Nota
de Nicky Pío: Por su extensión, está parte de la
obra la dividí en dos. Primero el R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga, expondrá LO QUE
“NO
ES” EL PROBLEMA JUDÍO. Y LUEGO LO QUE “SI
ES”. TODO SEA . A.M.D.G.
El problema judío, fue y es, para el
Judaismo Internacional y para todos los elementos que pudiéramos denominar de
izquierda, uno de los temas más importantes, si no el más importante, de los
que se discutieron en el Concilio Ecuménico Vaticano II. Joseph Roddy, en la revista LOOK,
de circulación internacional, nos presenta con franqueza inaudita las
maquinaciones subterráneas, desconocidas por la mayoría de los crédulos
católicos y no católicos, por medio de las cuales el Judaismo Internacional,
según afirma, logró sentar en el banco de los acusados a la Iglesia de Cristo,
para arrancarle así esa célebre Declaración, cuyos tres puntos principales son
los siguientes:
a.
—Exoneración del pueblo judío de toda responsabilidad en la pasión y muerte de
Jesucristo.
b.
—Lamentación de todas las persecuciones que haya sufrido o esté sufriendo el
pueblo judío, por cualquier persona o grupo y en cualquier tiempo de la
historia y en cualquier región del mundo.
c.
—Establecimiento del diálogo fraterno entre el judaismo religión y el
catolicismo.
Naturalmente que ante la conciencia católica
se plantea muy graves problemas con esa Declaración Conciliar. Pero, la primera
y la más importante es el precisar el valor de esa Declaración, en la mente de
los Padres del Concilio y en la teología católica. ¿Es una declaración dogmática?
¿Deja de ser católico el que no cree o admite esa Declaración? ¿Qué nota
teológica vamos a dar a todo el texto y a cada una de las partes de ese texto?
Si la Declaración no es dogmática ¿Podemos afirmar que tiene un carácter
disciplinar en la nueva Iglesia? En otras
palabras: ¿Podemos decir que la Iglesia impone a sus hijos la obligación
grave de aceptar esas proposiciones, que integran la Declaración y que
dogmáticamente no son ciertas? si no tienen un valor dogmático ni un valor
disciplinar ¿tiene entonces un valor pastoral? ¿Se
puede hacer labor pastoral disimulando o encubriendo la verdad? Los teólogos serán los encargados para
precisarnos después el valor teológico de esa Declaración conciliar.
Lo
que sí parece claro y ampliamente lo comprueba el artículo de LOOK, que estamos
comentando, es que en todo este asunto hubo política, mucha política y que el
Judaismo Internacional desarrolló una actividad asombrosa y puso en juego sus recursos
económicos estratosféricos para desorientar a la opinión pública y para
hacernos negar la historicidad misma de acontecimientos que son ampliamente
conocidos. Se nos hizo creer que esa
Declaración no solamente era vital para el futuro del mundo, sino estrictamente
necesaria para librar al cristianismo de las tendencias de odio antisemítico,
que tarde o temprano tendrían que volver a manifestarse en nuevas y espantosas
masacres. Y
lo hemos aceptado, con un espíritu de fe casi divina, sin darnos cuenta de que
esta confesión implicaba la negación de nuestros valores más sagrados.
Por eso, es necesario ahora especificar el
verdadero sentido que tiene y ha tenido siempre el problema judío, ante la
afirmación cristiana de la divinidad de Jesucristo y su misión mesiánica, en el
decurso de la historia, veinte veces secular, de la Iglesia. Para poder definir
con mayor precisión y exactitud el problema judío, empezaremos por decir lo que
NO
ES el problema judío.
I
El
problema judío NO ES, como lo han presentado muchas veces los interesados, el
antisemitismo; no es, ni nunca ha sido un problema racial. Sería
absurdo afirmar que el cristiano aborrece al judío, porque tiene sangre judía.
Judíos son Cristo, su Madre Santísima, los Apóstoles y tantos y tantos verdaderos
cristianos de origen judío, que ya desde la Iglesia Apostólica han formado
parte del cuerpo místico de Cristo.
