I.
No puede imaginarse pobreza más rigurosa que la que este santo (San
Cayetano) estableció en su Orden; si tú no puedes abrazarla enteramente,
por lo menos desase tu corazón despojarse de las riquezas que posees. No
te entristezcas cuando algo te falte; alégrate, más bien, de participar de la
pobreza de Jesucristo al nacer y morir. No
te acongojes, tampoco, por lo por venir. Espera en Dios, haz el bien, y te
alimentará con sus riquezas (El Salmista).
II.
Basta
cualquier accidente adverso para que te veas despojado de todos tus bienes. No
te fíes, pues, en tus riquezas y no te afanes por adquirir otras nuevas. Si
vives según la recta razón y las máximas del Evangelio, no te hará falta sino
muy poco para tu vida, y siempre estarás contento. Si,
en cambio, sigues los deseos desordenados de tu corazón, ni todos los tesoros
de las Indias podrían satisfacerte.
III.
Comenzaste
tu vida en la pobreza y lo mismo la acabarás. ¿Para
qué, pues, tomarte tanta pena en amasar una fortuna de la que no podrás gozar
sino durante el breve intervalo que separa tu nacimiento de tu muerte? Emplea
ese tiempo tan corto, más bien, en acumular en el cielo tesoros de que puedas
gozar durante toda la eternidad. Es
absurdo que quien entró desnudo al mundo, y a quien desnudo recibió la Iglesia,
quiera entrar rico en el reino de los cielos (San
Máximo).
La
confianza en Dios.
Orad
por los pobres.
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