Capítulo
VII.
LOS
SANTOS Y EL SANTO NOMBRE.
Todos los Santos tienen un inmenso amor y
confianza en el Nombre de Jesús. Ellos vieron en este Nombre con una
clara visión, todo el amor de Nuestro Señor, todo su poder, todas las cosas
bellas que dijo e hizo en la tierra.
Hicieron todas sus obras maravillosas en el Nombre
de Jesús.
Obraron milagros, echaron demonios, curaron enfermos y confortaron a todos usando
y recomendándoles que se acostumbraran a invocar al Santo Nombre. San Pedro y
los Apóstoles convirtieron al mundo con este Nombre Todopoderoso.
El Príncipe de los Apóstoles empezó su
gloriosa carrera predicando el Amor de Jesús a los judíos en las calles, en el
Templo, en sus sinagogas. Su primer gran milagro ocurrió el primer Domingo de
Pentecostés cuando iba a entrar en el Templo con San Juan. Un hombre cojo, bien
conocido por los judíos que frecuentaba el Templo, estrechaba sus manos
esperando recibir limosna. San Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero te
doy lo que tengo: En el Nombre de Jesucristo nazareno, levántate y anda”.
(Hechos 3-6). Instantáneamente, el cojo se levantó y brincó de júbilo. Los
judíos estaban atónitos, pero el gran apóstol les dijo: “¿Por qué os
maravilláis de esto…como si por nuestro propio poder o piedad hubiésemos hecho
andar? El Nombre de Jesús, por la fe en él, ha devuelto las fuerzas a este
hombre”.
Innumerables veces desde esos días de los
Apóstoles el Nombre de Jesús ha sido glorificado. Citaremos algunos de los
incontables ejemplos que nos muestran como los Santos derivan toda su fuerza y consolación
en el Nombre de Jesús.
SAN
PABLO.
San Pablo era de una manera muy especial el predicador
y el doctor del Santo Nombre. Al principio fue un furioso perseguidor de la
Iglesia, movido por un falso celo y odio hacia Cristo. Nuestro Señor se le
apareció en el camino de Damasco y le convirtió, haciendo de él el gran apóstol
de los gentiles y dándole su gloriosa misión, que era predicar y hacer conocer
Su Santo Nombre a príncipes y reyes, a judíos y gentiles, a todas las gentes y
naciones.
San Pablo, lleno con ardiente amor por
Nuestro Señor empezó su gran misión — desarraigando el paganismo, derribando
falsos ídolos, confundiendo a filósofos de Grecia y Roma, no temiendo a
enemigos y conquistando todas las dificultades — todo en el Nombre de Jesús.
Santo Tomás de Aquino dice de él: “San Pablo llevó el
Nombre de Jesús en su frente porque se gloriaba en proclamarlo a todos los
hombres. El no llevaba en sus labios porque adoraba invocarlo, en sus manos ya
que le encantaba escribirlo en sus Epístolas; en su corazón, porque su corazón
ardía por su amor. Él mismo nos dice: “Yo no vivo, es Cristo quien vive en mí”.
San Pablo nos dice en su propia y bella
manera las dos grandes verdades acerca del Nombre de Jesús. Primero que todo, nos
dice el infinito poder de Su Nombre. “Al Nombre de Jesús doblan la rodilla
todas las criaturas del cielo, tierra e infierno”. Todas las veces que decimos “Jesús”, damos una infinita alegría a
Dios, a todo el Cielo, a la Bendita Madre de Dios y a los Ángeles y a los
Santos.
En segundo lugar, nos dice cómo usarlo. “Lo
que sea que hagas, cuando hablas o trabajas, hazlo todo en el Nombre de Nuestro
Señor Jesucristo”, y añade: si comes o bebes o cualquier cosa que hagas, hazlo
todo en el Nombre de Jesús.
