los suyos se lanzan ante el Dios tres veces santo para contemplarle cara a cara y regocijarse eternamente en la compañía de las tres personas de la augusta Trinidad. ¡Pero qué triunfo es para San Miguel! Cuando accede a los campos sagrados y la tropa victoriosa repite tras el vencedor de Satán: Hoy es el día en que se estableció la salvación, la fuerza y el reinado de nuestro Dios y el poderío de su Ungido. Cuando en presencia de la Santísima Trinidad gloriosamente vengada él repite ¿Quis ut Deus? y los ángeles fieles cantan Santo, santo, santo es el Señor; Dios de los ejércitos; llenos están el Cielo y la tierra de su gloria. ¡Qué grandioso espectáculo! ¡Sí, forma una bella visión la del sello de los siglos, este primero entre todos los triunfadores, en su entrada en el reino celestial con sus valerosas legiones que desfilan cantando su victoria bajo los ojos complacidos de nuestra fe!

 

   ¡Qué acogida recibirá de Dios! ¡Qué corona depositará el Rey inmortal de los siglos sobre la frente de su heroico campeón! Ved todos a la Santísima Trinidad mirando con complacencia al mayor de los héroes sosteniendo en sus manos la más bella corona que el Señor puede depositar sobre la frente de alguna de sus criaturas, con la excepción de la reservada a la Maternidad Divina, y diciéndole a tan admirable triunfador: “Ven, ven, entra en la alegría de tu Señor, recibe la corona que te he preparado en el seno mismo de tu Dios y goza de los privilegios y el poderío tales que nada ni nadie alcanzará nunca una dignidad tan eminente como la tuya.”

   

MEDITACIÓN

 

   Vengando los derechos de Dios, San Miguel nos hace ver una vez más el soberano dominio del Creador sobre todas las criaturas: nada puede existir fuera de Dios, es por Él y en Él que tenemos el ser, el movimiento y la vida. ¿Comprendemos esto? ¡Quizás! ¿Pero es nuestra conducta acorde con nuestros sentimientos? ¿No actuamos a menudo como si lo ignorásemos? ¿No abusamos a veces hasta el punto de violentar directa o indirectamente los derechos imprescriptibles de Dios? Y, si no estiramos nuestra temeridad hasta ese punto, ¿estamos seguros de no poder fallar y reducir nuestro temor dando rienda suelta a nuestras pasiones? Y cuando, delante de nosotros, estos derechos de Dios son reclamados, ¿tenemos el valor de defenderlos? ¿Estamos prestos a luchar, si se tercia, con el celo y la entrega desinteresada de San Miguel que nos han sido dados como modelo?

  

ORACIÓN

 

   Oh, San Miguel, tú que has vengado gloriosamente los derechos de Dios, danos el coraje y la fuerza de luchar, si es necesario, por la gloria de Dios y para establecer su reinado sobre la tierra, a fin de que todos aquellos que han sido creado puedan conocerle, amarle y servirle, sostenidos y fortificados por tu ejemplo, sabiendo siempre y en todo lugar reconocer su insignificancia ante la suprema majestad de Aquel que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.