I.
Temed
la justicia de Dios; será terrible en el otro mundo. Ahora la misericordia le
ata las manos, pero entonces habrá pasado el tiempo de la misericordia y Dios
nos juzgará en todo el rigor de su justicia. ¿Qué
será de mí, Señor, si de tal modo me juzgáis? ¡Ah! es preciso que sea yo mismo
mi juez y que me condene a hacer penitencia de mis pecados en este mundo;
porque Vos me indultaréis, si yo me castigo a mí mismo. Cuanto
menos te perdones a ti mismo, tanto más te perdonará Dios (Tertuliano).
II.
Cuando hables de los demás, sé justo con ellos; habla de lo que les concierne
como de lo que te toca a ti mismo. Al
oírte, diríase que todo lo que tú haces es excelente y que todo lo que hacen
los demás deja mucho que desear. Mucha injusticia hay y poquísima caridad en la
comparación que haces de tus acciones con las de tu prójimo.
III.
Trabaja
por hacerte cada día más justo y más santo; olvídate del poco bien que hiciste,
para no pensar sino en los pecados que cometiste. Considera
cuán alejado estás todavía de la santidad de Jesucristo y de los elegidos;
compara también tu vida con la de tantas santas almas que conoces y te
humillarás viendo el camino que te queda por recorrer para llegar a la
santidad. Pon manos a la obra con valentía. No
avanzar es retroceder; porque nada queda estacionario en esta vida (San
Bernardo).
Recordad
La justicia de Dios.
Orad
por la Iglesia en Hungría.
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