Este consejo lo siguieron todos los Santos,
así que todos sus actos fueron hechos por amor a Jesús y por esto todos sus
actos y pensamientos ganaban o les hacían ganar gracias y méritos. Era por este
Nombre que ellos se hacían santos. Si seguimos este mismo consejo del Apóstol,
nosotros también podemos alcanzar un grado muy alto de santidad.
¿Cómo lo haremos todo en el Nombre de Jesús?
Acostumbrándonos, como ya hemos dicho, a repetir el Nombre de Jesús frecuentemente
durante el día. Esto no presenta dificultad, solamente se necesita buena voluntad.
San Augustin, el gran Doctor de la Iglesia,
encontró sus delicias en repetir el Santo Nombre. El mismo nos dice que
encontraba mucho placer en los libros que hacían mención frecuente de este
Nombre todo-consolador.
Santo Bernardo sentía un maravilloso gozo y consolación
en repetir el Nombre de Jesús. Lo sentía, dice, como miel en su boca y una
deliciosa paz en su corazón. Nosotros también sentiremos paz aún, en nuestras
almas si imitamos a San Bernardo y repetimos frecuentemente el Santo Nombre.
Santo Domingo pasó sus días predicando y discutiendo
con herejes. Él siempre fue a pié de sitio en sitio, tanto en los opresivos
calores del verano como en el frío y la lluvia del invierno. Los herejes
Albigenses, a quienes él trataba de convertir, eran más cómo demonios salidos
del infierno que hombres mortales. Su doctrina era infame y sus crímenes
innumerables. Aun así, como otro San Pablo, convirtió cien mil de estos hombres
malvados, así que muchos de ellos, se hicieron destacados por su santidad.
Cansado por la noche con sus trabajo, él pidió solamente un premio que era pasar
la noche delante del Santísimo Sacramento derramando su alma en amor de Jesús.
Cuando su pobre cuerpo no pudo resistir más, apoyó la cabeza en el altar y
descansó un poco, después, empezó una vez más su íntima conversación con Jesús.
A la mañana siguiente, celebró Misa con el ardor de un serafín así que a veces
su cuerpo se levantaba del suelo en un éxtasis de amor. El Nombre de Jesús
llenaba su alma de gozo y deleite.
Beato Jordán de Sajonia, que sucedió a Santo Domingo como Padre General de la Orden, era un predicador de gran renombre. Sus palabras iban directas al corazón de sus oyentes pero sobre todo cuando les hablaba de Jesús. Sabios profesores de ciudades universitarias venían con deleite a oírle y muchos de ellos se hacían Dominicos. Otros frailes temían venir porque serían inducidos también a unirse a su Orden. Tantos fueron arrastrados por la irresistible elocuencia del Beato Jordán que cuando su visita era anunciada en una ciudad el prior del Convento traía enseguida gran cantidad de tela blanca para hábitos para aquellos que solicitarían, por seguro, entrar en la Orden. El mismo Beato Jordán recibió mil postulantes al hábito, además de los más destacados profesores de las universidades europeas.
San Francisco de Asís. Este ardiente serafín de amor encontró
su deleite repitiendo el amado Nombre de Jesús. San Buenaventura dice que la
alegría que iluminaba su cara y el tierno acento de su voz mostraba cuanto le gustaba
invocar al Santísimo Nombre. No es extraño, entonces, que él recibiera en sus manos,
pies y costado las señales de las cinco heridas de Nuestro Señor, como premio a
su ardiente amor.
A San Ignacio de Loyola no le ganaba nadie en su amor al
Santo Nombre. No dio a su gran orden su propio nombre. Lo llamó la “Sociedad de
Jesús”. Este divino Nombre ha sido una protección y defensa de la Orden en contra
de sus enemigos y una garantía de la santidad de sus miembros. Gloriosa, por
cierto, es la gran Sociedad de Jesús.
