Entrad por la puerta angosta,
porque la puerta ancha y el camino espacioso son los que conducen a la
perdición, y son muchos los que entran por él. (Mateo 7, 13)
I.
El
número de los elegidos es muy pequeño. ¡Hay tantos herejes y cismáticos que
voluntariamente se pierden, tantos infieles e idólatras que todavía están
privados de la luz del Evangelio! ¿Si Dios te hubiera hecho nacer en medio de
esos pueblos, cuál hubiera sido tu suerte? ¡Cuán obligado os estoy, Dios mío,
de que me hayáis hecho nacer de padres católicos! Más
si no aprovecho las luces de la fe seré mucho más severamente castigado que
esos pueblos.
II.
¡Hay
tantos malos cristianos, tantos impíos, tantos libertinos que jamás verán a
Dios en el cielo! ¿No eres uno de ellos? ¡Cuán desgraciado serías siendo
compañero de ellos en sus desórdenes, porque también habrías de ser su
compañero en sus suplicios! Ruega a Dios mueva sus corazones; trabaja en su
conversión con tus palabras y con tu ejemplo. Humíllate,
porque tú también caerías en las mismas faltas, si Dios te abandonase a tu
propia flaqueza.
III.
No
eres del número de esos libertinos y de esos impíos, pero eres un cristiano
vulgar, sigues el camino ancho, espacioso. ¡Ten cuidado! Es preciso seguir al
pequeño número y caminar por el camino estrecho. No sigas ni la costumbre, ni
el ejemplo del mundo, sino la razón, el Evangelio y el ejemplo de los santos. El
mundo está tan corrompido que sus leyes concuerdan con el pecado; sus
seguidores se persuaden de que el crimen es lícito, porque ha venido a ser
común (San
Cipriano).
La imitación de los
santos.
Orad por los infieles.
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