I.
El amor a la Cruz nos levanta sobre las creaturas. Un hombre que ame los
sufrimientos está al abrigo de los azares de la fortuna: la enfermedad, la
pobreza o la deshonra no podrían turbar su paz. ¿Por qué? Porque él desea las
aflicciones y las sufre con alegría por amor a Jesucristo. Todo
lo que para ti es motivo de temor y de tristeza para él es una dicha. El
cristiano puede parecer desdichado; nunca lo es (Minucio
Félix).
II.
El que ama la Cruz está por sobre sí mismo. No
es ya un hombre sometido a sus pasiones, tiranizado por la concupiscencia,
afeminado por las delicias. No tiene más que un solo deseo: el de
sufrir; y
como en esta vida las ocasiones de sufrir se encuentran a cada paso, siempre
está contento y gozoso.
III.
El que ama la Cruz se asemeja a Jesús crucificado; lo contempla y se alegra
viendo que los sufrimientos lo hacen fiel imagen del Salvador. Está crucificado
para el mundo y muerto para sí mismo. Sujétame a la cruz, oh Jesús mío, sin
tener en cuenta las repugnancias de mi carne; porque os debo mi alma y mi
cuerpo, como a mi Redentor. ¡Que
mi cuerpo sea, pues, crucificado, coronado de espinas y semejante a ese Cuerpo
adorable que Vos ofrecéis al eterno Padre por mí! Si
debes tu cuerpo a Jesús dáselo, si puedes, tal como Él te ha dado el suyo (Tertuliano).
Pedid
amar la cruz.
Orad
por las almas del Purgatorio.
ORACIÓN: Oh Dios, que todos los años nos
proporcionáis un nuevo motivo de gozo con la solemnidad de la Exaltación de la
Santa Cruz, haced, os lo suplicamos, que después de haber conocido su misterio
en la tierra, merezcamos ir al cielo a gustar los frutos de su Redención. Por
J. C. N. S.
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