San Francisco de Sales no tiene temor en decir que quien
tuviera la costumbre de repetir el Santo Nombre frecuentemente puede estar
cierto de una muerte santa y feliz. Y desde luego no puede haber duda en esto
porque siempre que decimos “Jesús” aplicamos la Sangre Salvadora de Jesús a
nuestras almas mientras que al mismo tiempo imploramos a Dios cumplir lo
prometido, dándonos todo aquello que pidiéramos en Su Nombre. Todo aquel que deseara
una muerte santa, puede asegurarla repitiendo el Nombre de Jesús. Esta práctica
no solamente obtendrá para nosotros una muerte santa, sino que disminuirá
notablemente el tiempo en Purgatorio y muy posiblemente nos librará de este
horrible fuego.
Muchos santos pasaron sus últimos días
repitiendo constantemente “Jesús, Jesús, Jesús”. Todos los Doctores de la Iglesia
están de acuerdo al decimos que el demonio reserva sus
más furiosas tentaciones para nuestros últimos
momentos, y llena entonces la mente del moribundo con
dudas, miedos y tentaciones espantosas, con la
última esperanza de llevar la infortunada alma al infierno. Felices
aquellos que en vida estuvieron seguros de
acostumbrarse a nombrar el Nombre de Jesús.
Hechos como estos, que acabamos de
mencionar, están fundados en las vidas de los más grandes siervos de Dios que
se hicieron Santos y alcanzaron los más altos grados de santidad por este
simple y fácil hecho.
San Vicente Ferrer, uno de los más famosos predicadores
que el mundo jamás ha oído, convirtió a los más pervertidos criminales y los
transformó en los más fervientes cristianos. Convirtió a 80,000 judíos y a
70,000 moros, un prodigio que no hemos leído en la vida de otro santo. Tres
milagros requiere la Iglesia para la canonización de un santo; pero en la bula
de la canonización de San Vicente se cuentan 873. Este gran santo quemado por
el Amor del Nombre de Jesús, obró extraordinarios hechos con este Divino Nombre.
Nosotros, sin embargo, pecadores como somos,
podemos con este Omnipotente Nombre obtener todos los favores y gracias. El más
débil de los mortales se puede convertir en fuerte, el más afligido encuentra
en Él consolación y alegría. ¿Quién puede ser tan tonto o negligente como para
no tener por costumbre el repetir “Jesús, Jesús, Jesús”, constantemente? No nos cuesta
nada. No presenta dificultad alguna y es un infalible remedio para todos los males.
Beato Gonzalo de Amarante alcanzó un altísimo grado de
santidad repitiendo con frecuencia el Santo Nombre.
Beato Gil de Santarem sintió tal amor y deleite al decir
el Santo Nombre que se levitó en éxtasis. Aquellos que repiten frecuentemente
el Nombre de Jesús sienten una gran paz en su alma. “Esa paz que el mundo no
puede dar” la cual sólo Dios da, “una paz que sobrepasa todo entendimiento”.
San Leonardo de Puerto Mauricio apreciaba una tierna devoción al
Nombre de Jesús y en sus continuas misiones enseñaba a la gente que le rodeaba
para escuchar las maravillas del Santo Nombre. Esto lo hacía con tal amor que
las lágrimas caían de sus ojos de todos aquellos que le escuchaban. Les rogó
que pusieran una estampa con este Divino Nombre en sus puertas. Esto fue
asistido con los resultados más felices, para muchos, fueron salvados de enfermedades
y desastres de varias clases.
Uno, desafortunadamente, no lo pudo hacer
porque el dueño de la casa en que vivía, siendo judío, se negó rotundamente a
que apareciera el Nombre de Jesús en la puerta. El, y otro huésped, decidieron,
entonces, ponerlo en las ventanas, y así lo hicieron. Algunos días más tarde, un
furioso fuego irrumpió en el edificio que destruyó todos los apartamentos que
pertenecían al judío; pero las habitaciones de los vecinos cristianos no sufrieron
ningún daño. Este hecho fue hecho público e incrementó notablemente la fe y
confianza en el Santo Nombre de nuestro Salvador. De hecho,
toda la ciudad de Ferrajo fue testigo de esta extraordinaria protección.
