I.
Las
máximas del mundo son tan contrarias a las de Jesucristo, que no hay que
asombrarse de ver en él al vicio honrado y a la virtud despreciada. Dice
Jesucristo que hay que despreciar las riquezas, el mundo pretende que hay que
valerse de todo para adquirirlas; recomienda el Salvador que se perdone a los
enemigos, el mundo declara que un hombre que se precie de serlo no debe sufrir
una afrenta sin vengarse: como si no fuese honorable obedecer a Jesucristo e
imitarle. Considera
una por una las máximas del mundo, y verás que son el polo opuesto de las
máximas de Jesucristo.
II.
A
máximas peligrosas, une el mundo malos ejemplos. En el mundo, cada uno busca
los placeres, los honores, la fortuna; pocos piensan seriamente en su
salvación. En el mundo, exhíbese el vicio sin embozo y sin vergüenza, mientras
que la virtud se esconde para escapar de las burlas y del odio de los malvados.
Quien
no imita a los malvados, los ofende
(San
Cipriano).
III. En
fin, en el mundo, no se obedece ni a la razón ni al Evangelio, no se sigue sino
la costumbre cobarde; ésta es la que glorifica al vicio y denigra a la virtud.
Cuídate de estos tres peligros, y regula tu vida según el Evangelio y no según
los usos del mundo, donde los buenos son tan raros y los malos tan numerosos.
Excepto algunos cristianos que huyen del
mal, ¿qué
es el resto de los hombres, sino la sentina (cloaca) de los vicios? (Salviano).
La
devoción.
Orad
por los que se consagran a la enseñanza.
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