Capítulo
VIII.
LA
DOCTRINA DEL SANTO NOMBRE.
Explicaremos ahora la doctrina del Santo
Nombre—el Capítulo más importante de este librito—para mostrar a nuestros
lectores de donde viene el poder y el divino valor de este Nombre y como los
santos obraron sus maravillas por Él y como nosotros podemos obtener por su
eficacia todas las bendiciones y gracias.
Puedes preguntar, querido lector, ¿Cómo
puede ser que una sola palabra pueda obrar tales prodigios? Contestó que con una
palabra Dios hizo el mundo. Con su palabra, Él hizo de la nada el sol, la luna,
las estrellas, las altas montañas, y los vastos océanos. Por su palabra sostiene
la existencia del universo. ¿No hace el sacerdote también, en la Santa Misa, el
prodigio de prodigios? ¿No transforma la pequeña hostia blanca en el Dios del
Cielo y de la tierra con las palabras de la Consagración? Y aunque Dios
solamente puede perdonar los pecados, ¿no lo hace el sacerdote también en el
confesionario perdonando los más negros pecados y los más espantosos crímenes?
¿Cómo? Porque Dios da a sus palabras infinito poder.
Así, también Dios, en su inmensa bondad da a
cada uno de nosotros una palabra todopoderosa con la cual podemos hacer
maravillas por Él, para nosotros mismos y para el mundo. Esa palabra es “Jesús”. Recuerda lo que San Pablo nos
dice: “Este es el nombre por encima de todo nombre”, y que “... al Nombre de
Jesús doblan la rodilla todas las criaturas del cielo, tierra e infierno”.
Pero, ¿Por qué? Porque “Jesús” significa Dios hecho hombre. Por ejemplo,
en la Encamación cuando el Hijo de Dios se hace hombre, es llamado Jesús así
que cuando decimos “Jesús” ofrecemos al Eterno Padre el infinito amor y los méritos
de Jesucristo. En una palabra, Le ofrecemos Su Santísimo Hijo Divino, Le
ofrecemos el gran Misterio de la Encamación. Jesús es la Encamación. ¡Qué pocos
son los cristianos que tienen una idea adecuada de este misterio sublime y sin
embargo es mayor prueba que Dios nos ha dado, o pudiera damos, de Su amor
personal para nosotros! Esto lo es para nosotros.
LA
ENCARNACIÓN.
Dios se hizo hombre por amor a nosotros,
pero ¿de qué nos sirve si no entendemos éste amor? Dios, el Infinito, el
Inmenso, Eterno, el Dios Todopoderoso, el Creador Omnipotente, el Dios que
llena el Cielo con su majestad, Su Grandeza y se hace un niñito para ser como
nosotros y así ganar nuestro amor.
El entró en el vientre puro de la Virgen
María y allí se echó escondido por nueve meses enteros. Entonces nació en un
establo entre dos animales. Era pobre y humilde. Pasó 33 años trabajando,
sufriendo, rezando, enseñando su hermosa Religión, obrando milagros, haciendo
bien a todos. El hizo todo esto para probar su amor por cada uno de nosotros y
así nos obliga a amarle.
Este estupendo acto de amor ha sido tan
grande que incluso ni los más altos ángeles del cielo pudieron concebir que
esto fuera posible si Dios no se los hubiera revelado. Fue tan grande que los
judíos, el pueblo escogido por Dios, que estaban esperando a un Salvador se escandalizaron
al pensar que Dios pudiera hacerse tan humilde. Los filósofos gentiles, a pesar
de su supuesta sabiduría, dijeron que era una locura el pensar que Dios Omnipotente
pudiera hacer tanto por amor a los hombres.
San Pablo dice que Dios gastó todo su poder,
sabiduría y bondad haciéndose hombre por nosotros: “Él se desgastó”. Nuestro
señor confirma estas palabras del Apóstol cuando dice: ¿Qué más pude hacer? Todo
esto lo hizo Dios no por todos los hombres en general sino por cada uno de
nosotros en particular. Piensa, piensa en esto.
Lo crees, lo entiendes, querido lector, que
Dios te quiere tanto, tan íntimamente, tan personalmente. ¡Qué alegría, qué
consolación! si realmente supieras y sintieras que este Gran Dios te quiere —a
ti— tan sinceramente! Nuestro Señor ha hecho aún más, nos ha dado todos sus
méritos infinitos para que así podamos ofrecerlos al Eterno Padre tan a menudo
como queramos, cientos o miles de veces al día. Y eso es lo que podemos hacer
cada vez que decimos “Jesús” si solamente recordamos lo que
estamos diciendo.
Estarás, quizás, sorprendido de esta
maravillosa doctrina. ¿Nunca lo has oído antes? Pero ahora por lo menos ya
sabes las infinitas maravillas del Nombre de “Jesús”. Di este Santo Nombre constantemente.
Dilo devotamente. Y en el futuro, cuando digas “Jesús”, recuerda que estás ofreciendo a Dios todo el infinito amor
y los méritos de Su Hijo. Tú estás ofreciéndole Su Divino Hijo. No puedes
ofrecer nada más santo, nada mejor, nada que más le agrade, nada más meritorio
para ti.
