martes, 30 de enero de 2024

NECESIDAD DE HACER LIMOSNA –Por Cornelio A Lápide.

 




   Nadie puede servir a dos dueños; no podéis servir a Dios y al dinero (Mateo. IV. 24). No podéis pertenecer a Dios y a la avaricia, al Cielo y a la tierra.

   El oro y la plata son bienes, no capaces de haceros un bien, dice San Agustín, sino que se os han concedido para que hagáis el bien con ellos.

   Dad el que os pida, dice Jesucristo (Mateo. V. 42).

   El rico del Evangelio dice: Echará ahajo mis graneros para construir otros más vastos, y amontonaré allí los bienes y los frutos que me pertenecen, diciendo a mi alma: Alma mía, tesoros inmensos tienes que te bastarán por muchos años; descansa, come, bebe y alégrate. ¡Insensato! Esta misma noche te pedirán tu alma; y ¿de quién serán ya las cosas que tienes? (Lucas. XII. 18-20).

   ¿Buscáis graneros? dice San Basilio; ya los tenéis: esos graneros son el estómago de los pobres hambrientos.

   Vuestra alma no os pertenece, dice San Crisóstomo; ¿cómo ha de perteneceros vuestro dinero? No siendo vuestro el dinero que tenes, sino del Señor, es menester que lo reportáis con vuestros hermanos.

   No digáis: Gasto mis bienes. Estos bienes no son vuestros, son los bienes de los pobres; o más bien son bienes comunes, como el sol, el aire y todas las cosas.

   Dios, dice aquel mismo Doctor, os ha dado casa, dinero y frutos, no para que lo disfrutéis exclusivamente, sino para que lo repartáis entre los necesitados.

   No olvidéis la hospitalidad, dice San Pablo a los hebreos: (XIII. 2). No os olvidéis de ser bienhechores, y de dar parte de lo que tenéis a los que nada tiene; con semejante sacrificio nos hacemos amigos de Dios (Hebr. XIII. 16).

   Todos los bienes de los primeros cristianos eran comunes: (Act. II.44).   Lo mío y lo luyo son causa de todas  las discordias, dice San Crisóstomo.

   La piedad pura y sin mancha a los ojos de Dios, nuestro Padre, dice el apóstol Santiago, consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones.

   ¿Cómo puede tener amor de Dios, dice el apóstol San Juan, el hombre que, teniendo todos los bienes de este mundo y viendo a su hermano en la miseria, le cierra su corazon y sus entrañas?

   Muy culpable sois, dice San Ambrosio, si sabiéndolo, permitís que sufra hambre uno de vuestros hermanos. Sois el asesino del pobre, a quien no socorréis, dice San Crisóstomo.

   Guardaos, dice el Señor en el Deuteronomio, de dejaros sorprender por el impío pensamiento de apartar vuestros ojos de vuestro hermano, que es pobre, sin querer asistirle; no sea que clame contra vosotros al Señor, y se os impute esta acción como un pecado (XV. 9). Pero le daréis: y vuestro corazon no se endurecerá aliviando su miseria, para que el Señor os bendiga en todo tiempo y bendiga cuanto emprendáis. (Ibid. XV. 10). No faltarán pobres en la tierra que habitareis; por esto os mando que abráis la mano a vuestro hermano pobre y falto de auxilios. (Ibid. XV-II).

   Haced limosna, dice Tobías, y no apartéis vuestro rostro del pobre, sea quien fuere San Agustín afirma que los ricos no pueden salvarse sin la limosna. El que cierra su oído al grito del pobre, dicen los Proverbios, gritará también, y no será escuchado. Esta sentencia se explica por la ley del Talión, que Dios ha sancionado, y por las palabras de Jesucristo; Sereís medidos con la misma medida que habréis empleado para los demás. Los ejecutores de las sentencias serán los hombres, y principalmente Dios. La historia del rico malo nos proporciona un terrible ejemplo.