En
la verdadera fe cristiana, el racismo segregacionista no existe, ni puede
existir. Por razón de nuestro origen
común, de nuestros idénticos destinos y por la universal redención de Cristo,
con la vocación que ella implica a la verdadera fe y a la única Iglesia,
fundada por el Redentor, todos los hombres ante Dios somos iguales. Judíos
y gentiles podemos abrazarnos en la fraternidad más sincera, que sólo puede
existir cuando hay unidad de fe, identificación en la esperanza y fusión divina
en la verdadera caridad cristiana.
Es
necesario disipar ese engañoso
fantasma del antisemitismo,
que es el parapeto tras el cual esconde la ambición, su conspiración
internacional. La palabra misma antisemitismo, para expresar la persecución
racial al pueblo judío, es impropia, etnológicamente hablando, ya
que no sólo los judíos son semitas; también los pueblos árabes
—para citar
únicamente un ejemplo— tienen origen semítico, y, sin embargo, jamás los
pueblos árabes han protestado por el antisemitismo del pueblo cristiano.
En
los países, dominados política y económicamente por el Judaismo Internacional, el
antisemitismo es un tabú; es un crimen de Estado; es el más grave delito en que
pueden incurrir los individuos y las colectividades.
II
El
problema judío NO ES tampoco un problema religioso. Es
falso que los Evangelios y demás libros del Nuevo Testamento hayan propagado el
antisemitismo judío “como
una enfermedad social por el organismo del género humano, durante veinte siglos
que han pasado desde la muerte de Cristo”;
es
falso que la tradición, que la liturgia, que la teología, que la catequesis
católica hayan nunca inculcado el odio a los judíos, por el hecho de ser judíos. Si
la Iglesia, por boca de los Papas o de los Concilios, ha denunciado y condenado
los crímenes, los errores y las secretas profanaciones de los judaizantes, ha
sido solamente en legítima
defensa de lo que Dios mismo les había confiado.
No
se puede mudar el texto sagrado para satisfacer las exigencias de los que son y han sido los
enemigos de Cristo.
La
verdad histórica y la verdad revelada no pueden ser sacrificadas por complacer
a las Organizaciones Judías que lo han pedido.
No dejamos de comprender todos los católicos
que, a pesar de la responsabilidad colectiva que pesa sobre el pueblo escogido,
de una manera solidaria, los judíos que ahora viven no son los actores
inmediatos del drama del Calvario. No dejamos de ver que la responsabilidad
colectiva del pueblo deicida no es una responsabilidad personal, consecuencia
de una culpa individual de estos descendientes actuales de Israel. Bien lo
advirtió el Concilio en su Declaración: Ni
todos los judíos que vivían en tiempo de Cristo, ni todos los judíos que ahora
viven son responsables personales e inmediatos del Deicidio, aunque exista,
como ya indicamos, una responsabilidad colectiva sobre todo el pueblo,
colectivamente escogido por Dios y que colectivamente rechazó a su Mesías. Algo semejante a lo que nos sucede a
todos los descendientes de Adán, que, sin haber personalmente cometido el
primer pecado, cargamos, sin embargo, con las consecuencias de ese pecado,
hasta poder decir San Pablo que en Adán todos pecamos.
III
El
problema judío NO ES, tampoco un problema de ataque, un nuevo Nacismo; no es
una persecución, una guerra de exterminio.
Por el
contrario, el problema judío es exclusivamente la legítima y necesaria defensa de las esencias mismas de lo que
somos, de lo que creemos, de lo que amamos, de lo que constituye el patrimonio
más sagrado de la humanidad. El ataque no es nuestro, es de ellos; no habría
defensa, si no hubiera ataque. El
ataque del Judaismo a la Iglesia ha sido secular, veinte veces secular; ha sido
permanente: unas veces solapado, insidioso, cauto; otras veces violento,
destructor, incendiario y sangriento. ¡Ojalá
y las defensas de la humanidad hubieran estado siempre alerta, decididas,
inflexibles ante la gran conspiración judía!
“CON
CRISTO O CONTRA CRISTO”
R.P.
Joaquín Sáenz y Arriaga.
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