Todo hijo de Dios vence
al mundo; y lo que nos hace alcanzar victoria sobre el mundo es nuestra fe. (1
Juan 5, 4)
I. El que quiera obtener recompensa
por sus trabajos debe perseverar hasta el fin. Es preciso domeñar la
inconstancia de nuestra alma respecto de Dios y observar religiosamente todo lo
que le hemos prometido. Dios es inmutable, sus servidores no deben ser
inconstantes. Él quiere darse a nosotros durante toda la eternidad, ¿no es justo, pues, que nosotros
permanezcamos constantemente dedicados a su servicio durante el tiempo tan
corto de nuestra vida? Después
de todo, no podemos pretender agradar a Dios con nuestra virtud, si sólo somos
virtuosos por arranques, por capricho y cuando nos plazca.
II.
Nada debemos emprender, ni siquiera por la gloria de Dios, sin haber previsto
todas sus consecuencias; pero, una vez tomada la resolución nada debe impedimos
que ejecutemos lo que nos propusimos para su gloria. Ni el temor a los sufrimientos, ni
el amor a los placeres, ni las burlas de los hombres deben desanimarnos. Los mártires persistieron en la confesión
de Jesucristo a pesar de las amenazas de los tiranos; los santos penitentes
perseveraron en sus austeridades no obstante la rebeldía de la carne y las
tentaciones del demonio.
III.
Cuando se trata de hacer fortuna o de adquirir renombre no retrocedemos ante
sacrificio alguno; ¡flaquea
nuestro corazón, oh Dios mío, sólo cuando se trata de serviros a vos! Los
herejes y los impíos perseveran tan obstinadamente ultrajándoos, ¿no es justo que nosotros seamos
constantes sirviéndoos? Jamás nos
cansaremos de trabajar para el cielo si consideramos la brevedad de nuestra
vida, la incertidumbre del momento de nuestra muerte, la grandeza de los
suplicios del infierno y de las recompensas del paraíso. Mantengamos nuestro
valor con estos grandes pensamientos, como se incita el servidor a soportar la
fatiga pensando en la retribución que se le ha prometido. El
pensamiento de la recompensa hace ligero al hombre el peso del trabajo (San
Gregorio).
La
devoción al Smo. Sacramento del altar.
Orad
por los que os persiguen.
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