I.
La peste, la guerra y el hambre son los tres flagelos de que Dios acostumbra
servirse para castigar a los hombres y recordarles sus deberes. Si Dios te
envía estos azotes o alguna otra aflicción, di
lo que decía San
Lupo al rey Atila, azote de Dios:
“Sed bienvenido, os deseábamos”. Nos dejamos
corromper por la prosperidad, y Dios, para corregirnos, nos envía adversidades.
II.
Dios
golpea al que ama: a menudo lo visita mediante las enfermedades, las
humillaciones y los reveses de fortuna, a fin de desasirlo de las creaturas. Lo
prueba con el fuego de la tribulación, como al oro en el crisol. Él conmuta los
rigurosos suplicios del purgatorio con aflicciones. Después de esto, oh Dios
mío, ¿me
quejaré yo de los sufrimientos que Vos me enviáis?
III. Los
malvados, por el contrario, gozan de toda clase de prosperidades. Las riquezas,
los placeres y los honores por todas partes los rodean.
No
os asombréis de esto, tienen su paraíso en este mundo. Dios, que es
justo y que nada deja sin recompensa, les da bienes en esta vida para
recompensarlos por algunas buenas acciones que han realizado. ¡Pobres
desgraciados! ¡Os alegráis de vuestra prosperidad, y no veis que ella es para
vosotros señal de reprobación! Es
una señal de la cólera de Dios, que el pecador no sea castigado aquí abajo; si
no lo hace en este mundo, es para castigarlo en el otro (San
Bernardo).
La paciencia.
Orad por los enfermos.
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