   La riqueza y la pobreza son dos cosas opuestas, pero ambas necesarias. Ni el rico ni el pobre experimentarían necesidades si se auxiliasen mutuamente. El rico existe para el pobre, y el pobre para el rico. El deber del pobre es orar y resignarse; el deber del rico es hacer limosna. Dios está entre ambos para recompensarlos.

   El hombre qne no da, no debe esperar recibir, dice San Gregorio.

   Hijo mío, dice el Eclesiástico, no prives de su limosna al pobre, ni separes de él tu mirada. No desprecias al que tiene hambre, y no entristezcas al pobre en su miseria (IV 1-2).

   Admirables palabras pronunció San Ambrosio. Ningún hombre, dice, puede llamar suyos los bienes que posee. ¿Dónde está, decís, dónde está la injusticia no quitando los bienes a otros, y conservando los vuestros con cuidado? ¡O impudencia! Me habláis de vuestros bienes. ¿Dónde están? ¿Son los que habéis traído al mundo? Habéis venido desnudos. ¿Son los que poseéis ahora? Si realmente os pertenecen, ¿por qué os los arrebata la muerte? Robar al que tiene, y negar auxilio al que nada tiene, pudiendo, son dos crímenes iguales.

   De la misma manera se expresa San Jerónimo en su carta a Hedibia: Si tenéis más de lo necesario para comer y vestir, le dice, dadlo, y sabed que lo superfluo no es vuestro.

   Oigamos a San Crisóstomo: Eres, oh hombre, el simple administrador de tus bienes, y tu posesión es semejante a la del sacerdote encargado de distribuir los bienes de la Iglesia. No has recibido tu fortuna para emplearla en placeres, sino para invertirla en limosnas. ¿Es acaso hacienda tuya lo que posees? No; es la hacienda de los pobres, que se te ha confiado; ya la hayas adquirido por medio de honrosos trabajos, o por herencia de tus padres, poco importa. Lo superfluo del rico pertenece al pobre, dice San Agustín; el que lo guarda, guarda lo que no es suyo. En virtud del derecho natural, dice Santo Tomás, lo superfluo debe consagrarse al sostenimiento de los pobres. Y aquel gran Doctor asegura que tal es el parecer unánime de todos los teólogos. Contentos debemos estar, dice San Pablo a su discípulo Timoteo, si tenemos lo suficiente con que comer y vestir.

   Si queréis ser perfectos, dijo Jesucristo, id, vended lo que tenéis, dadlo a los pobres; y tendréis un tesoro en el Cielo: venid luego, y seguidme. (Mateo XIX. 21).

   ¡Qué es esto! exclama San Ambrosio dirigiéndose a los ricos, suntuosos y avaros: cubrís de oro las paredes de vuestra casa, y despojáis a los hombres. El pobre que está desnudo, grita ante vuestra puerta: os hacéis sordos a sus clamores; y os preocupa el calcular con qué clase de mármol cubriréis vuestras habitaciones. El pobre solicita un óbolo, y no lo consigue; un hombre os pide pan, y vuestro caballo anda adornado con oro y plata.

   No rechaces la oración del afligido, dice el Eclesiástico, y no apartes tu rostro del pobre. No apartes tus ojos del pobre por miedo de la ira, y no dejes que los que te imploran te maldigan por detrás; porque la imprecación del que te maldice en la amargura de su alma, será oída por el que le ha creado. Manifiéstate afable en la asamblea de los pobres. Presta sin enojo oído al pobre; dale lo que le es debido, y contéstale con la mayor dulzura. (IV. 4-8)

   Partid vuestro pan con el que tiene hambre, dice Isaías, y recibid bajo vuestro techo a los que no tienen asilo; cuando veáis a un hombre desnudo, cubridle, y no despreciéis la carne de que estáis formados.

   Es menester hacer limosna, para que, teniendo piedad de los pobres, merezcamos la piedad de Dios, dice San León.

 

“TESOROS DE CORNELIO A LÁPIDE”

 


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