I.
La mayoría de los hombres viven en una vana esperanza del paraíso. Nadie quiere
ser condenado, nadie cree serlo un día, pero muchos no hacen lo que hay que
hacer para evitar el infierno. Siempre se piensa en la bondad de Dios y
raramente en su justicia. La
gente se ilusiona con el ejemplo del buen ladrón, y no se da cuenta de que este
ilustre penitente se convirtió en un momento en que todo el mundo abandonaba a
Jesús y que obedeció a la primera inspiración de la gracia.
II.
Pero, ¿en
qué fincas esa confianza de que te has de salvar? ¿Será en tus buenas obras?
¿Qué haces tú para ganar el cielo? ¿Será por los méritos de Jesucristo? Él
te ha redimido sin cooperación alguna de tu parte; pero no te salvará, si no
cooperas en tu salvación. Ya se ve, fundas tu esperanza en la bondad de
Dios: pero, porque Dios es bueno, ¿habrás
tú de ser malvado y habrás de pecar tantas veces cuantas Él te perdona? (Tertuliano).
III.
Trabaja, pues, en tu salvación con temor. San
Pedro y Magdalena lloraron sus faltas todo el resto de su vida, aunque
ya estaban seguros de haber obtenido el perdón de ellas. Se ha visto a santos,
después de haber vivido en el yermo, temblar de espanto al acercarse su muerte;
¡y
tú, nada temes! ¿De
dónde procede esta seguridad? ¿No es acaso una señal de tu poca fe, más bien
que una prueba de valentía? Temo
dejar este mundo y tiemblo a la entrada del puerto, porque ignoro quién debe
recogerme al salir de esta vida (San
Bernardo).
Desconfiad de tí mismo.
Orad por vuestros
conciudadanos.
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