San Edmundo tenía una devoción especial al Nombre
de Jesús, que el mismo Nuestro Señor le enseñó. Un día, cuando él estaba en el
campo separado de sus compañeros, un hermoso niño se puso a su lado y preguntó:
“¿Edmundo, me conoces?” Edmundo contestó que no. Entonces el niño replicó:
“Mírame y verás quien soy yo”. Edmundo miró como le mandó y vio escrito en la frente
del Niño: “Jesús de Nazaret, Rey de los
Judíos”. “Sabe ahora quién soy” le dijo el
Niño. “Todas las noches haz la señal de la cruz y di estas
palabras: “Jesús de Nazaret, Rey de los
Judíos”.
Si así lo haces, esta oración te librará, y a todo el que la diga,
de una repentina y súbita muerte”.
Edmundo hizo
fielmente lo que Nuestro Señor le dijo.
El
demonio, una vez trató de impedirle, agarrándole las
manos para que
no pudiera hacer la señal de la cruz. Edmundo invocó el Nombre de Jesús y
el demonio huyó de terror, sin molestarle más en el
futuro.
Mucha gente practica esta fácil devoción y
así se salvan de muertes infelices. Otras, con su dedo índice, imprimen con
agua bendita en sus frentes las cuatro letras “I.N.R.I.”,
que significa Jesús Nazarenus Rex Judeorum, las palabras escritas por Pilato en
la Cruz de Nuestro Señor. San
Alfonso
recomienda con fervor ambas Devociones.
Santa Francisca de Roma disfrutaba del extraordinario
privilegio de ver y hablar constantemente con su Ángel de la Guarda. Cuando
ella pronunciaba el Nombre de Jesús, el Ángel estaba radiante de felicidad y se
agachaba en fervorosa adoración. Algunas veces el demonio se atrevió a
aparecérsele Buscando el amedrentarla y hacerle daño. Pero cuando ella
pronunciaba el Santo Nombre, se llenaba de rabia, odio y huía con terror de su
presencia.
Santa Juana Francisca
de Chantal,
la más querida amiga de San Francisco de Sales, tenía muchas devociones hermosas
enseñadas por este Santo Doctor, que por muchos años actuó como su director
espiritual. Ella amó tanto el santo Nombre que lo escribió con una plancha
caliente en su pecho. Beato Enrique Susón hizo lo mismo con un palo de acero
puntiagudo.
No podemos aspirar a estos santos
atrevimientos; con razón nos faltará la fortaleza de grabar el Santo Nombre en nuestros
pechos. Esto necesita una inspiración especial de Dios, pero podemos seguir el
ejemplo de otra querida Santa como Beata Catalina de
Racconigi,
una hija de Santo Domingo, que repetía frecuente y fervorosamente el Nombre de
Jesús, así que después de su muerte el Nombre de Jesús fue grabado en letras de
oro en su corazón. Todos podemos hacer como ella hizo y entonces el Nombre de
Jesús será blasonado en nuestras almas por toda la eternidad al lado de los
Ángeles y los Santos en el Cielo.
Santa Gema Galgani. Casi en nuestros días, esta querida
muchacha Santa también tenía el privilegio de conservar frecuente e íntimamente
con su Angel de la Guarda. Algunas veces el Ángel y Gema se retaban en santa
batalla a ver cuál de ellos decía con más fervor el Nombre de Jesús. Sus
entrevistas con el querido Ángel eran de naturaleza simple y familiar, hablaba
con él, observaba su cara, le hacía muchas preguntas a las cuales él respondía
con inefable amor y afecto. El llevó mensajes de ella a Nuestro Señor, a la Santísima
Virgen y a los Santos y le trajo sus respuestas. Además, este glorioso Ángel
llevó a cabo el más tierno de los cuidados a su protegida. El la enseñó a rezar
y meditar especialmente en la Pasión y sufrimientos de Nuestro Señor. Le dio
admirables consuelos y amables reprimendas cuando cometía alguna pequeña falta.
Bajo su tutela, Gemma alcanzó rápidamente un alto grado de perfección.
“LAS
MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.