Que desagradecidos son aquellos que nunca
dan gracias a Dios por todo lo que Él ha hecho por ellos. Hombres y mujeres que
viven 30, 50, 70 años y nunca piensan en agradecer a Dios por Su maravilloso
amor. Cuando dices el Nombre de Jesús recuerda también agradecer a nuestro
Dulce Salvador por Su Encamación.
Cuando estaba en la tierra, curó diez
leprosos de su odiosa enfermedad. Estaban tan contentos que se marcharon llenos
de alegría y felicidad, pero ¡solamente uno volvió para darle las gracias!
Jesús estaba dolido y dijo: “¿Dónde están los otros nueve?” No tendría que
sentir tristeza y dolor con mucha más razón, que le agradecemos tan poco por
todo lo que Él ha hecho por nosotros en la Encamación y en Su pasión.
Santa Gertrudis solía agradecer a Dios a menudo con una pequeña jaculatoria, por su bondad, en haberse hecho hombre por ella. Nuestro Señor se le apareció un día y le dijo: “Mi querida niña, cada vez que tu honras mi encamación con esa pequeña plegaria, vuelvo a mi Eterno Padre y le ofrezco todos los méritos de la Encamación por ti y por todos los que hacen como tú”. ¿No tendríamos que tratar de decir “Jesús, Jesús, Jesús” a menudo? Seguramente recibiríamos esta maravillosa gracia.
LA
PASIÓN.
El segundo significado de la palabra “Jesús” es “Jesús muriendo en la
Cruz”. San Pablo nos dice que Nuestro Señor
mereció este Santísimo Nombre por sus sufrimientos y muerte. Entonces, cuando
decimos “Jesús” deberíamos de ofrecer también la
Pasión y Muerte de Nuestro Señor al Eterno Padre por su excelsa gloria y por
nuestras propias intensiones.
Nuestro Señor se hace hombre por cada uno de
nosotros, como si fuéramos el único hombre sobre la tierra. Así que el murió no
por todos los hombres en general, pero por cada uno en particular. Cuando Él
estaba colgando de la Cruz me vio a mí y te vio a ti, querido lector, ofreció
todas las angustias de su horrible agonía, cada gota de su Preciosa Sangre,
todas sus humillaciones, todos los insultos y atrocidades, Él las ofreció por
mí, por ti, ¡por cada uno de nosotros! Él nos dio todos estos méritos infinitos
como si fueran nuestros. Podemos ofrecer cientos y cientos de veces al día al
Eterno Padre—por nosotros mismos y por el mundo. Hacemos esto, cada vez que
decimos “Jesús”. Al mismo tiempo, demos gracias a
Dios por todo lo que ha sufrido por nosotros.
Llama la atención que muchos cristianos
sepan tan poco del Santo Nombre y de todos sus significados. Como resultado,
están perdiendo sus preciosas gracias todos los días y están perdiendo los más
grandes premios en el Cielo. ¡Triste, deplorable ignorancia!
COMO
COMPARTIR EN 500,000 MISAS.
La tercera intención que debemos tener al
decir “Jesús” es ofrecer todas las Misas que se han dicho en todo el mundo por
la Gloria de Dios, por nuestras propias necesidades y por el mundo en sí.
Alrededor de 500,000 Misas son celebradas diariamente, y nosotros podemos y deberíamos
compartir en todas.
La Misa nos trajo Jesús. El, de nuevo, se
hace hombre. Se renueva la Encamación en cada Misa tan realmente como cuando se
hizo hombre en el vientre de su Madre. También se sacrifica en el altar tan
real y verdaderamente como lo hizo en el Calvario aunque de una manera mística,
sin sangrar. La Misa se dice no solamente para los que asisten a ella en la
iglesia, sino para todos que desean oírlo y ofrecerlo con el sacerdote. Todo lo
que tenemos que hacer es decir con reverencia “Jesús, Jesús, Jesús” con la intención de ofrecer estas
Misas y participar en ellas. Haciendo esto, compartimos en todas ellas. Es una
gracia maravillosa asistir y ofrecer una Misa, pero ¿no sería mejor ofrecer y
compartir en 500,000 Misas todos los días?
Entonces cada vez que decimos “Jesús” sea esta nuestra intención
1.
Ofrecer a Dios todo el infinito amor y méritos de la Encamación.
2.
Ofrecer a Dios la Pasión y Muerte de Jesucristo.
3.
Ofrecer a Dios todas las 500,000 Misas celebradas en el mundo—por su gloria y
nuestras propias intenciones.
Todo lo que tenemos que hacer es decir la
palabra “Jesús”, pero sabiendo lo que hacemos.
Santa Matilde estaba acostumbrada a ofrecer la Pasión
de Jesús en unión con todas las Misas del mundo por las ánimas del Purgatorio. Nuestro
Señor le mostró una vez el Purgatorio abierto y miles de las almas subían al
cielo como resultado de su pequeña oración.
Cuando decimos “Jesús” podemos ofrecer la Pasión y las
Misas del mundo no solamente por nosotros sino también por las ánimas del
Purgatorio o por la intención que queremos. Siempre habrá que ofrecerlas por el
mundo entero y por nuestro propio país en particular.
“LAS
MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE”
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