martes, 8 de agosto de 2023

MEDITACIÓN SOBRE LO QUE SE DICE



 



I. Haz servir todas tus palabras a la gloria de Dios. Nunca hables de ti sin necesidad, ni para bien ni para mal. Hablar mal de sí es con mucha frecuencia falsa humildad: te censuras a fin de que los demás te alaben. Tampoco publiques tus virtudes; deja a Dios el cuidado de manifestarlas: lo hará cuando lo juzgue necesario para su gloria y para tu bien. Que los otros te alaben, pero tú no hagas tu propio elogio (Proverbios).

 

II. Nunca hables mal de tu prójimo, no vituperes ni condenes a nadie; habla favorablemente de todo el mundo. El maledicente condena las acciones aún más santas; el cristiano caritativo excusa las acciones que parecen malas, y habla bien de aquellos a quienes los otros condenan. ¿Por qué fijarte en lo que hay de vicioso en una persona? ¿Para desacreditarla? ¿Quisieras tú que se te tratase de manera tan baja?

 

III. Ten cuidado, sin embargo, de no caer en el defecto opuesto: no seas complaciente con el vicio, no alabes las malas acciones. Si careces de la autoridad suficiente como para reprenderlas sin ambages, condénalas con tu silencio. Evita la adulación y la baja complacencia. Ama la verdad y jamás te apartes de ella. Para seguir estos consejos, habla poco, pesa todas tus palabras. Piensa que tu lengua es la causa de la mayoría de tus pecados y que si no la gobiernas sabiamente –como dice el Apóstol Santiago– no tendrás piedad ni religión.

 

 

La circunspección en nuestras palabras.

Orad por la Iglesia.


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